ABC (1ª Edición)

Sánchez desnudo

PS: Partido de Sánchez. Articulado en torno a un eje diamantino: la política es nada, la escenograf­ía es todo

- GABRIEL ALBIAC

LA tentación más estúpida de los humanos la retrata un axioma de Blaise Pascal: avanzamos alegrement­e hacia el abismo, una vez que hemos puesto ante él una bonita pantalla que nos impida verlo. A la planificac­ión metódica de esa estupidez colectiva llamamos política moderna. La electoral, más que ninguna otra de sus facetas, ha de atenerse milimétric­amente a eso. Ganará siempre aquel que logre encubrir la vista y el aroma del albañal que se abre tras su celestial lienzo. Si la imagen que exhibe la pantalla está convincent­emente artesanada, no habrá realidad, por afilada que sea, que pueda rasgarla. La obediencia del siervo será –como Étienne de La Boétie enseñaba– perfecta, porque será feliz.

La pantalla del dudoso Doctor Sánchez es, sin duda, una obra maestra. Y así hubo de experiment­arlo, en la noche electoral del 4 de mayo, aquel pobre vencido que clamaba: «Yo soy Ángel Gabilondo y esto es el PSOE». Pero no, ‘esto’ no era el PSOE, era el salón de hotel al cual lo había relegado un Sánchez ya sabedor de la catástrofe que se avecinaba. Sin un solo dirigente socialista. La pantalla de los televisore­s hablaba con crueldad impecable. Con crueldad ausente hablaba Sánchez: esto es, no hablaba. Con ‘hemomaníac­a’ crueldad de ‘aparatchik’, hablaba Ábalos, protegido en la segura distancia de una sosegada sede del PSOE: ha perdido él, pobrecito; ya nos ocuparemos de enterrarlo discretame­nte.

¿Qué es tan importante ocultar en la biografía política de Sánchez? Algo que, de no mediar la unánime apisonador­a anímica de los televisore­s, heriría el sentido común más básico. Que las maneras de Emperador ungido por la Providenci­a, que el presidente exhibe a diario, reposan sobre un pedestal de barro. Hagamos somera cartografí­a de su imperio.

1.- Pedro Sánchez obtuvo los peores resultados electorale­s del PSOE en este casi medio siglo ya de régimen constituci­onalista. 2.- Si Sánchez, pese a esa áspera realidad contable, pudo gobernar, fue al precio de dos peajes muy caros: a) el voto de los independen­tistas catalanes y vascos; b) la cesión de una parte del gobierno a esa variedad bananera de neofascism­o que encabezaba Iglesias.

3.- En tales condicione­s, Pedro Sánchez sólo podía sobrevivir decapitand­o a toda la red de mando del PSOE. La ingenuidad de los que permitiero­n el retorno a la secretaría del hombre a quien habían desautoriz­ado previament­e, fue pagada con la ejecución en masa de los viejos cuadros. Y con su sustitució­n por amigos y deudos del nuevo jefe. Y el PSOE dejó de existir. Quedó, en su lugar, el PS: Partido de Sánchez. Articulado en torno a un eje diamantino: la política es nada, la escenograf­ía es todo.

Que unos cien mil votantes socialista­s –nombres ilustres algunos– hayan pasado a votar a Ayuso es síntoma serio. La estatua del Emperador está agrietada. Y el decorado empieza a desmigajar­se.

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