Aprovechar noticias sensacionales para comunicar de tapadillo tus malas noticias es un clásico de los asesores
Decir algo de verdad, pero nunca toda la verdad. Aprovechar acontecimientos sensacionales para comunicar de tapadillo tus malas noticias (es mítica la pillada en la jornada del 11-S a Jo Moore, directora de medios de Blair, quien mensajeó a sus ayudantes que era «un buen día para sacar algo que queramos enterrar»).
¿Son los asesores un bien o un mal para las democracias? En general su imagen es vidriosa, negativa. Peter Mandelson, el gurú de Blair apodado ‘el Señor de las Tinieblas’, solía decir que «el día que empiece a gustar a la gente comenzaré a perder mi poder». Por eso sorprende el punto de vista del doctor Benjamin Yong, de la Universidad de Durham. En un exhaustivo libro (’Asesores especiales: quiénes son y por qué importan’), el investigador inglés entrevistó a cien de los más relevantes del Reino Unido. Lo interrogo sobre su visión del gremio, que resulta positiva: «Los ministros y gobernantes, al menos en el Reino Unido, sufren una sobrecarga de información y de trabajo. Necesitan a gente de su confianza para que les ayude. Por supuesto tienen a los funcionarios. Pero su posición no es partidista, por lo que pueden sentirse incómodos discutiendo políticas concretas, algo que los políticos necesitan hacer. Además, para los propios funcionarios también son necesarios los asesores, porque el político está tan ocupado que necesita contar con alguien que conozca mejor los detalles. Los asesores son útiles. Pero eso sí: deben ser expertos en una materia».
Rápida caducidad
La aceleración digital castiga también a los propios asesores, con fecha de caducidad rápida, incluso tras rubricar éxitos pasmosos. El controvertido ejecutivo de medios Steve Bannon, de 67 años, el impulsor de una nueva ‘derecha alternativa’ –populismo nacionalista dirigido a las mayorías blancas postradas– logró la proeza de llevar a Trump a la Casa Blanca como su responsable de campaña en 2016. Pero solo aguantó un año como jefe de Estrategia del presidente (sus coqueteos ideológicos con el supremacismo le costaron el puesto). Dominic Cummings, de 49 años, el acerado e inteligente asesor que dibujó la estrategia de la campaña del ‘Leave’ de Boris Johnson, resistió solo quince meses como asesor jefe del primer ministro. Cometió un error muy viejo y que siempre acaba mal: enfrentarse a la novia del jefe, Carrie Symonds, muy interesada en la política tory y con agenda propia. Cummings, de carácter muy hirsuto, ha encajado mal el cese y ahora amenaza con airear toda la munición que guardó del submundo de Boris mientras operaba como su Rasputín de cámara. Por ahora ya ha destapado la financiación irregular de la decoración del Número 10 a través de donaciones secretas.
Richard Nixon, alias ‘Dick el Tramposo’, fue el presidente que impulsó un uso intensivo de la propaganda y las relaciones públicas. Pero es con Bill Clinton cuando se cincela por completo la figura del estratega jefe al estilo de Redondo o Rodríguez. «Lean en mis labios: no subiré los impuestos». Es un celebérrimo eslogan de Clinton en las elecciones de 1993, salido en realidad del magín de George Stephanopoulos, su director de campaña. Clinton dio pleno acceso a su cocina electoral al documentalista D. A. Pennebaker, que rodó una película hoy de culto: ‘The war room’. Significativamente es el mismo título que eligió Iván Redondo Bacaicoa para el excelente blog que durante un tiempo mantuvo en ‘Expansión’. Allí dejó muy claro su modo de actuar: «Primero meditar, luego analizar y después actuar». También hizo suya una cínica cita de Maquiavelo, que tal vez explique la elástica relación del sanchismo con la verdad: «La promesa dada es una necesidad del pasado. Por el contrario, la palabra rota es una necesidad del presente».
Redondo, casado con una
consultora y sin hijos, es el vástago de una cocinera y un mecánico marino de San Sebastián. Estudió Humanidades y Comunicación en Deusto y se trata de un estajanovista sin reloj, discreto, apegado a los ternos grises, cuyo único rasgo de coquetería fue repoblarse el cráneo. Completa su imagen su inseparable mochila con una banderita española. Estudioso de los mecanismos del poder, ha impartido clases universitarias sobre la materia. Su receta es orden, unidad interna y método. Le interesan el ajedrez y las series estadounidenses de intriga política. No tiene a gala una ideología nítida –continúa sin carnet del PSOE –y cree que vivimos en la era de la «política líquida». Antes de topar con Sánchez en su travesía del desierto y guiarlo en una espectacular operación retorno que acabó en La Moncloa, Redondo puso sus neuronas al servicio del PP. Fue asesor a sueldo de Basagoiti, Albiol y José Antonio Monago. Arrastra fama de ‘abducir’ a sus jefes con su influjo. Con Sánchez está repitiendo lo que ensayó por primera vez en Extremadura entre 2012 y 2015, durante la presidencia de Monago, cuando se convirtió además en una suerte de todopoderoso consejero sin cartera.
Enorme ascendente
Se define como un «humilde asesor», pero controla el gabinete del presidente, la Oficina Económica, la comunicación y hasta una Oficina Nacional de Prospectiva y Estrategia de País. En La Moncloa ocupa significativamente el despacho que un día tuvo como inquilino a Alfonso Guerra. Es el más cercano al de Sánchez –a solo un minuto–, y posee enorme ascendente sobre el presidente.