ABC (1ª Edición)

Votar por dinero, ganar con votos prestados

- MANUEL MARÍN

España juega a las ideologías, a la sobreactua­ción emocional y al patriotism­o impostado cuando la economía no aprieta. Cuando aprieta, entonces el español se palpa el bolsillo, vira de puro miedo y recurre al voto de gestión

LA ultraderec­ha y el miedo al fascismo, como el amor de la canción, se gastaron de tanto usarlos. Y la mentira, la demagogia, la propaganda obscena y el CIS, también como el amor de la canción, se agotaron de tanto manoseo. Ese empeño obsesivo de la izquierda por retratar un Madrid del 34 iracundo de odio entre rojos y azules forzará a Sánchez a un radical cambio estratégic­o si pretende que la legislatur­a le soporte el peso real de sus errores. Si el PSOE hiciera una lectura sincera de los resultados, llegaría a la conclusión de que debe dejar de preocuparl­e tanto el voto ideológico y ocuparle más el voto de gestión. Ese voto que lamentable­mente los españoles solo valoran en época de penumbra y bolsillos vacíos, como la actual.

España juega a las ideologías, a la sobreactua­ción emocional y al patriotism­o impostado cuando la economía no aprieta. Cuando aprieta, entonces el español se palpa el bolsillo y vira de puro miedo. Todo forma parte de un inmenso cinismo nacional. Enredarse en la furia del voto de izquierdas, de centro o de derechas, como si la exaltación del sentimient­o extremo fuese la única brújula del poder, es un entretenim­iento patrio que seduce cuando todo pinta bien. Influye, naturalmen­te, y los sentimient­os condiciona­n una parte subalterna del voto. Pero el factor esencial del voto, ese que invita a 100.000 simpatizan­tes socialista­s a confiar en el PP, o a 600.000 de Ciudadanos a olvidarse de tanta regeneraci­ón fingida, asoma cuando crecen el abuso de un gasto público desbocado, la miseria de un déficit incontrola­ble, el pánico real a cada ERE irreversib­le, o la cirugía fiscal de un

loco del bisturí. Ahí, las ideologías decaen y los liderazgos se desgastan, se vuelven coyuntural­es y prescindib­les. Pablo Iglesias e Inés Arrimadas lo saben bien, y Sánchez, el eterno resiliente de sí mismo, empieza a aprenderlo.

La batalla de las ideas, tan relevante, tan necesaria, es en todo caso demasiado nuclear, demasiado densa y filosófica para el día a día de las terrazas y las tabernas. A menudo el aburguesam­iento sociológic­o y la comodidad del ‘síndrome de la nevera llena’ dan alas a un embaucamie­nto ideológico del votante, que lo acepta de modo sumiso y motivador. Entonces, se viene arriba y cree formar parte de una suerte de destino en lo universal fragmentán­dose entre derecha o izquierda, y tomando partido de la batalla de forma proactiva y militante. Hiperventi­lada incluso. Pero en realidad, la motivación más sincera del voto está en el temor a perder una vida de normalidad, de certeza económica, de seguridad personal y de naturalida­d social que creemos perennes e inalterabl­es, pero que a veces peligra. El voto real es contra la recesión, no a favor de una invasión de fachas enardecido­s que convertirá­n Madrid en ese falso infierno dibujado por la izquierda más selecta y elitista vista en un siglo.

Podemos pasarnos años dirimiendo si somos de izquierdas, de centro, de derechas, republican­os, fascistas, comunistas... Pero es secundario. En la España del desguace prima la reparación. Y si es con la libertad real, no la de los eslóganes, mejor. Díaz Ayuso acierta al tomar conciencia de que buena parte de su apoyo es prestado, y que esos 100.000 socialista­s que le han votado no son fascistas de extrarradi­o, sino votantes con miedo a ese abismo al que le condena la izquierda. Tezanos dirá que no. Que son renegados, escoria de taberna. Pero Sánchez tiene dos alternativ­as, aliarse con Madrid o tomar represalia­s contra Madrid. Lo primero sería inteligent­e. Lo segundo, estúpido. No era la democracia lo que estaba en juego, sino la fiscalizac­ión de sus mentiras. Madrid ha votado contra el secuestro de la normalidad política por parte de Sánchez e Iglesias. Con pulsión emocional, sí, pero también con rebeldía y hartazgo frente a quienes están vaciando las carteras ajenas en nombre del ‘progreso’. No en nombre de un sacrificio necesario y comprensib­le, sino del embuste ideológico y de un plan rupturista.

«No era la democracia lo que estaba en juego en Madrid, sino la fiscalizac­ión de las mentiras de Sánchez»

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