ABC (1ª Edición)

La resaca electoral de Aniceto

A 86 kilómetros de la capital, en El Atazar, la política es una casualidad molesta pero conocen bien la ‘espantá’ de Iglesias

- JESÚS NIETO

AEl Atazar sólo llega una carretera. La del pantano que abastece a Madrid y alrededore­s, y donde hay veleros a 900 metros sobre el nivel del mar. Allí mueren los caminos y la raya de Guadalajar­a es una quimera por los desmontes de Somosierra. No existe vuelta atrás y las cuatro calles en cuesta están videovigil­adas bajo la advertenci­a de que en la localidad «no sobran los niños». El día después de la victoria de los ‘tabernario­s’ de Ayuso, en El Atazar el bullicio es el de siempre: ninguno.

Por no pasar, como en la canción de Joan Manuel Serrat, parece que ni pasó la guerra. No obstante el pueblo es fronterizo con Patones, esa histórica tierra de nadie, entre barrancas, que Napoleón dejó de lado cuando se bajó a Chamartín. Un reino independie­nte que, tan soberano, hoy vive de las rentas de los capitalino­s ‘ecoverdes’ que van con mallas y que quizá sean del partido de Íñigo Errejón. En puridad, la tranquilid­ad del municipio madrileño viene por el aislamient­o. Un aislamient­o desmentido, en parte, por los tejados suizos a dos aguas.

Que El Atazar sea junto a Fuentidueñ­a de Tajo uno de los dos únicos municipios de la Comunidad de Madrid donde ha ganado el PSOE no deja de ser una anécdota. Como la de que los dos bares del pueblo estén cerrados, como la de que no brote agua de una fuente/picota. Como la de que su alcaldía sea socialista por la fortuna de una moneda al aire.

El Atazar es tierra quemada de los noticieros, y por eso sus escasos vecinos se toman a chufla la presencia de dos reporteros. Por eso, para entrar en el tuétano de esta aldea gala socialista, hay que presentars­e como periodista­s líricos y empezar la parla con la excusa de la «oportunida­d turística». De turismo «vamos bien, gracias», comenta una vecina en lo que viene siendo el ‘meeting point’ del pueblo. A saber plaza, restaurant­es chapados, iglesia de lascas de pizarra y conversaci­ón ensimismad­a.

La España vacía es también silenciosa el día después del 4-M. Porque allí los vecinos no quieren hablar de su circunstan­cia electoral, ni de política. El paisanaje comenta la clase de gimnasia de la tarde, claro, y por conmiserac­ión una señora de morado ya nos dice algo vagamente político: «En El Atazar, desde que nos arreglaron la carretera en 2003, estamos muy bien. Somos libres y se ha expresado en los votos. Luego pondrán lo que les dé la gana». Después de la rotundidad del análisis político en mitad del tribunal popular del pueblo sólo queda salir por la tangente y preguntar por la calidad del agua, y de dónde traen el pan, que aquí sí que se explayan. «De Torremocha viene el panadero». El dato nunca sobra. Como el de que tienen campo de fútbol y andan bien abastecido­s por «un manantial sin cloro, oiga usted».

Foráneos en la plazuela

Porque el pueblo es terruño de pan y garrota en la media mañana del día después. La plazuela principal da a la casa de Aniceto, con sus ventanitas verdes y su poyete, donde él se apoya en el bastón y donde se deja querer por el sol primaveral y por las preguntas de dos foráneos. Fumar no fuma («no bebo, o bebo poco»).

Aniceto lanza como al viento la pregunta de que «si ayer en Madrid hubo jaleo». Claro, se le contesta. Y Aniceto, que ha tenido que ‘ver’ de todo con una radio de galena, vuelve a inquirir en un rico arcaísmo que «quién quedó, al cabo». El «quién» era Ayuso y el «cabo» la antigua provincia de Madrid. «Iba ganando el PP», confiesa, como admitiendo que se durmió con el soniquete del televisor y los sondeos. Y calla, y vuelve a mirar al sol, «que pega duro aquí».

El silencio prosigue de la garrota a la boina. Aniceto se remanga el chaleco y ya va a tenazón cuando comenta el hundimient­o y la nueva vida de Pablo Iglesias: «Iba de mandamás y para mí se ha equivocado. Mire».

Al buen hombre, después de las declaracio­nes, lo reclamaba el almuerzo por el que se interesaba­n sus paisanas. Sacó las llaves y entró en el recibidor a la sombra de su vivienda. A Aniceto lo vacunaron en el ambulatori­o local, pero sabe que a sus convecinos los andan mareando con eso de los sueros. En el ayuntamien­to dejan entrar a los periodista­s al baño, y gracias.

En El Atazar los carteles de las calles son de cerámica, tienen el escudo de España en azulejo y son idénticos a los de El Berrueco. En la calle de la Constituci­ón hay adoquines más grandes que los de Vallecas junto a la picota y una calle Mayor que está en cuesta. Un censo de 88 vecinos y 64 votos. Básicament­e, 22 para el PSOE, 18 para el PP y un voto nulo de cuyo nombre se acordarán pronto.

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GUILLERMO NAVARRO Una vecina pasea ayer por una plaza de El Atazar
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