De Zeus a ratón
¿Existe un derecho garantizado a publicar sin restricciones en las redes sociales?
Por instigar la violencia política –a su favor, por supuesto– que culminó en el asalto al Capitolio, la intoxicadora presencia de Donald Trump en redes sociales fue cancelada el pasado enero cuando le quedaban tan solo doce días como presidente de EE.UU. Con antelación, el mal perdedor de las elecciones de noviembre ya había acumulado una serie de avisos sobre la veracidad de sus mensajes acerca de la pandemia.
Sin embargo, tras la recreación del saqueo de Roma por parte de los ‘selfiegodos’, Twitter, Facebook, Instagram, Snapchat, Twitch, Spotify y Shopify decidieron cerrar indefinidamente la barra libre de Trump. Aunque fuera en el último momento posible, unos cuantos multimillonarios de Silicon Valley demostraron más sentido de la responsabilidad que todo el Partido Republicano.
La decisión, ratificada de forma provisional por un comité independiente de FB, generó una significativa controversia sobre las limitaciones a la libertad de expresión en un país con una mínima tolerancia constitucional hacia cualquier forma de censura. En aquel debate, planteado dentro y fuera de EE.UU., terciaron especialistas y políticos con toda clase de argumentos: desde la denuncia de la cultura de la cancelación hasta la insistencia en que las democracias no son un pacto de suicidio colectivo.
Ni tan siquiera en el gigante americano la libertad de expresión como derecho fundamental no se interpreta como un cheque en blanco para promover la violencia. Como tampoco se aprecia la existencia de un sacrosanto derecho a publicar en una red social. Sobre todo, cuando Facebook o Twitter se basan esencialmente en un vínculo contractual entre un particular y una empresa con estipulaciones que en ningún caso incluyen el derecho garantizado a publicar sin restricciones.
De acuerdo con el ranking de búsquedas más populares en Google, la palabra ‘Trump’ ha descendido al nivel más bajo registrado desde 2015. Y sin notoriedad, el trumpismo se difumina. Como ha indicado el historiador Douglas Brinkley, «donde Trump estaba acostumbrado a disparar tuits como Zeus, que eran recibidos como rayos desde las alturas, ahora son pequeñas musitaciones del ratón de Mar-a-Lago».