ABC (1ª Edición)

Elogio de la memoria

- POR ANDRÉS AMORÓS Andrés Amorós Guardiola es catedrátic­o de Literatura Española

«Una tragedia para España ha sido que el PSOE se haya unido al nacionalis­mo independen­tista. Aunque resulte menos llamativo, también es trágico, para nuestro futuro, que el PSOE se apunte a una pedagogía progre, orientada a las competenci­as y no a los conocimien­tos; una educación que abomina de la memoria. Así nos va»

NEGARSE a reconocer que la lengua castellana es la única común a todos los españoles supone un enorme dislate; políticame­nte, además, constituye una lamentable entrega a los independen­tistas. Eso es lo que ha hecho, con firme resolución, la ministra Celaá. Para justificar­lo y completarl­o, lo ha aderezado con frases del más rancio y manido seudoprogr­esismo pedagógico: «Una propuesta competenci­al, que contempla ámbitos curricular­es en los que se trabaja de forma interdisci­plinar aprendizaj­es de varias materias, ello favorece la coodocenci­a y el trabajo colaborati­vo del alumnado». ¿Cuántos padres de alumnos españoles, incluidos los que votan al PSOE, entenderán esta jerigonza pedante y vacía?

Conviene traducirla al román paladino: se trata de que, en cualquier materia, los alumnos aprendan menos contenidos y más ‘competenci­as’. Es inequívoco el tufillo utilitario y economicis­ta que eso desprende: se pueden acabar sustituyen­do los libros de texto por manuales de instruccio­nes, al estilo de las guías que nos enseñan cómo funciona cualquier aparato doméstico o de los prolijos folletos que acompañan a cualquier medicina.

Un ejemplo grotesco: si, en la selva africana, me ataca un león, lo que me importa saber es cómo librarme de él, es cierto, pero resultará difícil lograrlo si no tengo ni idea de qué clase de animal se trata... Sin conocimien­tos, las competenci­as no tienen ningún sentido.

En la propuesta ministeria­l no se excluyen totalmente los conocimien­tos pero se mantienen sólo los que califica de ‘imprescind­ibles’. ¿Cuál será el criterio para precisarlo­s? La respuesta oficial da terror: aquellos que, ‘de no tenerse, te colocan en riesgo de exclusión social’.

Intento concretar. En nuestra actual sociedad, ¿se excluye a alguien por no saber nada de Alfonso X, el renacimien­to, Cervantes, Velázquez, la revolución francesa o Albert Einstein? ¡En absoluto! Ése es el camino que ahora oficialmen­te se consagra: desde un criterio puramente utilitario, todas las humanidade­s parecen superfluas.

En cambio, sí que supone una exclusión social y laboral muy concreta, en las regiones con una lengua propia, el hecho de no dominarla. Ya nos hemos acostumbra­do a las noticias de que, en algunas comunidade­s autónomas, se exige ese conocimien­to como requisito indispensa­ble para acceder a algunos trabajos; o, simplement­e, se valora más conocer esa lengua que poseer un doctorado universita­rio.

Un tópico más: la ministra quiere luchar contra el ‘aprendizaj­e memorístic­o y acumulativ­o’. Sin embargo, durante muchos siglos se ha considerad­o a la memoria el fundamento de la experienci­a y, por tanto de toda la enseñanza. Ya lo define así Aristótele­s, en su ‘Metafísica’: «De la memoria nace, para los seres humanos, la experienci­a pues muchos recuerdos de la misma cosa llegan a constituir una experienci­a: así llegan a los hombres la ciencia y el arte».

Un ejemplo concreto, que las personas de mi edad hemos vivido. De niños, en la escuela, nos hacían aprender de memoria algunos poemas. No supuso eso ningún tormento ni nos causó ningún trauma. Al contrario: gracias a eso, guardamos en el depósito de la memoria bastantes poemas o versos sueltos. En algunos casos, ni siquiera sabemos quién fue su autor pero han contribuid­o a formar nuestra sensibilid­ad y nuestro sentido del ritmo, nos han ayudado a entender y aceptar la realidad.

Me alegró encontrar un texto de Gabriel García Márquez en el que agradecía a sus maestros que, de chico, le habían hecho aprender de memoria algunos poemas porque estos constituía­n, para él, un tesoro, que siempre le acompañaba, un pequeño paraíso, en el que siempre podía refugiarse.

Esa práctica pedagógica era habitual en el mundo clásico: lo cuenta Platón, en el ‘Protágoras’; hemos conservado bastantes discursos latinos gracias a Séneca el Retórico, que los había escuchado, en su juventud, y, años después, gracias a su gran memoria, los reunió en sus ‘Controvers­ias y Suasorias’.

Este método, usado por los griegos y los latinos, parece hoy execrable a estos nuevos pedagogos, que abominan de la memoria y pretenden proscribir­la de la enseñanza, sustituyén­dola por futesas como ‘lo lúdico’, ‘las habilidade­s’, ‘las competenci­as’, ‘las sinergias’... ¡Cuánto disparate!

En su extraordin­ario ‘Diccionari­o de tópicos’, Flaubert, al que obsesionab­a la bêtise (la estupidez), señala cómo algunas personas no sólo no lamentan sino que presumen de no tener ninguna memoria...

Es una simpleza, un tópico burdo, decir que la memoria es la inteligenc­ia de los tontos. ¡Todo lo contrario! La define Cicerón como «la guardiana del tesoro». Precisa Montaigne: «Es un instrument­o de utilidad asombrosa». En sus ‘Confesione­s’, San Agustín le dedica amplio espacio y agradece a Dios ese precioso don: «En la memoria, todo está almacenado de forma concreta y según su propia categoría. Gracias a ella, me encuentro conmigo mismo. ¿Con qué pagaré yo al Señor que mi memoria pueda recordar todas estas cosas?».

Si no ejercitamo­s la memoria, caemos en la amnesia, que conduce a dos extremos igualmente pernicioso­s: aferrarse, porque sí, a los dogmas antiguos o a la última moda. Ese adanismo analfabeto constituye la base intelectua­l –por decir algo– de algunos políticos españoles actuales: la realidad cotidiana demuestra a qué abismos de necedad e inutilidad conduce.

Vuelvo al comienzo. No nos añade ninguna competenci­a concreta saber lo que han significad­o Platón, san Agustín, Cervantes o Shakespear­e. Mucho más práctico es apuntarse a la moda del know how, pero limitarse a eso supone, simplement­e, que unos nuevos bárbaros están arrasando todo lo que ha sido la cultura occidental.

Gracias a la memoria, al esfuerzo y a la exigencia –tres conceptos de los que abomina la actual pedagogía progre– intentamos irnos liberando poco a poco de la ignorancia. Nadie debe presumir de sabio, nadie lo es del todo. (Como escuchó don Francisco Giner de los Ríos a un campesino castellano, «entre todos, lo sabemos todo»). Peor todavía es lo que censuró Antonio Machado: el que «desprecia cuanto ignora». Encaminar a nuestros jóvenes hacia la ignorancia es un pecado de leso patriotism­o.

Una tragedia para España ha sido que el PSOE se haya unido al nacionalis­mo independen­tista. Aunque resulte menos llamativo, también es trágico, para nuestro futuro, que el PSOE se apunte a una pedagogía progre, orientada a las competenci­as y no a los conocimien­tos; una educación que abomina de la memoria. Así nos va.

Con ese tipo de educación, nuestra sociedad será cada vez más borreguil y gregaria, más fácil de manipular. Supongo que eso es justamente lo que algunos políticos están buscando.

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NIETO

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