El recuerdo que dejamos
Dirección: Fernando Trueba. Intérpretes: Javier Cámara, Aída Morales, Patricia Tamayo... ontra el olvido que augura el título está la memoria, que es un dispositivo personal e íntimo, sin manual de instrucciones y de rigor antojadizo, y ésta es una película sobre ella, la memoria, y basada en los recuerdos de Héctor Abad Faciolince sobre su padre, el doctor Héctor Abad Gómez, también activista social y político en el Medellín de los años setenta y asesinado por grupos paramilitares en 1987. David Trueba guioniza la novela biográfica del hijo, y Fernando Trueba pone en escena su recuerdo del padre.
El personaje está trabajado con todos esos materiales propios de ‘picar memoria’ y pintado con esa mano de melancolía que produce la ausencia, y con la comprensión absoluta por parte de Javier Cámara, el actor que lo interpreta, de cómo pulir sus contornos y abrirle ventanas al interior. Fernando Trueba acepta los dos tiempos de la narración, el presente del
Chijo narrador filmado en doliente blanco y negro, y ese pasado evocador impresionado en un alegre y luminoso colorido en el que vive, entre flashes y ‘flashbacks’, la memoria del padre y la familia. En fin, la mezcla de tonos, temperaturas y estados de ánimos que es la vida. Lo más jugoso de la película es la talla que se elabora (y que tiene) de Héctor Abad, un hombre bueno, inteligente y comprensivo, que derrama su humanidad sobre lo y quienes lo rodean, con enorme sentido del humor y con una relación envidiable en sentimiento y educación con sus hijos, especialmente con el niño narrador. Trueba permite que entre en su bien ambientada historia todo el aire fresco de lo cotidiano, lo hogareño, y que conviva con los pequeños y grandes dramas que se viven en esa familia, en esa casa y en esa ciudad. El relato es muy ameno y está sabrosamente modulado en su gracia y desgracia, en buena sintonía actoral (se puede repetir lo bien que está Javier Cámara) con la música de Preisner (el compositor polaco que inundó de emoción el cine de Kieslowski) y el énfasis siempre justo, hasta casi el final, de la mirada de Trueba.