La solitaria batalla de Liz Cheney contra el populismo trumpista
La Thatcher americana se ve hoy sola frente a la ira de Trump, y su propio partido se dispone a purgarle sus responsabilidades y expulsarla en primarias por haber apoyado el ‘impeachment’
Si es cierto que por sus hechos los conoceréis, pocos políticos hay en el Capitolio tan conservadores y fieles al credo republicano como la diputada de Wyoming, Liz Cheney. Desde que entró en la Cámara de Representantes en 2017, Cheney (Madison, 1966) ha votado contra las leyes destinadas a limitar la tenencia de armas o facilitar el aborto, ha defendido mano dura contra el régimen comunista chino y la autocracia rusa y ha alertado del auge de posicionamientos comunistas en la izquierda demócrata. Recientemente, Cheney proclamó: «A todos nos gusta la igualdad de oportunidades, pero que el gobierno se entrometa para imponer a la fuerza esa igualdad es marxismo».
Aun así, a pesar de esas credenciales impolutas en su partido, Cheney se ha convertido en la bestia negra del populismo trumpista, precisamente por haber sido la cabeza más visible de los siete republicanos que votaron a favor de recusar al expresidente tras el saqueo del Capitolio. Lo hizo, además, acusando a Trump de convocar e incitar a una turba responsable de cinco muertes. Ahora, una revuelta interna se dispone a purgar a Cheney de sus responsabilidades, en especial el puesto de número tres de la bancada, y hasta expulsarla en proceso de primarias. Recientes filtraciones demuestran que ni siquiera sus jefes directos confían ya en su futuro.
La probable caída de esta mujer a la que se ha comparado con Margaret Thatcher revela el profundo cambio del Partido Republicano, que va sacrificando a la ortodoxia conservadora en aras de un populismo que ha dado malos resultados en elecciones recientes
–se ha perdido el Capitolio y la presidencia–. Y eso que ella es realeza republicana: hija de Dick Cheney, el vicepresidente con más poder de toda la historia de EE.UU., el lugarteniente de George W. Bush.
Trump, que perdona antes a rivales que a traidores, se suele referir a ella como «una belicista», para hacerle pagar por los pecados del padre, y la considera responsable de blanquear el supuesto fraude electoral que en teoría le costó la presidencia, desmentido por las cortes de justicia. El expresidente ya baraja nombres de candidatos alternativos para las primarias que tendrán lugar en un año. Y eso que Cheney votó a favor de un 93% de sus propuestas. Como Thatcher, Cheney ha sido madre primero y política después, y ha tenido cinco hijos antes de presentarse a elecciones. Lo intentó en 2014 en el Senado y perdió en primarias. Dos años después volvió a intentarlo como diputada, y triunfó. Lo hizo por medio de Wyoming, un pequeño estado conservador en el que no gana un diputado demócrata desde 1872. Antes, Cheney trabajó en el Departamento de Estado y fue asesora de la campaña de su padre y del candidato presidencial Mitt Romney.
Durante su campaña al Senado de 2014 los medios le preguntaron si apoyaba el matrimonio gay. Ella respondió que de ningún modo, y su propia hermana, Mary, que es lesbiana y está casada, salió en público a recriminarle el desplante. «Has estado en nuestra casa con nosotras, y estas palabras me ofenden», le dijo. Puede que ahora esos sacrificios familiares por el credo político no le valgan de nada en esta dura guerra intestina.