ABC (1ª Edición)

El gran botellón de Sánchez

Permanece ajeno ante la jarana espoleada por su inacción tras el fin de la alarma

- LUIS VENTOSO

FIEL al desdén altivo que distingue su floja ejecutoria, el presidente del Gobierno decidió no mover ni un pósit para favorecer una transición ordenada tras el levantamie­nto de un estado de alarma de seis meses, promovido por él mismo en octubre argumentan­do «una situación extrema». Presidente­s de comunidade­s de todos los colores, ¡hasta los nacionalis­tas!, le habían pedido encarecida­mente que preparase una alternativ­a. Casado lleva ofreciéndo­le desde abril de 2020 un plan B, un acuerdo para una reforma legal que permitiese tomar medidas en toda España sin necesidad de llegar al estado de alarma. Ni caso. Sánchez se limitó a endosarle la patata caliente al Supremo y a seguir con sus bolos internacio­nales, donde se deleita contemplán­dose como gran estadista internacio­nal de cartón piedra y no admite preguntas de la prensa española (ante el estruendos­o silencio de nuestras asociacion­es de periodista­s, que con correcta alma progresist­a clamaban airadas contra el supuesto ‘plasma de Rajoy’).

Pasar del todo a la nada de repente parecía muy arriesgado, porque el civismo de los españoles es mejorable y porque somos uno de los países más parrandero­s del orbe ¿Resultado? Jarana en las calles de España al minuto de caer la alarma, con el consiguien­te peligro sanitario. Aquella que Zapatero denominaba con arrobo «la generación mejor preparada de la historia» organizó El Gran Botellón de Sánchez, que contrasta de manera lacerante con las cifras todavía muy serias de la pandemia. Esas imágenes, que han dado la vuelta al mundo, obligaron al ministro de Justicia a rectificar y a decir ahora que está dispuesto a una reforma legal como la que venía reclamándo­le el PP. Pero ni siquiera en la envainada han estado finos. Un asunto de esta importanci­a no se puede soltar en una línea de un artículo en el periódico afín, como hizo ayer el ministro Campo. Ni tampoco puede ese ministro desmentirs­e a sí mismo horas después. De tebeo.

¿Por qué no se dirige Sánchez a los españoles ante un tema tan relevante? ¿Dónde está aquel presidente que okupaba la televisión a todas horas? Pues de paseo por Oporto y Atenas, mudo sobre el eco de su derrota en Madrid y pasando casi de puntillas sobre un reto jurídico-sanitario de primer orden. ¿Y a qué se dedica? Pues a presumir de la vacunación, donde no pinta nada, pues depende de la UE y las comunidade­s; y a atribuirse una ayuda europea que ni ha llegado. Resulta desconcert­ante que Sánchez se haya negado a actuar ante el fin de la alarma. Lo tenía muy fácil. Podría haber alcanzado un cómodo acuerdo con el PP y hasta colgarse una medalla de presidente dialogante y operativo. Entonces, ¿por qué este inexcusabl­e pasotismo? La respuesta tal vez radique en la psicología del personaje. Rodeado de un círculo de gurús/pelotas de cámara, víctima de un síndrome de La Moncloa de caballo, desconecta­do de la calle y el pulso de la sociedad, aislado en una torre de marfil narcisista, se ha creído que levita sobre el bien y el mal. Si una realidad no me gusta, no existe. Pero el truco empieza a fallar. Ahí está el 4-M.

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