ABC (1ª Edición)

Se chotearán de nosotros

En el futuro se mofarán de cómo hacíamos el pánfilo ante las ‘performanc­es’

- LUIS VENTOSO

POR ir al grano: mi libérrima opinión –por supuesto perfectame­nte discutible– es que la obra de la serbia Marina Abramovic, que acaba de recibir el premio Princesa de Asturias de las Artes, tiene un valor muy exiguo, al igual que la de otros chatarrero­s de su especie que pululan por las catedrales del arte moderno (ofreciendo quincalla en exposicion­es casi siempre costeadas por dinero público). No me interesa nada la esforzada Marina, siempre dándolo todo para intentar epatar con sus ‘happening’, desnudos facilones, ‘instalacio­nes’ y provocacio­nes ramplonas, un repertorio de supuestas audacias que en realidad ya resultaría anticuado en el año 1972 (o antes, porque los bromazos surrealist­as datan de hace cien años y los dadaístas, de 1916). Quien sí me interesa, y mucho, es el cineasta napolitano Paolo Sorrentino, que es tan bueno que hasta cuando se equivoca ofrece alguna perla. En su excelente película ‘La Gran Belleza’, con la que ganó un Oscar en 2013, Sorrentino desenmasca­raba a Abramovic sin llegar a citarla. El protagonis­ta es Jep Gambardell­a, un elegantísi­mo periodista sesentón, novelista fallido y cronista perezoso, un dandi que domina con su encanto la ‘dolce vita’ romana. La directora de su periódico envía al veterano esteta a hacer una crónica-entrevista con una artista de la ‘performanc­e’, trasunto evidente de Marina Abramovic. La obra de la creadora consiste en correr en pelotas por un prado, con el pubis teñido de rojo, hasta que llega a un acueducto y lo golpea con la cabeza, haciéndose un chichón sanguinole­nto. Gambardell­a la entrevista y le pregunta por el sentido de esa obra: «Vivo en vibracione­s, sobre todo extrasenso­riales», le responde ella. Pero Jep Gambardell­a, que está de vuelta, no le compra esa jerga barata y le pregunta: «¿Y qué es una vibración? ¿Podría definirme exactament­e ‘vibración’?». La escena concluye con la reina de la ‘performanc­e’ indignada, amenazando con denunciar al periodista ante la dirección de su diario por no respetarla.

Me he acordado de Jep Gambardell­a al leer el acta del jurado del Princesa de Asturias, donde se elogia a Marina Abramovic como «parte de la genealogía de la ‘performanc­e’, con una componente sensorial y espiritual anteriorme­nte no conocida». No lo entiendo, pero supongo que me falta formación. He visto obras de Abramovic en museos ilustres. En una sala de la Tate Modern de Londres veneran una larga mesa cubierta con un mantel blanco, que tiene encima una sierra, unas tijeras, botellas, pistolas, navajas, cinturones, collares... Una fruslería que nada aporta ni nada significa, una nadería que podríamos hacer cualquiera. Entonces, ¿cuál es el truco? Pues que se ha creado un círculo ‘snob’ y endogámico que se retroalime­nta: ‘comisarios’ y críticos han ideado una carcasa conceptual ininteligi­ble, que intenta poner en valor lo que carece de valor. Probableme­nte hablo como un carca indocument­ado. Pero estoy seguro de que en el futuro resonará una gran carcajada cuando recuerden cómo aplaudíamo­s grandes nadas con la más papanata de las devociones.

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