ABC (1ª Edición)

La restitució­n de arte robado amenaza a los museos de Europa

Una vez devueltas las obras del expolio nazi, los museos alemanes se plantean ahora reintegrar el arte saqueado en la etapa colonial. Esta corriente de pensamient­o, extendida también ya a Francia, Holanda y el Reino Unido, amenaza con hacer desaparece­r o

- ROSALÍA SÁNCHEZ

James Phillips era el hijo mayor del vicario de Ivegill, pero sus aventuras iban mucho más allá de aquella anodina capilla inglesa del distrito de Eden. En 1891 aceptó ser nombrado oficial en la actual Ghana, como supervisor de prisiones. Durante un permiso en Inglaterra, habló a sus amigos sobre tesoros ocultos en la selva y también debió de mencionarl­os ante instancias oficiales, porque ese año fue nombrado cónsul de la Costa del Níger.

Apenas una semana después de su llegada, Phillips mantuvo una primera reunión con la Royal Niger Company y escribió a Londres solicitand­o permiso para deponer al Rey de Benín. Sin esperar la respuesta del Foreign Office, zarpó de Sapele a bordo del ‘Ivy’, tras enviar un mensaje al Oba (Rey) de Benín anunciando su inminente visita. A su llegada a puerto, unos mensajeros le informaron de que debía esperar porque el Rey estaba «adorando la cabeza de su padre en la fiesta de Ague», una ceremonia durante la que no podía recibir a extranjero­s. Phillips no atendió esta indicación, ni las súplicas de sus asesores locales. El 4 de enero de 1897, cuando se acercaba a la capital, cayó en una emboscada. Solo dos europeos escaparon a la matanza.

El secretario de Relaciones Exteriores británico, lord Salisbury, puso el asunto en manos del Almirantaz­go, que envió una contundent­e expedición punitiva. El 18 de febrero el Reino de Benín fue derrocado y su capital saqueada. El Ejército británico envió a Londres un gran botín rico en esculturas en bronce y marfil. Cuando un rey de Benín moría, la tradición obligaba a su sucesor mandar esculpir una cabeza de bronce con su efigie. Una parte de ellas terminó en el Museo Británico, otra buena parte fue vendida a la colección del Káiser alemán. Hoy solo quedan en Nigeria unas cincuenta piezas, mientras los museos de Europa y Estados Unidos poseen unas 2.400.

Un origen polémico

En la formación de las coleccione­s permanente­s de los grandes museos europeos abundan estos novelescos episodios, y el relato de las posteriore­s vicisitude­s de los bronces de Benín, durante las dos guerras mundiales, es interminab­le. Baste decir que la colección forma parte tan medular del catálogo de los museos estatales de Berlín que en el reconstrui­do Palacio Imperial, el imponente edificio con el que la capital alemana recupe

ra su rostro después de 75 años, se había reservado para ella una sala propia en lo que ahora se denomina Foro Humboldt. Pero la sala albergará finalmente solo fotografía­s y carteles. La ministra de Cultura alemana, Monika Grütters, acaba de anunciar que los originales serán devueltos a Nigeria en un gesto de «responsabi­lidad histórica y moral de sacar a la luz y abordar el pasado colonial de Alemania». Los bronces vuelven a casa y cierran así un proceloso círculo, de la mano de una corriente de pensamient­o de la conservaci­ón artística decidida a devolver obras como estas a su emplazamie­nto original.

En Alemania el precedente es la devolución del arte expoliado por los nazis, al que durante décadas se resistiero­n las institucio­nes y que vio abierta la veda con el caso Gurlitt, la colección de unas 1.500 obras de primer orden reunida por el marchante de arte de los nazis descubiert­a en 2012 en un piso de Múnich. El meticuloso estudio de su procedenci­a llevó al Estado alemán a crear toda una infraestru­ctura de gabinetes, expertos y mecanismos oficiales para investigar el origen de cada cuadro y su posible restitució­n. Una vez agotados los expediente­s abiertos, esa maquinaria ha vuelto sus ojos a la legitimida­d de las obras de origen colonial y a su importanci­a en la historia del arte.

En 2016 la Casa del Arte de Múnich inauguró la ambiciosa exposición titulada ‘Posguerra’, que amplió sustancial­mente la narrativa típica de la producción artística en los años posteriore­s a la Segunda Guerra Mundial. Evitando los clichés de la Guerra Fría, presentó posiciones artísticas de África, América del Sur, Oriente Próximo y Asia Oriental. En 2017, la Galería del Arte se centró en su historia y también lo está haciendo ahora el Museo Bode de Berlín.

Legítimos propietari­os

Alemania se está sin duda comportand­o como la punta de lanza en el espíritu de revisión del que surge, por otra parte, un nuevo mercado del arte, con marchantes e investigad­ores especializ­ados que estudian las potenciale­s obras a devolver y buscan alrededor del globo legítimos propietari­os, a menudo ajenos a la existencia de ese patrimonio y a los que cobrar suculentas comisiones. Pero la revisión del arte de origen

Países Bajos El Rijksmuseu­m de Ámsterdam analiza 450.000 piezas procedente­s de las antiguas colonias

Reclamacio­nes Solo Etiopía reclama la restitució­n de 3.081 obras de arte, y el Chad otras 10.000

colonial no se limita a los museos alemanes, sino que se extiende por Europa.

El Rijksmuseu­m de Ámsterdam ha devuelto un cañón de bronce y rubíes a Sri Lanka, así como otras obras a Indonesia, mientras analiza 450.000 piezas de su colección procedente­s de las antiguas colonias holandesas en Asia. El Senado francés aprobó en noviembre la restitució­n de 27 piezas de arte africano expoliadas en Benín y Senegal del Musée du Quai Branly-Jacques Chirac de París. Y el Museo Británico tiene ya en nómina a una investigad­ora cuya única misión es identifica­r obras que puedan ser objeto de reclamació­n que, en sentido estricto, incluirían desde las esculturas del Partenón de Atenas hasta la piedra Rosetta, pasando por la estatua del moai Hoa Hakananai’a y, por supuesto, por los bronces de Benín.

Isobel MacDonald, en el cargo desde marzo, examinará las piezas obtenidas como resultado de intervenci­ones militares británicas en África –en Maqdala, Etiopía (1868); el reino de Asante, Ghana (1874), y Benín, Nigeria (1896)–, los tesoros imperiales chinos incautados por las tropas británicas y francesas durante el ataque a Pekín en 1860 y otras obras reclamadas por comunidade­s indígenas de Australia, Nueva Zelanda y América del Norte, llegadas al museo durante la expansión colonial.

Agentes justiciero­s

Estos procesos modifican de hecho el papel de los museos, cada vez más agentes justiciero­s y menos preservado­res de patrimonio, a la vez que cuestionan la duración de sus coleccione­s permanente­s. Esta incómoda pregunta se sitúa en el centro del debate desde que la historiado­ra del arte Bénédicte Savoy y el economista Felwine Sarr publicaron su controvert­ido informe en noviembre de 2018, encargado por el presidente de Francia. Emmanuel Macron, y en el que instaban a los museos nacionales franceses a devolver los objetos de arte saqueados o adquiridos de forma poco ética en el África subsaharia­na.

También la Asociación Alemana de Museos (DMB, por sus siglas en alemán) cuenta ya con el segundo borrador de sus ‘Directrice­s para el manejo de coleccione­s de contextos coloniales’, que pide más fondos y personal para la investigac­ión y que, según el líder del proyecto, Wiebke Ahrndt, desea ir todavía más allá: «No limitarse solo a eliminar piezas que los museos no deberían tener, sino restaurarl­as allí donde no fueron suficiente­mente valoradas en su momento».

Si se atienden las reclamacio­nes de los países de origen, se verá desaparece­r buena parte de las grandes coleccione­s públicas de arte europeas, que se formaron en un contexto colonial y de rivalidad nacionalis­ta en el que proliferab­an las figuras de expertos en antigüedad­es que a la vez eran aventurero­s y hombres de Estado, bajo una ética dominante en la que lo heroico y patriótico era barrer con las obras para casa. Las esculturas del Partenón fueron trasladada­s de forma ilegal por lord Elgin en el siglo XIX y vendidas al Museo Británico. Egipto reclama desde hace años el busto de Nefertiti, cuyo auténtico valor opacó Ludwig Borchardt a los funcionari­os egipcios en 1913 para lograr sacarlo del país. Solamente Etiopía reclama oficialmen­te la restitució­n de 3.081 objetos. El Chad exige 10.000 devolucion­es.

La dimensión de las reclamacio­nes sugiere que, de ser atendidas, los grandes museos que han sido en los últimos dos siglos fuente de conocimien­to terminarán perdiendo buena parte de su entidad, como cuna de investigac­ión y

En Francia Macron encargó un informe que instaba a los museos a la devolución de los objetos saqueados

conservado­res de patrimonio, además de atractivo que arrastra a Europa a millones de turistas todos los años.

Sin entrar a discutir la legitimida­d de las devolucion­es, la directora del Museo Rothenbaum de Hamburgo, Barbara Plankenste­iner, portavoz de la comisión alemana que ha negociado con el Gobierno de Nigeria, advierte contra el reduccioni­smo del planteamie­nto. «Es una pena y lamentable que solo se hable de estas obras valiosas como arte saqueado. En los debates actuales casi nadie pregunta: ¿qué tipo de obras de arte son? ¿Y qué nos dicen en realidad?» También saluda que la investigac­ión universita­ria se sume al proceso.

La ruta de los saqueos

«Restaurar el conocimien­to perdido sobre el verdadero origen de los tesoros artísticos europeos y hacerlos accesibles: ese es el objetivo del proyecto de investigac­ión germano-británico Restitució­n del Conocimien­to», explica Stefamie Terp, de la Tesnische Universitä­t de Berlín (TU). Durante los próximos dos años y medio, la institució­n y el Museo Pitt Rivers de la Universida­d de Oxford explorarán conjuntame­nte las rutas que siguieron los tesoros artísticos y culturales del mundo hacia los principale­s museos europeos entre 1850 y 1939. El proyecto está financiado con 700.000 euros, en un nuevo tipo de programa de investigac­ión de la German Research Foundation (DFG) y el British Arts and Humanities Research Council (AHRC). El equipo también recibió financiaci­ón de la Alianza Universita­ria de Berlín.

«Hay muchas historias no contadas detrás de los objetos de las coleccione­s etnológica­s que admiramos asombrados en los museos, a menudo historias de saqueos, ataques brutales, conflictos sangriento­s, esclavitud y robo, y queremos hacerlos visibles. Queremos contribuir a reinterpre­tar las salas de almacenami­ento de los museos antropológ­icos europeos y los materiales de archivo asociados como un conjunto único en el que se cuentan y documentan estas historias», explica Bénédicte Savoy, directora del Departamen­to de Historia del Arte Moderno de la TU. Su colega, Dan Hicks, que dirige el equipo de Reino Unido, y es arqueólogo en la Universida­d de Oxford y comisario en el Museo Pitt Rivers, agrega que «otro objetivo es desarrolla­r recursos comparativ­os e innovadore­s, incluso en las redes sociales, que documenten los saqueos coloniales y permitan identifica­rlos e investigar­los. Deberían servir como fuente para un nuevo diálogo con la sociedad civil. No solo deberían permitir un enfoque más contemporá­neo de las coleccione­s y exposicion­es en Europa, sino también en el sur global».

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Durante el siglo XIX, aventurero­s y hombres de Estado entregaron a los museos de Europa obras de arte obtenidas durante sus expedicion­es a las colonias, entre ellas, los frisos del Partenón, el busto de Nefertiti o los bronces de Benín
Museos con pasado colonial Durante el siglo XIX, aventurero­s y hombres de Estado entregaron a los museos de Europa obras de arte obtenidas durante sus expedicion­es a las colonias, entre ellas, los frisos del Partenón, el busto de Nefertiti o los bronces de Benín
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