«En la música clásica seguimos en modelos del siglo XIX»
Alondra de la Parra Directora de orquesta • La artista mexicana vuelve a ponerse este fin de semana al frente de la Orquesta Nacional de España con obras de Milhaud, Copland y Revueltas
Quien tenga una imagen estereotipada de los directores de orquesta, seguramente no se creerá que Alondra de la Parra (1980) pertenece a ese colectivo. Algo que seguramente divertiría a esta distinguida mexicana nacida en Nueva York y de porte aristocrático, que huye de estereotipos y cree que el mundo de la música clásica necesita un lavado de cara. «No se trata de ponerle batería a Beethoven, sino de presentarla de otra manera al público del siglo XXI», dice. Tendrá Alondra de la Parra una oportunidad de hacerlo este fin de semana, en que se va a poner al frente de la Orquesta Nacional de España, a la que ya dirigió hace dos años, con obras de Milhaud, Copland y Revueltas.
—Durante todos estos meses, ¿qué ha sacado de positivo personal y artísticamente?
—Han sido meses de mucha reflexión, de hacer un trabajo de escritorio en casa con mis partituras, de pensar, de trabajar; un momento en el que los viajes no interrumpen esa rutina y esa disciplina. Estar en casa todos estos meses me pareció fenomenal en muchos sentidos, me ayudó a pensar por qué hago lo que hago, cómo lo hago, qué es realmente lo que quiero hacer... Y también pude empujar varios proyectos que tenía en el tintero y que no había podido desarrollar por mi trabajo como directora de orquesta. Entre ellos, el de la Orquesta Imposible, el proyecto central para mí. Surgió al comienzo de la pandemia. Sentía que si me quitan los conciertos, los viajes, el contacto... me vuelvo cero, me anulo. No quería. Vi que mis compañeros estaban igual que yo. A esto se unió mi enorme preocupación por la violencia contra las mujeres y los niños en México. Antes de la pandemia mataban a diez mujeres al día, y cuando llega el Covid pasan a ser once; y también crece el índice de asesinatos a niños. No podía más, y pensé qué podía hacer, cómo podía contribuir. Empecé a reunir una orquesta virtual; grabé con la máxima calidad a treinta artistas en seis ciudades distintas, con la misma calidad de imagen y sonido, e interpretamos el ‘Danzón número 2’, de Arturo Márquez, que es una obra que me ha acompañado toda mi vida. Pero no solo quería crear conciencia sobre el problema de la violencia en México, sino recaudar fondos para combatirla: logramos 400.000 euros, que donamos a través de dos fundaciones, Fondo Semillas y Save the Children.
—Pero proyectos así demuestran que se puede ir más allá del sustento emocional...
—Esa era exactamente mi idea. Para mí era importante preguntar dónde estamos los músicos de la llamada ‘música clásica’ cuando hay problemas importantes. Nos volvemos como un lujo, una comodidad, que se olvida cuando estamos mal. Para mí no; quería decir que cuando se pone fuerte la cosa aquí estamos, y hacemos algo. Los músicos debemos demostrar que también somos esenciales, y que lo podemos ser mucho más. No podemos crear una vacuna, pero podemos crear mucha más conciencia y llegar al corazón de la gente. Tenemos la capacidad, y por tanto la responsabilidad, de mover a esa gente, y no solo conmover. —Tengo la sensación de que a usted no le interesa tanto hacer carrera como directora de orquesta, de que el podio se le queda pequeño. —Primero hay que pensar qué es la ‘carrera de director de orquesta’, lo que ha sido tradicionalmente. De entrada, la gran mayoría son hombres, y siguiendo un patrón de que el líder es un ser distante del grupo, ensimismado... Estoy hablando de todos los clichés en torno a esta figura; los directores de hoy no son así para nada, pero sí lo fueron en el pasado. Se regían por el miedo, por un liderazgo mal entendido; no solo en la dirección de orquesta, pasaba en todo.
Músicos clásicos «Debemos demostrar que también somos esenciales, y que lo podemos ser mucho más»
Pero yo jamás entendí así mi trabajo. La ‘carrera de director de orquesta’ se ha ido creando de manera circunstancial; por ejemplo, se cree que para ser un gran director de orquesta hay que volar por todo el mundo y dirigir en todas partes. ¿Por qué? Y yo lo he hecho, he dirigido a más de cien orquestas en veintiséis países de todo el mundo. ¿Pero qué ganamos moviéndonos por todo el planeta y dirigiendo mucho? ¿Nos hace mejores? No, sin duda. Esta pandemia ha hecho evidente que hay muchas cosas que tenemos que replantearnos. Para mí, la dirección de orquesta es una herramienta para desarrollarme como artista, que es lo que soy. Soy una artista que dirige orquestas. Esa es mi máxima destreza, lo que más he hecho y lo que mejor hago.
—¿Y tiene suficiente para todo con 24 horas al día?
—Uno va desarrollando destrezas con la experiencia. Ahora me resulta más fácil discernir entre lo que vale la pena hacer y lo que no, y es importante saber decir que no. Enlazando con la pregunta anterior, ¿es tan relevante ir de aquí para allá repitiendo una y otra vez la fórmula obertura-concerto-sinfonía, una sinfonía que han hecho miles de personas antes que tú? Si eso es lo único que haces... A los directores de orquesta nos obliga el sistema a seguir repitiendo la misma cosa, de la misma manera, con la misma solemnidad, con el mismo ritual, sin cambiar nada... No hay que cambiar la música; pero sí hay que repensar el contexto en que se ofrece, el orden, cómo se invita al público a recibirla. La experiencia de vivir la música tiene que cambiar, porque el mundo ha cambiado. La música clásica ha vivido no ya en el siglo XX, sino en el siglo XIX. Estamos en modelos del siglo XIX.