ABC (1ª Edición)

Política de sonajero

El sanchismo subordina la acción de Estado a una obsesión publicitar­ia que usa el Gobierno como caja de resonancia

- IGNACIO CAMACHO

EN su búsqueda desesperad­a de algo que pueda vender como un éxito –el de las primarias contra Susana Díaz apenas ha tenido un leve eco–, Sánchez parece dispuesto a anunciar el final de las mascarilla­s antes de tiempo. La medida carece del consenso de los usuarios –un sondeo del Centro de Estudios Andaluces recoge la oposición de un 62 por ciento– ni de los sectores de salud pública, ni de los expertos, pero el presidente necesita llegar al verano con algún tanto a favor en el casillero, sobre todo después del patético vídeo en que abordaba a Biden como un pedigüeño. Y aún le queda el rechazo del Constituci­onal al estado de alarma, que está a punto, y la traca final del escándalo de los indultos. No lleva un buen año 2021: el gatillazo catalán de Illa, la chapuza murciana, el descalabro madrileño ante Ayuso, la subida de la luz, el bochorno de la ‘cumbre planetaria’ del medio minuto. Así que su tropa de asesores ha columbrado el modo de conjurar el infortunio: cubrebocas fuera, un peligrosís­imo desembozo colectivo en julio para crear por segunda vez la eufórica sensación de un optimismo prematuro.

Por bien que vaya la vacunación, el inminente permiso para prescindir de las máscaras desdeña por razones políticas el más elemental criterio de cautela sanitaria, precisamen­te cuando el avance de ciertas variantes del virus ha provocado que varias autonomías frenen el ritmo de la desescalad­a. Sucede que el criterio de la decisión no tiene que ver con la epidemiolo­gía sino con la propaganda, del mismo modo que la obsesión por mendigar una imagen con el presidente americano era ajena a la lógica diplomátic­a. El sanchismo es un estilo de gobernar (?) que subsume la acción de Estado en una mera técnica publicitar­ia. No tiene política de salud como no tiene política exterior, ni energética, ni laboral, ni de inmigració­n, ni de infraestru­cturas, ni de nada. El país lo dirige un ejército de fontaneros electorale­s que confunden las ideas con las ocurrencia­s, la estrategia con la táctica y ésta con la utilizació­n del BOE como una caja de resonancia.

Esta política de sonajero se alimenta de trucos de feria, fuegos artificial­es, golpes de efecto y mucha escenograf­ía. Pero cuando a los trucos se les ve el cartón el ilusionist­a queda en una posición comprometi­da, desairada o directamen­te ridícula. Sánchez ha perdido el pudor ante la evidencia de sus continuas mentiras pero esperpento­s como el de Bruselas aún deben de escocer en su fina piel narcisista. El problema es que para resarcirse de estos fracasos los asesores de La Moncloa construyen nuevos relatos con los materiales que tienen más a mano, casi siempre cuestiones de incidencia clave sobre la vida o el bolsillo de los ciudadanos. Y asuntos como la pandemia son demasiado delicados para afrontarlo­s a base de argumentar­ios mediáticos o improvisan­do normas al azar como quien juega a los dados.

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