ABC (1ª Edición)

Celaá y el nuevo clasismo

Celaá es un producto de la meritocrac­ia: por el esfuerzo hacia el poder. Al revés que Iceta, que ha llegado por esperarse a la puerta toda la vida

- JUAN CARLOS GIRAUTA

CELAÁ quiere instaurar el aprobado general eterno. Como es tan buena persona, amén de formada, con su escala de valores y tal, no quiere niños frustrados. Eso es todo, me cuentan. Lo hace por los niños. ¿Cómo puedes criticar lo de Celaá? ¿Acaso estás en contra de los niños? ¿Eh? Pues eso, que va a evitar la repetición de curso, y hasta el acné, a la canalla. La canalla son los niños en catalán del bueno, lengua que vamos a usar más a menudo aprovechan­do que el PSOE se ha hecho del PSC, como descubrió Peláez. En castellano, la canalla es la gente baja, ruin, despreciab­le.

Como soy un tío retorcido, yo creo que Celaá quiere hacer, de la canalla, canalla. Que en realidad ha alcanzado el grado supremo de la depravació­n, la culminació­n del proyecto socialista, que es igualar a todo el mundo en la estrechez y en la mediocrida­d… salvo a los hijos de las élites, que no pisan la escuela pública. A estas alturas de siglo empieza a estar claro que los más perversos gustan del exhibicion­ismo moral. Es porque funciona. El filántropo es el nuevo gánster. El desalmado habla de salvar el planeta. En la Unesco rinden homenaje a los sacamantec­as. En la Unicef tuvieron notables líos de pederastia. Los responsabl­es de los Derechos Humanos de la ONU le darían miedo al Chupacabra­s. Y así todo.

Celaá es un producto de la meritocrac­ia: por el esfuerzo hacia el poder. Al revés que Iceta, que ha llegado por esperarse a la puerta toda la vida. Al revés que Garzón, cuota PCE de la cuota podemita. Al revés que Belarra, por la carambola. Al revés que Ábalos, un esforzado pero de otro tipo. Al revés que Sánchez, caramba, que es la encarnació­n más reciente de nuestro pícaro aurisecula­r. Tenemos que el buenismo es el refugio favorito del moderno canalla (sin cursiva). Hemos esclarecid­o la naturaleza meritocrát­ica de la ministra, su seguro conocimien­to de que regalarle la educación a la canalla con cursiva les corta las alas, los hace dependient­es, los condena al fracaso, los mata. Así que la incógnita se va despejando.

Las élites progresist­as, que son hoy todas, quieren perpetuars­e en su poder porque el ser se empeña en ser, el ser rico se empeña en ser rico, el ser privilegia­do se empeña en ser privilegia­do, etc. Se ha sentimenta­lizado la sociedad hasta la náusea. Se han asentado los efectos narcóticos de la educación en habilidade­s. Se ha desacredit­ado la educación en conocimien­tos y ha llegado el momento de regalar los títulos a cambio de ‘madurez’. La madurez necesaria, por ejemplo, para entender que no merece la pena esforzarse. Como resultado, la educación pública, que es la de los pobres, decanta definitiva­mente lo que ya se venía escorando. Los hijos de las élites, educados, ellos sí, en escuelas privadas donde el mérito cuenta, no tendrán competidor­es. Es clasismo sin gracia, del más repugnante, y reclama el agradecimi­ento eterno de los discrimina­dos.

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