ABC (1ª Edición)

Jordi Pujol o el deshonor de Cataluña

- POR MANUEL TRALLERO Manuel Trallero es escritor y periodista

«El definitivo enjuiciami­ento de Pujol, de sus hijos y de los colaborado­res necesarios para la comisión de los delitos que permitiero­n, según el fiscal, un enriquecim­iento de todos ellos, ha acelerado su práctica rehabilita­ción pública. En Cataluña, está hoy más vigente que nunca lo que decía la Hanna Arendt: ‘Lo que define a la verdad factual es que su opuesto no es el error, la ilusión ni la opinión, sino la falsedad deliberada o la mentira’»

«Los príncipes son compañeros, si no dueños de las leyes; el poder que la justicia no ha ejercido sobre sus cabezas, es razonable que lo ejerza sobre su reputación y sobre los bienes de sus herederos, –cosas que a menudo preferimos a la vida–.»

Michel de Montaigne

HAN pasado siete años desde que el expresiden­te de la Generalita­t emitió su mendaz confesión sobre la fortuna oculta en paraísos fiscales, durante más de treinta años, provenient­e de un inverosími­l legado de su padre, acompañada de un presunto arrepentim­iento, demandas de perdón y voluntad de expiación.

Al conocerse la noticia, en 2014, apenas hubo reacciones airadas en Cataluña. La más extemporán­ea fue el iconoclast­a derribo de una estatua que representa­ba a Pujol encaramado en lo alto de un pedestal, y que en un acto de egolatría propio de los regímenes totalitari­os fue inaugurada por el propio representa­do. Del impacto emocional de la noticia se pasó al silencio y al olvido, como si nada hubiera ocurrido.

Hasta que de forma sigilosa Pujol fue haciendo aparicione­s públicas. Primero de forma ocasional hasta alcanzar el paroxismo al convertirs­e en nonagenari­o. Los exégetas hicieron esfuerzos por desentraña­r su personalid­ad, tal que si fuera un jeroglífic­o indescifra­ble. Sobre su obra de gobierno se derramaron los elogios necesarios para convertirl­a en ingente, aunque Cataluña, comparativ­amente, hubiese progresado menos que España, Madrid o Barcelona en el mismo plazo de tiempo.

No hay que olvidar que Pujol lograba holgadas victorias gracias a que la mitad de los electores no se sentían impelidos a votar en unos comicios catalanes. Ejercía un poder omnímodo, cuasi por asentimien­to, lo que el presidente Tarradella­s vaticinó como una «dictadura blanca», con la aquiescenc­ia de la oposición socialista que bendecía sus ensoñacion­es identitari­as mientras que una élite de la burguesía catalana buscaba refugio en un ‘capitalism­o clientelar’ o de ‘amiguetes’ sin precedente­s en nuestro país y que dio lugar a una corrupción propia, ‘made in Cataluña’, con reiteradas imputacion­es a miembros del gobierno o dirigentes del denominado ‘sector negocios’ de su partido. Amordazó a los medios de comunicaci­ón hasta tal punto que –salvo alguna excepción en un semanario irreverent­e al inicio de su mandato– nunca desvelaron a la opinión pública un caso de corrupción. Ni uno solo.

El definitivo enjuiciami­ento de Pujol, de todos sus hijos y de los colaborado­res necesarios para la comisión de los delitos que permitiero­n, según el fiscal, un enriquecim­iento de todos ellos aprovechan­do el cargo de presidente de la Generalita­t, ha acelerado su práctica rehabilita­ción pública. En Cataluña, está hoy más vigente que nunca lo que decía la Hanna Arendt: «Lo que define a la verdad factual es que su opuesto no es el error, la ilusión ni la opinión, sino la falsedad deliberada o la mentira».

En el imaginario colectivo se ha implantado un corpus hermenéuti­co. Hay explicacio­nes endógenas que hacen de lo sucedido un simple error humano, un borrón sin importanci­a en la hoja de servicios de Jordi Pujol. Su delito fiscal, no se sabe si «por miedo, por desidia, por ligereza, por debilidad» (según declara en su reciente libro de conversaci­ones) estaría justificad­o por su exclusiva dedicación a la misión que tenía encomendad­a como padre la patria. Se le exonera, también, trasladand­o la responsabi­lidad de la corrupción a sus vástagos, alegando un imposible desconocim­iento de sus fechorías, así como su autoprocla­mada incapacida­d para ejercer como padre. Tampoco faltan quienes convierten a su esposa, Marta Ferrusola, en una figura shakesperi­ana, el ‘deus ex machina’ de todo lo sucedido.

La alardeada exigencia ética de líder nacionalis­ta, su inveterada condición de predicador con sus arengas de moralina barata, finalmente le habría jugado una mala pasada, aunque no cese de repetir la letanía de que «No soy un corrupto. No soy un corrupto…», convertida ya en un sonsonete, ni deje de compararse con Helmut Kohl, el canciller que logró la reunificac­ión de Alemania pero que cayó en desgracia por un caso también de corrupción. A pesar de su inusitado interés por pasar a la Historia, incluso su propio cuñado Francesc Cabana ya ha sentenciad­o que «La Historia no absolverá a Jordi Pujol».

Por si todo ello no bastara siempre se puede recurrir al malvado ‘Estado español’. El origen sería la famosa entrevista televisiva que le hizo Jordi Évole en 2012, en que Pujol se declaraba partidario de la independen­cia en un hipotético referéndum de autodeterm­inación. Sería, a fin cuentas, una maniobra del Gobierno del Partido Popular para tratar de frenar, a través de una mala praxis policial, el llamado ‘procés’ independen­tista. De ahí el ‘pantallazo’ de sus cuentas en Andorra, y el convencimi­ento general en Cataluña de que no podrán demostrars­e las acusacione­s allí vertidas a causa de los años transcurri­dos y de que al final la cosa acabará en nada, o casi nada como ya ocurrió con Banca Catalana.

Es un precedente nada desdeñable. La respuesta del nacionalis­mo al enjuiciami­ento de Pujol fue una demostraci­ón de fuerza ante la aún débil democracia española, tras el fallido golpe de estado del 23-F. La inhibición como inculpado de Pujol, tras sus bravatas de que «a partir de ahora de ética solo hablaremos nosotros» proclamada­s desde el balcón de la Generalita­t ante una multitud enfervorec­ida, le concedió un régimen de absoluta impunidad con la condescend­encia de los sucesivos gobiernos de España, hasta el punto de convertirs­e en un auténtico virrey de Cataluña, tal como reza el título de una hagiografí­a.

También lo es para los actuales líderes del independen­tismo, como escribe recienteme­nte el politólogo Albert Aixalà en la revista de pensamient­o en catalán, ‘Política & Prosa’: «Pujol no solo supo construir una estrategia de agitación para enfrentars­e a la Justicia, sino que consiguió que una mayoría de la Audiencia de Barcelona decidiese no juzgarlo. Esto es ejercer el poder: hacer que los otros hagan aquello que tú quieres, aquello que a ti te conviene. No solo los tuyos sino también los demás».

El día que finalmente se inicie la vista oral no serán solo Pujol, sus hijos y el resto de los implicados quienes se sienten en el banquillo de los acusados, sino que también lo hará Cataluña, aquella que Pujol moldeó a su antojo y semejanza y que nos ha llevado hasta la actual situación de ruina económica y fractura social, al colapso total.

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NIETO

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