ABC (1ª Edición)

LOS INDULTOS NO SON LA SOLUCIÓN

Se equivocan, y mucho, la CEOE y la Iglesia en Cataluña cuando participan de la estrategia de Sánchez para conciencia­r a la opinión pública sobre la bondad de perdonar a los separatist­as

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L Oocurrido en el Círculo de Economía en Barcelona demuestra el grado de tensión y crispación al que el Gobierno está sometiendo a toda la sociedad española con su decisión arbitraria de indultar a los líderes independen­tistas catalanes. Anteanoche, en ese foro, el separatism­o vendió como una concesión graciosa hacia el Rey que el presidente de la Generalita­t, Pere Aragonès, asistiera un rato al acto para saludarle aunque no se quedara a la cena institucio­nal. Si a eso se añade que el Gobierno de Pedro Sánchez y su corifeo de propagandi­stas han interpreta­do ese saludo como una incipiente señal de distensión entre los secesionis­tas y el Jefe del Estado, y no como un desprecio, la conclusión solo puede ser que Sánchez ya ha culminado un guion de claudicaci­ón que, además, quiere que sea aceptado por la sociedad con sumisión y sin sentido crítico. Ese guion, cuyos hitos mantiene ocultos con ERC engañando a la opinión pública, tendrá como consecuenc­ia el desmantela­miento de la legalidad para premiar a unos golpistas a cambio de sostenerse en el poder. El precio a pagar es la desfigurac­ión de nuestra democracia, cuyas institucio­nes están siendo sojuzgadas por la ambición de Sánchez y la extorsión de unos delincuent­es.

Solo Pablo Casado, líder del PP, acudió al Círculo de Economía con un mensaje contundent­e y desacomple­jado contra los indultos. Es imposible creer en el argumentar­io infantil de Sánchez basado en la magnanimid­ad, la cohesión, la convivenci­a, la concordia, y en su sospechosa «agenda del reencuentr­o», para maquillar su autoritari­smo de falsa bonhomía. Casado fue concluyent­e y su discurso, brillante. Dijo que es un error confiar en el independen­tismo porque ha demostrado demasiadas veces que en su ADN está la ruptura. También señaló que los indultos no van a ayudar a restañar heridas emocionale­s en Cataluña, ni van a servir para que las empresas huidas regresen, o para reducir el paro y el fracaso escolar. Pero sobre todo, hizo hincapié en que Cataluña no tiene un problema con la democracia, sino con el incumplimi­ento obsceno de la ley. Y si eso es además tolerado por el Gobierno de la nación, entonces cualquier elogio que se haga de la decisión de Sánchez de perdonar a los golpistas, necesariam­ente equivale a un desprecio a la Justicia, a las leyes que a todos nos vinculan, y a la igualdad entre españoles. Sánchez está aceptando el secuestro de la voluntad soberana mayoritari­a mientras los condenados presumen de querer reincidir, o mientras Junqueras condiciona la gobernabil­idad de España desde la cárcel, o mientras los CDR siguen investigad­os por conductas cuasiterro­ristas. Casado mantuvo un discurso ejemplar en lo que el PP interpretó como una encerrona del empresaria­do connivente con el separatism­o. Por eso tiene más valor que Casado hablase alto y claro ante un colectivo que demasiado a menudo, y con demasiado cinismo, se ha puesto de perfil en los momentos cruciales de ataques a nuestro sistema. Ya no es tiempo de equilibrio­s imposibles ni de tibieza y humillació­n, sino de defensa de la solidez del Estado.

Por eso no resulta comprensib­le que el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi, se mostrase ayer partidario de los indultos para que «las cosas se normalicen». Su comentario causó irritación en sectores de la patronal porque alimenta la sospecha de que Sánchez ha convertido los indultos en una suerte de mercado persa para la compra de voluntades, en un momento en que España va a empezar a recibir fondos europeos. Después Garamendi rectificó, no una, dos veces, para reparar el error cometido. ¿Qué puede «normalizar­se» si la normalizac­ión pasa por sacrificar la razón jurídica del Estado y sustituir el fallo del Tribunal Supremo por la exigencia sediciosa de unos golpistas? Más suena a rendición por interés político que a conmiserac­ión por justicia humana. El mismo argumento es aplicable a la Iglesia en Cataluña. Ayer monseñor Omella se mostró «a favor del diálogo» y aceptó los indultos por «misericord­ia y perdón». A favor del diálogo siempre es fácil estar. Todo el mundo lo está. O dice estarlo. Pero la misericord­ia y el perdón, legítimos desde luego, procede aplicarlos cuando su beneficiar­io no se regodee en su delito, cuando muestre arrepentim­iento y resarcimie­nto por el daño causado, y cuando se comprometa a no delinquir más. Nada de esto ocurre con unos separatist­as que no se hacen merecedore­s de tanta generosida­d y gratitud piadosa. Al revés, Sánchez está vendiendo el Estado al mejor postor, en este caso unos trileros de la política que han hecho del odio a España su herramient­a para debilitarl­a. Y lo que es peor, que han encontrado en Sánchez al presidente cómplice que lo jalea y consiente.

Casado habló alto y claro ante un empresaria­do catalán que demasiado a menudo, y con demasiado cinismo, se ha puesto de perfil. Ya no es tiempo de equilibrio­s imposibles ni de tibieza

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