El coreano habrá flipado
En España vamos por la vía contraria a la que puso en órbita a su país
TRAS la II Guerra Mundial, EE.UU. y Rusia dividieron Corea en dos Estados, separados por un frontera artificial trazada sobre el paralelo 38. Cuando nacen ambos países, en 1948, todo el mundo habría apostado por el Norte, pues albergaba el grueso de la industria coreana, mientras que el atrasado Sur poco más producía que alimentos. Pero el comunismo jamás funciona. Con las gloriosas recetas socialistas, Corea del Norte es hoy un país atrasado, que incluso pasa hambre (el propio Kim acaba de reconocer una severa carestía). Mientras que el Sur, pobre y analfabeto en 1948, ha dado un notabilísimo estirón: undécima economía del mundo y séptimo exportador. Los surcoreanos, 57 millones de habitantes, nos venden su alta tecnología, exportan su modernidad cultural (el K-Pop y su cine) y hasta han dado una lección al mundo frente a la pandemia. ¿Cómo lo han logrado? Pues con dos armas: montando una democracia liberal y con una apuesta casi febril por la educación, una obsesión para las familias y el Estado. Merced a su enorme entrega, los alumnos surcoreanos dominan los rankings planetarios.
Esta semana ha estado de gira por aquí el presidente de Corea del Sur, Moon Jae-in, un centrista de 68 años, católico de rosario diario. Con el Rey como anfitrión, visitó primero Madrid y luego, Barcelona. El coreano debe haber flipado con España. No habrá entendido nada de lo que vio. El amigo Moon se habrá quedado pasmado al enterarse de que el planazo del Gobierno español para mejorar la educación consiste en saldar el esfuerzo, todo lo contrario a lo que han hecho ellos para alcanzar sus extraordinarios éxitos. El coreano habrá cotejado sus bajas cifras de muertos por Covid con la catástrofe española y se preguntará cómo es que Sánchez todavía se atreve a pavonearse tras semejante horror (ayer el INE reveló que en 2020 hubo un exceso de más de 74.000 fallecidos; no solo lo hizo terriblemente mal, además engañó al país con las cifras).
El coreano se quedaría boquiabierto al ver que un tal Aragonès, presidente de una región de 7,5 millones de habitantes en un país de 47, se dedicaba a ponerse borde durante la visita de su Jefe del Estado, con feos tontolabas a un Rey que con su presencia no hacía más que apoyar a Cataluña. El coreano se habrá pellizcado perplejo al descubrir que esos señores que vio en Barcelona, exactamente iguales a los que había conocido en Madrid horas antes, poseen según sus dirigentes xenófobos un ‘hecho diferencial’ tan acusado –y superior– que les impide vivir un minuto más con sus compatriotas de siete siglos. Moon Jae-in habrá estado a punto de soplarse una botella de vino de penalti para olvidar que el presidente español, en lugar de defender al Jefe del Estado humillado por esos separatistas más bien frikis, está aliado con ellos, y hasta pretende liberar a los autores de un golpe de Estado fumándose a la Justicia. El presidente Moon se habrá marchado salmodiando la aguda cita que se atribuye a Bismarck: «España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse y todavía no lo ha conseguido».