IN-DUL-TOS
Sánchez hace todo lo posible por no pronunciar la palabra maldita. Es indiferente. Siempre se le recordará como el presidente que perdonó a los golpistas
ALGO de vergüenza deben darle a Pedro Sánchez los indultos cuando le cuesta horrores decir esta palabra. Por una vez que la pronuncia, otras diez veces no lo hace. En el Congreso, donde todo lo que se dice queda recogido en el Diario de Sesiones, el término de moda no ha salido de su boca en toda la legislatura y fíjense la de sesiones de control que Pablo Casado, Santiago Abascal e Inés Arrimadas le han atacado con esta cuestión. El presidente da vueltas y lo habitual es que se refiera a los indultos como «la decisión» o «esta cuestión». Otras veces ni eso. No responde o lo hace hablando de la Constitución y de su espíritu no escrito, de la concordia y de mirar hacia el futuro. Dan ganas de decirle: ‘Pedro repite conmigo, IN-DUL-TO. Es lo que vas a conceder’.
Además de la vergüenza, cabe otra explicación mucho más mundana para esta resistencia del presidente. Una razón tan simple, tan de imagen como aguar la munición a los periodistas críticos o a los que hacen vídeos virales utilizando la hemeroteca. Quédense ustedes con la explicación que más les convenza.
De un modo u otro, es evidente que Pedro Sánchez no se cree los argumentos que utiliza para defender el perdón a los golpistas y, por eso, elude nombrarlo si puede evitarlo. Si tan maravilloso fuera, si de verdad trajera la concordia entre los independentistas y el resto de España el líder socialista no tendría problema alguno en pronunciar la palabra y, además, atribuirse todo el mérito. ¡Como si no le conociéramos!. Pero no. Ni quiere decir indulto ni se compromete a que servirá para resolver o encauzar la situación en Cataluña. Todo su discurso gira en torno a generalidades sin aterrizar sobre el entendimiento, como si los españoles fueran niños pequeños, no empáticos y vengativos, a los que hay que enseñar a ser magnánimos porque es lo positivo. Positivo para Sánchez, claro.
Hay muchas diferencias entre la búsqueda de la concordia que sirvió para alumbrar la democracia y la que reclama el Gobierno socialista ahora, pero hay una fundamental: la meta. En 1978, la cesión, el acuerdo, el diálogo y el perdón tenían un objetivo que les trascendía: la democracia. Ahora, a diferencia de entonces, no hay meta alguna porque la otra parte vive de la discordia. Ayer era España nos roba, hoy son los presos y mañana será vaya usted a saber qué. ¿Qué conseguirá el Estado con los indultos? ¿Van a asegurar la unidad, la integridad territorial? ¿Abrirán al menos una nueva etapa que situará estos objetivos en el horizonte? Sánchez no puede responder a ninguna de estas preguntas sin disfrazar la verdad. Mientras tanto, puede esquivar las veces que quiera la palabra maldita. No le va a servir de mucho. Siempre se le recordará como el presidente del Gobierno que indultó a los golpistas.