Vuelve el zdanovismo
Gana adeptos en nuestra sociedad la inclinación a juzgar una novela o una obra de arte por su tesis o por la ideología del autor
TRAS morir Stalin en 1953, la figura de Andrei Zdanov quedó eclipsada por los nuevos vientos que corrían en la Unión Soviética. Pero las teorías de este colaborador y hombre de confianza del caudillo continuaron vigentes hasta el final de la era de Brezhnev en los años 70, provocando un tremendo daño a los escritores, músicos y artistas que intentaban sobrevivir en el comunismo.
Zdanov fue uno de los padres del realismo socialista, que, según su concepción, exigía la supeditación absoluta del arte a los intereses del partido. Toda aquella creación que no sirviese para exaltar los logros del régimen debía ser prohibida y sus autores, represaliados por traición. Siguiendo esta lógica, arremetió contra Eisenstein, Shostakovich, Prokofiev, Ajmatova, Pasternak y otras luminarias rusas, a las que expulsó del partido o hizo la vida imposible.
El Comité Central del PCUS aceptó en 1946 las tesis de Zdanov como la doctrina oficial del partido, que sería aplicada de forma estricta durante el mandato de Kruschev por Mijail Suslov, el guardián de la ortodoxia comunista. Suslov le dijo a Vasili Grossman que ‘Vida y destino’ tardaría 200 años en poder leerse en la Unión Soviética. Se equivocaba: sólo fueron 20, pero Grossman ya había muerto tras sufrir la persecución implacable del KGB.
El zdanovismo fue asumido por los partidos comunistas de Europa Occidental, pero fue rechazado por intelectuales como Jean-Paul Sartre, que lo calificó de aberración, lo que le costó una sectaria campaña en su contra.
Todas las obras ensalzadas por el lugarteniente de Stalin han pasado al olvido por su mediocridad. En cambio, buena parte de las que fueron prohibidas son hoy obras maestras. El tiempo ha dictado sentencia, pero el zdanovismo ha resucitado paradójicamente. Hoy no faltan quienes juzgan la creación literaria y artística por su ideología.
La dictadura de lo correcto políticamente se impone al valorar una obra y se aplica retrospectivamente al pasado. Hemos visto recientemente cómo se intentaba retirar el nombre de Ramón y Cajal de unos premios nacionales o cómo se decidía eliminar una placa en Cádiz de Pemán, un escritor monárquico y de derechas. Esto es un disparate del mismo calibre que el de los que proponen retirar un mural en un barrio madrileño en el que aparecen algunas pioneras del feminismo.
Gana adeptos en nuestra sociedad la inclinación a juzgar una novela o una obra de arte por su tesis o por la ideología del autor, prescindiendo de sus valores estéticos. Lo que cuenta es su afinidad con el que manda. El zdanovismo ha vuelto para quedarse en una nación fracturada en la que, si uno se atreve a cuestionar los dogmas del feminismo o a burlarse de los símbolos nacionales, es condenado al infierno. Yo no quiero vivir en un país así.