ABC (1ª Edición)

Lost in translatio­n

- TOKIO BLUES | PÍO GARCÍA

Ayer (juraría que fue ayer) llegué al aeropuerto internacio­nal de Haneda, en Tokio. Pasé ocho o nueve controles, enseñé veinte papelotes, recibí alguna educada reverencia, tuve que escupir en un tubito, se me cayeron los veinte papelotes, salí negativo por tercera vez en una semana, me dieron una acreditaci­ón con la mitad de mis apellidos y luego nos metieron a todos en un autobús para llevarnos a una explanada lejana a coger un taxi. Solo podía ir uno por taxi.

Mi taxista se equivocó de hotel. Al llegar a la recepción, el conserje me miraba asombrado. Repasaba la lista de los periodista­s alojados y no encontraba a nadie con esa exuberanci­a de nombres y apellidos tan española: «¡Pío Manuel García Tricio!», exclamaba. Parecía sinceramen­te azorado, como si yo hubiera sido víctima de alguna lamentable estafa, y a mí, con la espalda triturada y a punto de derrumbarm­e en lágrimas, me dieron ganas de declamarle elegíacame­nte todos los sitios por los que había tenido que pasar para llegar hasta ese mostrador: Calahorra, Alfaro, Castejón, Tudela, Ribaforada, Zaragoza, Madrid, Barajas, Londres-Heathrow, Haneda... Finalmente, al tipo se le encendió una lucecita, se metió en un despacho a todo correr y me trajo un mapa: tenía que ir a otro hotel, que se llamaba igual pero con la palabra ‘grande’ –así, en español–, al final. «Es nuestro gemelo. Está a dos minutos caminando», sonrió. Me dio un planito. Me perdí.

Quizá no debiera confesar estas cosas porque, según la organizaci­ón, debemos seguir una cuarentena rigidísima, pero disimulen: el caso es que me pegué un paseíto por Tokio con las maletas a cuestas mientras trataba de encontrar el camino adecuado. Vi gente comiendo bolitas de arroz y paseando perritos lanudos. Escondí mi acreditaci­ón para evitar que me delataran, aunque nadie parecía reparar en mí. Cuando llegué era ya noche cerrada. En la recepción había un individuo de uniforme, sentado con la espalda bien recta, solemne, imperturba­ble, que miraba al infinito como si le hubiera dado un pasmo. Creemos que es el hombre que nos vigila.

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