Y murió el PSOE
Sánchez se llevó a Valencia a sus cadáveres. Y ellos aplaudían
LA cabra esa de Guerra, la lealtad «crítica» de Felipe, Zapatero (el hombre de Maduro en España) agradeciendo a Ximo Puig no sé qué cuitas valencianas de cuando la República abandonó Madrid. Los barones compadreando su enfado por aquello de mantener perfil propio para seguir, que seguirán, en el plato y en la tajá, que dicen en mi tierra. Así fue el Congreso Federal del sanchismo en Valencia, el fin de semana en que dimos sepultura a la socialdemocracia y el PSOE hizo una de sus maniobras clásicas: remozarse en el abismo y en el lodazal. Se vio a Carmen Calvo llorar, porque su cuota y su feminismo ha quedado como rancio frente a las ‘botis’ de Irene Montero, y los botes que pegó la egabrense en el paseo del Prado en aquel 8-M vírico han quedado en nada. El sanchismo, pues, que avanza con los tiempos y tiene la habilidad de generar cadáveres y que los cadáveres aplaudan al mero vacío. Y un vídeo de una ‘runner’ por montañas verdes, quizá como un homenaje inverso a Ayuso. Y la cena y la recena con Pepelu Ábalos, amortizado, usado y deshecho cuando la cosa era que Delcy, como Imelda Marcos, se viniera a Serrano a probarse zapatos. Porque el sanchismo, pose de la nada, no quiere ya a esos fontaneros que huelen a Brummel, y a un tiempo que fue el más nuestro.
Qué PSOE se ha quedado, y qué chino y qué jarrón queda Felipe, asumido ya como la cuota de conciencia incómoda. Qué poco importa que las encuestas digan que España ha dejado de ser sanchista, que ya Bolaños, la lucecita/lumbrera de La Moncloa, se sacará un José Antonio volando por la vertical de Cuelgamuros y a la necrofilia la llamarán memoria democrática cuando toque. Porque los congresos federales tienen eso, la falsedad y lo de irse a Valencia con el principio, uno, de mantenerse lo que se pueda en la canonjía.
Después de la pantomima en el ‘Cap i Casal’ (Valencia), el PSOE no ha salido más fuerte, pero el sanchismo ha demostrado qué narices era eso de la resiliencia: que aquel otro octubre en Ferraz, cuando la primera crucifixión de Sánchez y esa gestora que pudo hacer posible otra España, fue un accidente.