ABC (1ª Edición)

André Ricard, el sabio que diseñó la vida cotidiana

► Pionero del diseño industrial español y creador de la antorcha olímpica de Barcelona 92, acaba de recibir el premio Design Europe de la Oficina de la Propiedad Intelectua­l de la Unión Europea

- DAVID MORÁN

Casi por casualidad, poniendo un poco de orden en el atiborrado y caótico escaparate de la agencia de viajes y transporte­s en la que trabajaba, André Ricard (Barcelona, 1929) descubrió en Londres lo que sería su oficio. O, mejor dicho, su forma de vida. Porque aún hoy, a sus 92 años, es capaz de dejarse llevar por ese impulso de solucionar algo que ni siquiera sabíamos que necesitaba arreglo y, alehop, sacarse de la chistera un coqueto cuenco de porcelana para mantener ocultos y a buen recaudo los huesos de las aceitunas.

«Los aciertos duran, los desacierto­s desaparece­n», defiende. Y en su caso, los aciertos ganan por goleada: la botella de leche Rania, los interrupto­res Ibiza, la pinza antipolill­as Orion, el cenicero Copenhague­n, las cafeteras Minimoka, las lámparas Fontana y Tatu, los frascos de colonia para Puig, la antorcha olímpica de Barcelona 92… Su hoja de servicios, impecable y repleta de objetos de uso cotidiano, es historia viva del diseño de cuando en España sólo él y Miguel Milá sabían que existía tal cosa.

«Para mí el diseño es hacer que las cosas útiles funcionen lo mejor posible», afirma ahora en ‘André Ricard. El diseño invisible’, documental realizado por Poldo Pomés y Xavier Mas de Xaxàs, que resume su trayectori­a como diseñador industrial y glosa toda una vida dedicada a la búsqueda de la más funcional de las bellezas. «Un tornillo allen es precioso, pero no nos damos cuenta porque lo que funciona bien no llama la atención», defiende Ricard.

Hijo de un emprendedo­r francés que hizo carrera en La Habana y Barcelona, André Ricard creció inventando juguetes para combatir el sopor de las horas muertas en el Valle de Arán, por lo que lo más normal era que se acabase inventando una profesión a medida. «Me llamaban la atención las formas de las cosas, porque la forma tiene una función. No es solo belleza», recuerda.

En 1951 descubrió el diseño en Londres y aquello le cambió la vida. Tanto es así que empezó a cartearse con Ryamond Loewy, gurú del diseño industrial y autor del legendario ‘Never Leave Well Enough Alone’. «Se abría una nueva era. Volví a España y, aunque el mundo había cambiado, Barcelona seguía igual», explica. Con el tiempo, sin embargo, llegaron los primeros encargos: un triturador de basuras por aquí, un envase de jarabe por allá; botellas de ginebra, pinzas para hielos y ceniceros entrados los sesenta; exprimidor­es y batidoras eléctricas; vajillas y frascos de detergente… En cada casa, ahora mismo, es más que probable que se acumulen objetos que pocos saben que llevan la firma de Ricard.

«El nombre no importa. Lo importante es el resultado», asegura con la misma modestia con la que relata cómo nacieron algunos de sus diseños más emblemátic­os. ¿El cenicero Copenhagen? Pura lógica para evitar que la ceniza acabase desparrama­da por todos lados. ¿Los interrupto­res Ibiza? Una manera de acabar con los cantos vivos y aportar «sensualida­d» al gesto de encender o apagar la luz. ¿La antorcha de Barcelona 92? Una apuesta por la modernidad y una respuesta a la desganada zanahoria de aluminio que Philippe Starck diseñó para los Juegos de Invierno de Albertvill­e de ese mismo año. «No usas lo bonito, utilizas lo útil», insiste Ricard, a quien la Oficina de la Propiedad Intelectua­l de la Unión Europea acaba de conceder el premio Design Europe. «Quien elige lo que perdura es la gente, no el diseñador», defiende un creador que, con la bandera de la funcionali­dad y el pragmatism­o siempre por delante, es capaz de encontrarl­e pegas a la todopodero­sa Apple y la superficie deslizante de sus aparatos. «El Ipad, si no se te ha caído un par de veces, es que lo has usado poco», asegura.

La firma de Ricard

«No usas lo bonito, utilizas lo útil», afirma el diseñador de los interrupto­res Ibiza, la pinza antipolill­as Orion y el cenicero Copenhague­n, entre otros muchos objetos

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// SANTA&COLE André Ricard, junto a la lámpara Tatu, uno de sus diseños más icónicos
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