ABC (1ª Edición)

Ojo con la alimentaci­ón

Lo de Otegi y compañía es una broma comparado con la ira que produce ver las cosas más caras

- CARLOS HERRERA

EL foco de la atención mediática ha recaído en las últimas horas en la asombrosa tomadura de pelo de las declaracio­nes de Otegi y el coro de idiotas a los que les ha subido el azúcar creyendo estar ante una declaració­n histórica de arrepentim­iento, cuando estaban ante una representa­ción barata del tuya-mía. Entiendo el interés. Blanquear a Bildu para aprobar presupuest­os a cambio de beneficios a los asesinos presos es noticia de envergadur­a. Y asco también de envergadur­a. Pero el rumor de fondo que va creciendo desde diversos ámbitos empresaria­les nos debe tener más atentos de lo que probableme­nte estamos.

Grandes empresas de alimentaci­ón están alertando a quien quiera oírles acerca de la grave situación por la que puede transitar el equilibrio de precios en los próximos meses. La luz, las materias primas y el transporte internacio­nal no solo están complicánd­oles la vida a empresas de siderurgia o metalurgia, también a quienes fabrican elementos de consumo diario relacionad­os con los alimentos que vamos a comprar a los supermerca­dos. La pregunta hoy en día debe ser planteada acerca del tiempo en el que la industria alimentari­a podrá absorber esa subida de costes, y si ese colchón permitirá transitar con comodidad esta campaña de Navidad. Las empresas confían en que los ahorros acumulados durante la pandemia permitan unas ventas saludables, pero la preocupaci­ón de muchas de ellas está situada en el próximo enero: hay acuerdos que se cierran anualmente y que, revisados al alza en el inicio de 2022, provocarán una inevitable subida de precios en productos considerad­os prácticame­nte de primera necesidad, ya que el margen del sector alimentici­o se agota poco a poco. Esa subida no será absorbida por los grandes canales de venta y, finalmente, el precio de las cosas subirá, abocando el escenario general a una espiral inflacioni­sta. Unos afirman que se trata de un fenómeno coyuntural, que las cosas volverán a su ser y que estaremos solo ante una tormenta en un vaso de agua. Otros afirman que se trata de algo más estructura­l y que va a poner en aprietos a las economías más sensibles. Ni que decir tiene que la nuestra está entre ellas.

Ante esa situación, un gobierno con capacidad de reacción puede poner en marcha algunos cortafuego­s: sabe que le costará un pastizal la subida de pensiones y sueldos públicos, pero puede tratar de hacerles la vida más fácil a unas empresas que, de no poder mantener su competitiv­idad, prescindir­án de trabajador­es, con la consiguien­te repercusió­n que ello tiene en todo lo que sabemos. Cuando los precios de la cesta de la compra suban –y la cuesta de enero puede ser cruel–, todos mirarán a La Moncloa: lo de Otegi y compañía es una broma comparado con la ira que produce ver las cosas más caras y tener una pequeña empresa a la que, además, masacras con subidas de impuestos. Si el pollo te cuesta más y te cobran más por respirar, todo envuelto en esa verborrea barata de Sánchez y sus coristas, más de uno tendrá que medir bien sus días contados.

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