ABC (1ª Edición)

Vinicius estrena omnipotenc­ia

∑El brasileño dio una exhibición en la primera parte y confirmó su condición de estrella emergente. Se mostró incontrola­ble y enseñó nuevos rasgos de carácter

- HUGHES

La inicial animosidad físico-táctica del Barcelona no era capaz de engañar a nadie. El Camp Nou iba a ser una silla de dentista indolora. Por mucho que se pulsasen los viejos reflejos, el Madrid no sufrió apenas y la ‘propuesta’ de Koeman (se dice propuesta a lo que no merece llamarse ataque) fue devastada por Vinicius en cuanto descubrió la espalda de Mingueza, que era como la rampa de un parque de atraccione­s, una lanzadera de emociones.

Dirán que Vinicius se confirmó en el Camp Nou, pero es opinable. Todo lo había hecho ya. Polarizar el juego, conducirlo, aparecer antes que nadie cuando el balón quema, irse de todos, irse desde muy lejos y desde muy cerca, bregar por la banda, ser rápido y potente y duro. La excepciona­l jugada en la que pidió penalti es uno más de esos eslalons que no hace nadie. A la bicicleta con la que dilata los duelos añade el recurso de prolongar el gambeteo recolocand­o la jugada: cuando la pelota parece que se le va, incluso si se le va para bien, la pisa y la devuelve al sitio del baile, al surco del tobillo, como si quisiese tener siempre la pelota en suerte de regate, en la disputada situación del duelo.

La memorable jugada de Alaba en el 0-1 contó con la fría asistencia de Rodrygo (20 años, y sin subgénero lírico que lo cante) y la preasisten­cia de Vinicius, otra cosa que ha hecho muchas veces.

Son gestos que le hemos visto, aunque hay que reconocer un par de importante­s novedades. Vinicius estrenó una sensación de omnipotenc­ia, de dominar no solo sus recursos, tantas veces incontrola­bles, sino el partido: se fue de quien quiso, cuando quiso y como quiso. Y hubo también vislumbres de pases al hueco, de clarividen­cias benzemesca­s, de inteligenc­ias y nuevas sutilezas espaciales y, junto a eso, los rasgos del carácter.

Cuando se fue por primera vez de Mingueza (sádicament­e expuesto por Koeman), al acabar su carrera se quedó observando el fondo del Camp Nou. Con su gran sonrisa de trompetist­a, de Satchmo del fútbol, de refundador del nuevo juego alegre, de rápido sobre la rapidez en la que han convertido el fútbol, con esa sonrisa y sin un ánimo retador o polémico, Vinicius se detuvo a mirar el estadio en el que iba a disfrutar. Exhibía una tranquilid­ad tan grande como para observar él a la grada antes de que todos los ojos se le quedaran prendados.

Cuando al reclamar penalti recibió la habitual intimidaci­ón de Alba, se revolvió contra él con maneras de adulto. Su boca no era ya sonrisa juvenil, sino el rostro rugiente de un portento que reclama un derecho natural, suyo, propio, a hablar en el campo.

Esos ademanes recordaban al despertar de Raúl (Alba sería su Vierchowod, porque todo va a menos) igual que su balbuceo del lenguaje de Benzema recuerda a los meses siguientes al debut de Raúl, cuando el avispado cazagoles empezó a pisar con otras

maneras la zona del 10.

Seriedad en la segunda

No brilló Vinicius en la segunda parte, pero fue interesant­e porque Ancelotti perseveró entonces en el retorno a la cautela zidanesca. Se vio la vieja seriedad. En algún momento se formó una línea de cinco atrás en la que Rodrygo hacía de lateral.

El Barça, sin Messi, era como una película de terror sin el terror. Sin la amenaza ominosa, sin el tío de la sierra mecánica, un film de terror deja de dar miedo y se convierte en paródica comedia adolescent­e, y eso era el Barça. No había hecho un chut y Ancelotti reforzaba la media con Valverde. Esto no salió del todo bien, pero dejó claro que Ancelotti contempla esa variable.

Blindó también el Madrid ese espacio tierno entre Casemiro y los centrales, poderosos de repente. Benzema pudo haber sentenciad­o y la mayor crítica no sería al conservadu­rismo de Carletto, sino a las innecesari­as dificultad­es finales por el cansancio de la media. Ancelotti va a tener que exprimir el mismo limón que Zidane, el de Casemiro-Modric-Kroos, administra­r sus últimas esencias cítricas.

Muy al final, pero con autoridad, concluyó Lucas Vázquez llegando al gol como llega un jugador de béisbol a la base. Piqué daba golpes al suelo invocando al VAR igual que un indio a un dios de la lluvia.

El Madrid confirmaba el camino: zidanismo retocado con la albahaca de Carletto. Los ‘socis’, en la grada culé, afrontaban un auténtico proceso de recomposic­ión facial. Sus caras, como podían, asimilaban una reversión de décadas. ¡Colágeno a esos rostros! ¡Esfuerzo sobrehuman­o!

La aportación de Rodrygo merece destacarse: dio la asistencia y se esforzó pisando zona defensiva

El espectácul­o inicial de Vinicius dio paso a un Madrid inconmovib­le atrás con gran actuación de sus centrales

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// EFE/EP LOS CENTRALES, PODEROSOS Arriba, Vinicius, en un remate. Abajo, Militao, que se entendió bien con Alaba en la defensa
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