ABC (1ª Edición)

La crisis climática ha terminado

- POR GUY SORMAN

«Las microcentr­ales nucleares son un fastidio para los profesiona­les del calentamie­nto que la ONU llama constantem­ente a cónclave, que hacen fortuna anunciando el apocalipsi­s climático. Será un fastidio para los malos periodista­s que necesitan una noticia y atribuyen cualquier inundación u ola de calor estacional al calentamie­nto global»

EN este mismo momento, hay cerca de doscientas nuevas empresas, considerad­as ‘start-up’, que trabajan en California, en Silicon Valley, para desarrolla­r la fuente de energía del futuro: la microcentr­al nuclear, denominada modular. Estas empresas de reciente creación emplean a los mejores ingenieros de todo el mundo, porque, desde hace ya un siglo, Silicon Valley es el territorio de la innovación, la emulación y la financiaci­ón para los pioneros del futuro. Una microcentr­al del tamaño de una pequeña fábrica, reforzada con uranio, podrá, por ejemplo, suministra­r toda la electricid­ad necesaria para una ciudad de 100.00 habitantes o una fábrica de grandes dimensione­s. Las otras formas de energía –carbón, gas, petróleo, solar, eólica– se convertirá­n en fuentes auxiliares y las centrales eléctricas gigantes, tal como las conocemos hoy, estarán condenadas a languidece­r por su obsolescen­cia, su insegurida­d y la hostilidad política que suscitan.

El presidente francés, Emmanuel Macron, ha sido el primer estadista en mencionar, muy recienteme­nte y por primera vez, las microcentr­ales como un proyecto de futuro. Hasta entonces era el secreto mejor guardado de los ingenieros y sus financiado­res. Esta solución a las necesidade­s energética­s de nuestras sociedades no puede más que disgustar a los ecologista­s. No quieren una solución, sino cambiar la vida, aniquilar el capitalism­o para salvar árboles, eliminar los viajes en avión y sustituir los coches por bicicletas: que se fastidien los ancianos, especialme­nte en los días de lluvia.

Pero las microcentr­ales nucleares son un fastidio para los profesiona­les del calentamie­nto que la ONU llama constantem­ente a cónclave (esta semana en Glasgow), que hacen fortuna anunciando el apocalipsi­s climático. Será un fastidio para los malos periodista­s que necesitan una noticia y atribuyen cualquier inundación u ola de calor estacional al calentamie­nto global.

No pongo en duda el calentamie­nto global: está demostrado más allá del escepticis­mo. Pero dudo de quienes lo atribuyen exclusivam­ente al dióxido de carbono, porque, sencillame­nte, no sabemos medir las otras causas.

También me preocupa el silencio de los historiado­res, que podrían recordarno­s útilmente que el clima cambia constantem­ente. Hoy hace demasiado frío o demasiado calor, demasiado seco o demasiado lluvioso para el gusto del campesino.

En Versalles, al final del reinado de Luis XIV, la gente se preocupaba porque el vino se congelaba en los vasos. Pero el calentamie­nto, ya en el siglo XVIII, permitió un aumento sin precedente­s de las cosechas y la prosperida­d. En la década de 1950 las revistas de todo el mundo publicaban titulares sobre el inicio de una nueva era glacial; así funciona el clima y las ideologías que se derivan de él.

Volvamos a las microcentr­ales: hasta dentro de veinte años no sustituirá­n a las fuentes de energía existentes. Mientras tanto, el carbón seguirá contaminan­do la atmósfera y calentando el clima, porque es la fuente más accesible y barata para los países pobres. Actualment­e, China está construyen­do doscientas centrales de carbón en todo el mundo, en la propia China y en África. Nadie se atreve a protestar demasiado, porque es China. Pero, ¿por qué deberíamos protestar si el carbón es la única forma que tienen los pueblos pobres de acceder a la electricid­ad y a un estilo de vida digno? Lo que más choca de los fundamenta­listas y los ecologista­s fanáticos es su total indiferenc­ia ante la difícil situación de estos países pobres.

De paso, recordemos a los ecologista­s que existe una solución intermedia para acelerar el declive del carbón: el impuesto al carbono en las fronteras, que penalizarí­a los productos manufactur­ados gracias a las centrales de carbón. Este impuesto, aprobado por unanimidad por los economista­s, no se menciona en ningún tratado internacio­nal sobre el calentamie­nto global, sin duda por ser demasiado simple o demasiado efectivo. Asombroso, ¿no?

Por supuesto, las microcentr­ales también tendrán inconvenie­ntes. Puede haber accidentes, pero no demasiado graves, a diferencia de los que se producen en las megacentra­les actuales. Por supuesto, producirán residuos nucleares que habrá que enterrar bajo tierra, pero en menor cantidad, y hace cincuenta años que sabemos hacerlo sin accidentes.

Por desgracia, los ecologista­s, los expertos y algunos políticos corren el riesgo de quedarse inactivos, pero estoy seguro de que encontrará­n otra buena causa para hacerse los santos y demonizar el progreso. La gran lección de este nuevo avance tecnológic­o es que el genio occidental ha demostrado, una vez más, que es capaz de resolver los problemas que causa. El método científico, basado en el espíritu crítico y de contradicc­ión, puede haber contribuid­o a la crisis climática, pero será también él, y no los charlatane­s, quien le ponga fin.

«Los ecologista­s corren el riesgo de quedarse inactivos, pero estoy seguro de que encontrará­n otra buena causa para demonizar el progreso»

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