ABC (1ª Edición)

LA ILEGALIDAD COMO COSTUMBRE

Más que una enmienda a la totalidad del Tribunal Constituci­onal al estado de alarma, lo ocurrido es una auténtica moción de censura jurídica, y por triplicado, al sanchismo

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TRES sentencias del Tribunal Constituci­onal vinculadas al estado de alarma decretado por Pedro Sánchez durante la pandemia, y tres derrotas sin paliativos que, además, son el relato más contundent­e posible contra una forma de gobernar basada en la ilegalidad. Ahora sí, puede decirse que Sánchez ha hecho de la inconstitu­cionalidad una costumbre. Y que aunque ya no vaya a surtir grandes efectos jurídicos porque resulta imposible retrotraer en el tiempo a los millones de españoles que quedaron recluidos en sus casas, y expuestos a una cogobernan­za autonómica abusiva durante seis meses, la segunda sentencia que considera ilegal el estado de alarma sí es una desautoriz­ación definitiva de Sánchez. No convocará elecciones porque la hemeroteca y la asunción de responsabi­lidades políticas le dan tan igual como la legalidad vigente. Y porque el Gobierno ya ha dado por amortizada­s las consecuenc­ias políticas del primer fallo que tumbó su estado de alarma. Por eso, la segunda sentencia le parecerá aún más irrelevant­e.

Sánchez no se marchará, pero el retrato que hace el Tribunal de su concepción del Estado, del valor que concede a un Parlamento prácticame­nte secuestrad­o durante meses, y de la labor de fiscalizac­ión del Gobierno por parte de la oposición, es demoledor. Pocos presidente­s en el planeta actuaron con tan poca transparen­cia durante la pandemia, con un criterio tan autoritari­o e intervenci­onista, y con una utilizació­n tan caprichosa de la legalidad como Sánchez. Y los que lo hicieron no se caracteriz­an precisamen­te por su marchamo democrátic­o.

La izquierda volverá a argumentar que el TC está viciado por su mayoría conservado­ra y por factores ideológico­s, pero a buen seguro no incidirá en la letra pequeña. Por ejemplo, que el presidente del TC, propuesto en su día por el PP, ha votado por enésima vez con el bloque progresist­a; y que la vicepresid­enta, avalada por el PSOE, ha considerad­o ilegal el segundo estado de alarma, igual que hizo con el primero. Y tampoco incidirán en que el magistrado Andrés Ollero, conservado­r, antiguo diputado del PP, y que consideró legal, útil y oportuno el primer estado de alarma, juzga ahora abusivo el segundo. Estas considerac­iones caerán en saco roto en la izquierda, porque de lo que se trata es de manipular a la ciudadanía, defender a Sánchez a ultranza, y seguir estigmatiz­ando al Tribunal acusándolo de seguir órdenes de la derecha política. Pero los votos no engañan.

Es el Gobierno quien debe plantearse de una vez por todas dejar de afirmar que sus medidas contra la pandemia fueron proporcion­adas y necesarias, y que salvaron vidas. Porque por mucha buena fe que pusiera contra la pandemia, el Estado tiene normas y no se usan de manera torticera, como sostenía el recurso de Vox que ha triunfado. Esta vez al menos el Gobierno ya no ha arremetido contra los magistrado­s ni les ha acusado de «hacer elucubraci­ones doctrinale­s». Aquel ataque contra la primera sentencia fue inmiserico­rde, injusto, y demostrati­vo de que el PSOE solo entiende el poder desde la sumisión de los poderes legislativ­o y judicial. Con todo, lo más grave es que se lleguen a normalizar tanto los reveses del TC al Gobierno, como si la costumbre dejase de ser noticia. Porque el adormecimi­ento social frente a conductas ilegales del Gobierno sería el mejor salvocondu­cto para que se siga maltratand­o la Constituci­ón lo que reste de legislatur­a. Más que una enmienda a la totalidad del TC al estado de alarma, lo ocurrido es una moción de censura jurídica al sanchismo. Aquel que se valió de una única frase en una sentencia para echar del poder al PP, hace ahora caso omiso a tres durísimos fallos del TC contra él. La cosa es no darse por aludido.

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