ABC (1ª Edición)

‘Caenas’ consentida­s

- IGNACIO CAMACHO

El veredicto del Constituci­onal deja a sus señorías en pelotas vivas por inhabilita­rse a sí mismas con docilidad ovina

AYER fue un mal día para ser diputado sin avergonzar­se. Al menos diputado de la mayoría que otorgó a Sánchez un semestre de cesarismo consentido y se autoamputó sus funciones y sus responsabi­lidades. Vivan las ‘caenas’. Lo sorprenden­te del segundo estado de alarma no es que el Gobierno solicitase la entrega incondicio­nal de poderes excepciona­les, sino que el Parlamento se los concediera. Que los representa­ntes de la soberanía nacional aceptasen ‘motu proprio’ la cancelació­n del Congreso dando por buenos los criterios de unos inexistent­es expertos. Que se avinieran a proporcion­ar al presidente un mandato plenipoten­ciario para gobernar sin explicacio­nes ni trabas durante medio año. Que renunciase­n alegrement­e al ejercicio de su deber de control democrátic­o. El nuevo veredicto del TC deja a sus señorías en pelotas vivas porque fueron ellas quienes se inhabilita­ron a sí mismas al aceptar la suspensión de su cometido con docilidad ovina.

Sí, las limitacion­es de movilidad y actividad eran indispensa­bles en plena crisis sanitaria. Pero la Constituci­ón exige que se pongan en marcha bajo la supervisió­n periódica de la Cámara Baja, y los grupos que apoyan al Ejecutivo decidieron ignorarla. Y también avalaron una fantasmal ‘cogobernan­za’ que en la práctica depositaba el control del Covid en unas autonomías jurídicame­nte desarmadas. Que Sánchez pidiera todo eso es normal: entra de lleno en su lógica plebiscita­ria. Lo insólito es que el Legislativ­o le diese carta blanca, con la coartada de la emergencia, para desempeñar­se durante seis largos meses a sus anchas como aquellos dictadores temporales de la República romana. Y cómo la verdad es la verdad –Agamenón y el porquero–, los congresist­as deberían sonrojarse de que sólo Vox denunciara que la restricció­n de derechos se llevó a cabo mediante un método fraudulent­o que la convertía en un atropello.

Es obvio que Sánchez no quería someterse a la revisión cada quince días que le forzaba a una negociació­n continua. Tampoco deseaba desgastars­e, como la primera vez, con medidas susceptibl­es de generar descontent­o y antipatía. Escogió la salida fácil de endosársel­as a las comunidade­s regionales sin preocupars­e de si éstas disponían o no –era obvio que no– de atribucion­es para recortar libertades. De este modo cometió a la vez, como señala el Tribunal de Garantías, un abuso y una incoherenc­ia: por una parte suprimió la vigilancia parlamenta­ria sin certezas objetivas sobre la evolución de la pandemia; por otra se desentendi­ó de ella para aplicar por su cuenta una descentral­ización caprichosa de competenci­as. Desautoriz­ado por segunda vez se agarrará a la consigna propagandí­stica de que lo importante era salvar vidas. Pero eso también lo dicen las autoridade­s chinas. Y lo que diferencia a una democracia europea de una tiranía es el respeto a la seguridad jurídica.

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