Ignorantes
La Universidad hoy silencia al disidente
Están quedando las universidades que da gusto verlas. El 10 de septiembre, el compositor Bright Sheng, que daba un seminario sobre música en la Universidad de Míchigan, quiso enseñar a sus alumnos cómo Verdi adaptó y musicalizó el ‘Otelo’ de Shakespeare. A este prestigioso músico, superviviente de la revolución cultural china, se le ocurrió la locura de ponerles a los jóvenes el ‘Otelo’ de Laurence Olivier, en que este último encarnaba al moro de Venecia, con la cara pintada de negro.
Los estudiantes, heridos al parecer en lo más profundo de su sensibilidad, estallaron. Protestaron en redes y en persona. Acudieron al decano y al rector. Clamaron porque Sheng les había agredido en lo que se les antojaba un acto de racismo sin precedentes en sus aulas.
El profesor se disculpó, dos veces. Aun así fue expulsado. Su clase la va a acabar otro, según el decano, «para promover un ambiente educativo positivo». Una estudiante presente en la clase dio después una entrevista en que denunció: «Me sorprendió que proyectara algo así en lo que se supone que es un espacio seguro».
Así está envenenando la esencia misma de las aulas esta generación de indignados permanentes. Para ellos las universidades, que en su día fueron espacios de debate y confrontación, de agrias polémicas de las que emanaba un conocimiento superior, deben ser un refugio en el que se prohíben opiniones o puntos de vista opuestos al suyo. En esos centros educativos no se practica ya la libertad de expresión, sino la libertad de silenciar al contrario.
Nada les importa a esos alumnos la perspectiva de un profesor nacido en China, que nada tiene que ver con el pasado racial americano, o el valor de una película británica de 1965 con una desafortunada elección para ocultar la ausencia de un protagonista negro.
Este caso no es una excepción. Las universidades americanas prohíben el ‘Otelo’, vetan ‘Lo que el viento se llevó’, tapan murales de Colón, silencian a feministas que se oponen a la teoría transgénero, destierran del campus a intelectos conservadores.
Así, las facultades acaban siendo grises monopolios de un nuevo pensamiento único, donde el debate perece, acallado por la placidez de saber que nadie le va a hacer a uno replantearse sus prejuicios.