Percepciones y realidades
La renovada amenaza terrorista de Afganistán no se puede separar de la caótica retirada de EE.UU.
Una cosa es saber que no se puede ganar una guerra y otra, muy distinta, es escenificar una vergonzosa y debilitante derrota. A los dos meses de la caótica salida de las últimas tropas del Pentágono desplegadas en Afganistán –malamente negociada desde la Casa Blanca por Donald Trump y peor ejecutada por Joe Biden– ya empiezan a vislumbrarse consecuencias negativas para la seguridad de Estados Unidos, que hoy en día sería más vulnerable a un ataque terrorista yihadista que antes de la estampida de Kabul.
Muchas fuerzas hostiles en el complicado escenario de Asia Central y Oriente Próximo, junto a otras potencias rivales repartidas por todo el mundo, han querido interpretar todo lo ocurrido en agosto como una victoria sobre el gigante americano. Con el valioso incentivo que supone acceder a esa exclusiva legitimidad que durante el último medio siglo solamente han conquistado países como Cuba o Vietnam.
Dentro del típico juego de sillas musicales de Washington (en el que ninguna institución, cargo político o agencia quiere asumir responsabilidades ajenas), los servicios de inteligencia de Estados Unidos han empezado a advertir sobre el riesgo de ataques terroristas orquestados desde Afganistán. Es decir, que los yihadistas no estarían perdiendo el tiempo para volver a la casilla de salida del 11-S.
La realidad es que los talibanes, entre su incompetencia y complicidad, están creando las condiciones favorables para que Afganistán vuelva a convertirse en un parque temático para un yihadismo más inspirado que nunca. Este incremento de la amenaza ha sido descrito en la jerga burocrática de Washington como «un ambiente muy dinámico» y una amenaza «más ideológicamente difusa y geográficamente diversa». Todos sus enemigos han tomado buena nota de la incapacidad demostrada por EE.UU. tras haber malgastado veinte años y dos billones de dólares para estabilizar un país de 35 millones de habitantes. La capacidad demostrada por EE.UU. en algunos momentos decisivos de la Guerra Fría ha dado paso a un profundo y peligroso cansancio.