ABC (1ª Edición)

«¿Qué me queda por hacer? Un libro que valga la pena»

►A punto de cumplir 98 años, la escritora uruguaya visita España para presentar su último libro y ofrecer varios recitales de poesía

- INÉS MARTÍN RODRIGO

A punto de cumplir 98 años, Ida Vitale (Montevideo, 1923) sigue haciendo honor a su apellido. El casi siglo que lleva a sus espaldas no le ha impedido cruzar el charco, con la pandemia aún haciendo de las suyas, para presentar en España su último libro, ‘Tiempo sin claves’ (Tusquets), y ofrecer varios recitales de poesía, uno de ellos hoy en la Residencia de Estudiante­s. En unos días, marchará a Barcelona, y después pondrá rumbo a Milán y Venecia. Y eso que a Madrid llegó tras pasar por Granada y Juzbado, un pequeño pueblo salmantino con tanta pasión por sus letras que las tiene estampadas en sus muros. A su lado, una se siente ‘chiquita’, que diría ella, con ese acento de rima silábica, pues su presencia es tan inmensa como su poesía, como toda su escritura, en realidad. Aunque Vitale se queda con la prosa. Espontánea y dulce, generosa y compasiva, severa en sus juicios y cabal en sus razonamien­tos, todavía soñadora a través de versos escritos desde la plena conciencia de lo que supone estar vivo, la premio Cervantes afronta cada amanecer sabiendo que existir duele y que nada hay seguro. —Celebrará su 98 cumpleaños el 2 de noviembre y lo hará aquí, en España. ¿De dónde saca tanta vitalidad? —Ay, yo qué sé, el chocolate [ríe]. Sí, sí, el chocolate es básico. Por lo menos, agradezco que la cabeza me funcione y poderme mover. No tengo empleada, entonces estoy obligada a seguir, a hacer las cosas, la compra... Me acuerdo que mi abuela a los 80 años estaba aposentada en un sillón y solo se levantaba para ir a comer. Y yo decía: «Ay, qué horrible ser viejo, lo que me espera...». Por suerte, todavía puedo moverme.

—Casi un siglo lleva a sus espaldas... Bastante bien está.

—Sí, sí, sobre todo que el siglo ha sido complicado.

—Fíjese el final, quién nos iba a decir que vendría una pandemia como esta...

—Sí, además no se le ve el límite, no se sabe de qué sale, por qué...

—¿Cómo vivió el confinamie­nto?

—En Montevideo, encerrada, pero encerrada un poco porque ya estaba cansada de dar vueltas, tenía que trabajar. No me preocupaba. Yo vivo automática­mente confinada a esta altura.

—Puede ‘viajar’ en su gran biblioteca.

—Sí, todavía, en parte. Yo estuve casada una vez primera y divorciada, y ahí una parte de mi biblioteca voló, porque la otra parte también estaba interesada, aunque yo había formado una biblioteca desde niña. Las biblioteca­s cambian, pero la conciencia de que la biblioteca es básica la tenía. Pero bueno...

—Y le dolió perder esos libros...

—Algunos sí, porque no los he recuperado, ediciones que no se han hecho de nuevo... Yo tenía parte de los libros de mi casa, de mi familia. Me acuerdo de un mueblecito donde estaba el teléfono, que esa biblioteca prácticame­nte me la quedé toda; ‘Guerra y paz’ estaba ahí, Dostoievsk­i, casi todos los rusos los tenía ahí... Uno se aferra a los libros como a los animalitos [ríe]. —En su último libro cita a Gabriel Zaid: «El tiempo irrumpe cuando ya no hay tiempo». ¿Cómo afronta usted el paso del tiempo y qué le queda por hacer? —¿Qué me queda por hacer? Escribir un libro que valga la pena [ríe]. A mí me interesa mucho la prosa, leo mucha más prosa que poesía. Una novela buena te marca para toda la vida. Yo todavía, de cuando en cuando, releo ‘Guerra y paz’, aunque no tiene nada que ver con mi circunstan­cia, pero bueno, son libros, personajes, cosas que te quedan, libros que se olvidan y te queda como el hueco, allí había algo que querría volver a leer... En casa siempre hubo libros. Yo tuve muy buenas profesoras.

—¿Cuál es el secreto para enseñar bien?

—Ah, es tan difícil establecer la comunicaci­ón, transmitir el entusiasmo que uno tiene... Tienes que haber tenido

Vida y muerte

«Debes seguir trabajando, no tienes otra. La vida es la que te salva... O te suicidas, pero eso es tramposo»

Escritura y lectura

«No escribo a diario. Hay tanto por hacer... Siempre me gana más leer que escribir. Una buena novela te marca»

entusiasmo para aprender una cosa en serio y poderla enseñar.

—Es parecida a la relación que se establece entre el escritor y el lector.

—Casi tanto como la relación entre dos personas cualquiera, hay chispa o no hay chispa, hay simpatía o no, qué sé yo... Uno no analiza esas cosas, las vive, o las padece, en todo caso. Quizás lo peor que uno puede padecer es tener que tratar a alguien que a uno no le cae bien, el jefe o el subordinad­o, lo mismo da. —Es curioso, porque, al leerla, yo tengo la sensación de que usted es una autora muy joven. Hoy, precisamen­te, compartirá recital en la Residencia de Estudiante­s con dos poetas bien jóvenes. ¿Cómo se siente? —Con el ser humano no hay problema, porque la gente no anda leyendo poemas por el mundo. Lo más difícil quizás es encontrar un libro que tú quieras seguir leyendo.

—¿Y cuál es ese libro para usted?

—Bastantes, hay cosas a las que uno vuelve... La lengua que leo menos bien es el inglés. Leo en francés, en italiano... Incluso empecé alemán, que es una lengua que me encanta, pero me encanta por la música, por el canto. Yo estudié canto por mi cuenta, en casa ni se enteraron nunca. Así descubrí la música cantada, Schubert, Bach, Brahms... Fue la época más feliz de mi vida. Con lo cual, me he vuelto intolerabl­e para la voz humana cuando no es lo que quiero [ríe].

—¿Debe el escritor pensar en el lector?

—No, no, no. Si yo pensara en el lector no sacaría lo que tengo... Me gusta manejarme con un lenguaje más o menos obvio, no buscar lo muy raro, barroco, inusual, qué sé yo, traído por los pelos.

—¿Y escribe a diario?

—No, hay tanto por hacer... A mí siem

pre me gana más leer que escribir.

—Tengo que confesarle que me ha emocionado mucho leer el largo poema que dedica a Enrique Fierro, su segundo marido. ¿El duelo se pasa o tenemos que aprender a vivir con él?

—Supongo que hay que aprender a vivir con él, depende de cada uno. En el caso de él, fue el segundo marido. El primer marido fue el padre de mis hijos. Pero era una persona de enorme generosida­d intelectua­l. Era menor, lo cual complicaba un poco, nos complicaba ante el mundo, pero no ante nosotros. Fue una relación muy natural, fue un gran compañero. Eso sí, fue terrible vivir la muerte, que fue una cosa muy corta, porque en el fondo él disimuló mucho lo que eran los comienzos, le daba más pereza caminar, pero nunca me dijo me siento mal... Fue muy repentino, en el fondo, porque todo se precipitó.

—¿Las palabras pueden rellenar un poco la ausencia o es imposible?

—No, son dos cosas separadas. No, no, no, no hay nada que supla. Cuando la persona que ‘tenés’ al lado es muy abarcadora, y está en todo... Él era escritor, también... No es que nos gustara todo por igual, pero había una comunicaci­ón constante y me ayudaba mucho en ese sentido, en el sentido de no necesitar nada más, eso es bastante importante.

—Es lo básico en esta vida...

—Lo básico. Aprendí que hay que saber elegir. La primera vez me equivoqué [ríe]. Es muy complicado entender. En general, todos tratamos de dar una imagen en la vida cotidiana, en la vida real, que no es la básica, porque la básica se va a dar en circunstan­cias complicada­s o que te tocan mucho. No se trata de que a la hora de la comida todo sea armonioso, es complicado. Pero bueno, todos tenemos un instinto que nos hace entender, supongo, por dónde va la pareja.

—«Como no estás a salvo de nada, intenta ser tú mismo la salvación de algo», reza otro de los poemas de ‘Tiempo sin claves’. Yo le pregunto: usted, ¿qué o a quién salvó?

—Ah, eso no sé... Muerto Enrique creo que no salvé a nadie.

—¿Y qué le salvó a usted?

—Bueno, seguir trabajando, no tienes otra, la vida es la que te salva, porque nadie puede... O te suicidas, también, pero eso es tramposo.

—¿Por qué?

—Porque supongo que hay que tratar de superar o ser útil a otro...

—¿La vida ha sido generosa con usted?

—Creo que sí, ¿qué más voy a pedir? La gente es buena.

—Uno recibe lo que da...

—Bueno, tampoco pido mucho, no hay que quejarse.

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// JOSÉ RAMÓN LADRA La poeta Ida Vitale, fotografia­da ayer en la Residencia de Estudiante­s, a su paso por Madrid
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