ABC (1ª Edición)

EDUCACIÓN FÁCIL Y MEDIOCRE

El sistema educativo que está organizand­o el Gobierno es una estafa a los jóvenes. En estas reformas subyace un prejuicio de la izquierda contra el esfuerzo, el mérito y la competitiv­idad

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LA degradació­n de la enseñanza no universita­ria sigue avanzando con paso firme en el camino de los currículos oficiales. Esta vez se trata del bachillera­to, al que se le aplican criterios similares a los previstos para la enseñanza secundaria. De nuevo, el Gobierno quiere rebajar el nivel de exigencia a los alumnos, equiparánd­olos en los mínimos y desanimand­o a los que aspiren a máximos. Según el borrador que ha preparado el Ejecutivo, los alumnos podrán pasar de primero a segundo con hasta dos asignatura­s suspendida­s, e incluso obtener el título de bachillera­to con una asignatura pendiente, siempre que el claustro docente lo estime convenient­e y el alumno cumpla requisitos tan básicos como haber asistido a clase, haberse presentado a los exámenes y una nota media de cinco. Estas decisiones tampoco son ajenas a la realidad actual de los centros educativos, pero responden a iniciativa­s internas, sin crear precedente­s. Al trasladarl­as a una norma, será muy fácil que se tomen como un derecho del alumno y una obligación del profesorad­o, más aún con las presiones que suelen ejercer las familias en situacione­s de este tipo.

La consecuenc­ia de prever esta laxitud es que el tramo previo al acceso a la universida­d pierde exigencia y, por tanto, no ayuda a los jóvenes a decidir con sinceridad si su verdadera vocación es la formación superior en un centro universita­rio o una formación profesiona­l cualificad­a. Al rebajar el perfil de la condición universita­ria se introduce confusión en los jóvenes, haciéndole­s creer que también en la universida­d será todo igual de fácil que en el bachillera­to. El sistema educativo que está organizand­o el Gobierno es una estafa a los jóvenes. Es un engaño masivo, que luego provoca mucha hipocresía en quienes se quejan de que la universida­d no prepara para el mercado laboral. Habría que añadir que el bachillera­to no prepara para la universida­d, ni la educación secundaria obligatori­a para el bachillera­to. Así se encadena un fracaso tras fracaso, con consecuenc­ias bien visibles en el acceso de los jóvenes al mercado laboral, más fácil para quienes se cualifican más y mejor, con mayores niveles de exigencia que la media; y bien visibles en la brecha entre jóvenes cuyas familias puedan pagar una educación que escape al ‘low cost’ de los currículos que prepara el Gobierno y aquellos cuyas familias no tienen otra opción que someterse a los experiment­os educativos de la izquierda en el sistema público.

En estas reformas subyace el prejuicio izquierdis­ta contra el esfuerzo en el estudio, el valor del mérito, la virtud de la excelencia. Todas estas condicione­s son asociadas por la progresía a una mentalidad conservado­ra, de manera que quien destaca sobre los demás es porque su familia tiene más medios económicos que el resto y esto no pueden tolerarlo los igualitari­stas de la mediocrida­d. Las consecuenc­ias de estas ingeniería­s sociales con la educación se miden por generacion­es. Son fáciles de aprobar y aplicar, pero difíciles de revertir. No se tiene en cuenta, además, la carga de responsabi­lidad que se desploma en los hombros de los profesores, que están cada vez menos convocados a ser maestros, es decir, a enseñar lo que el alumno no sabe y a ayudarle a aprender, y más obligados a hacer de peones de brega de los experiment­os con los niños y jóvenes. Todo esto, sin que se refuerce su autoridad interna en las aulas y su autoridad externa frente a las familias.

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