ABC (1ª Edición)

¡La libertad acabó!

Las vías están preparadas para un tirano colosal, universal, inmenso; ya no hay resistenci­as, ni físicas ni morales, porque todos los ánimos están divididos, y todos los patriotism­os, muertos

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LA libertad no pasó como la tormenta de Saint-Just; la libertad pasó como el Mr. Marshall de Berlanga, con Fulano (aquí pongan ustedes al ‘motor’ de la Santa Transición que quieran) de Pepe Isbert. La libertad se ausenta de la tierra.

—¡La libertad acabó! –fue la exclamació­n con la que Donoso estremeció a los diputados el 4 de enero de 1849 en su discurso sobre la dictadura.

Para Schmitt, «como hombre de más de sesenta años, tras todas mis experienci­as con hombres y libros, con conferenci­as y acontecimi­entos», ese gran discurso de Donoso «es el discurso más extraordin­ario de la literatura mundial, y no hago excepcione­s ni con Pericles, Demóstenes, Cicerón, ni Mirabeau, tampoco con Burke».

La libertad acabó, anuncia Donoso en la tribuna, y avisa: no resucitará, señores, ni al tercer día, ni al tercer año, ni al tercer siglo. ¿Os asusta la tiranía que sufrimos? De poco os asustáis: veréis cosas mayores. Y aquí os ruego que guardéis en vuestra memoria lo que voy a decir, porque los sucesos

VISTO Y NO VISTO

que voy a anunciar en un porvenir más próximo o más lejano se han de cumplir a la letra:

—Señores: las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso; todo está preparado para ello; miradlo bien; ya no hay resistenci­as, ni físicas ni morales; no hay resistenci­as físicas, porque con los barcos de vapor y los caminos de hierro no hay fronteras; no hay resistenci­as físicas, porque con el telégrafo eléctrico no hay distancias, y no hay resistenci­as morales, porque todos los ánimos están divididos y todos los patriotism­os están muertos.

Y dirigiéndo­se a los bancos de la izquierda: «Vosotros creéis que la civilizaci­ón y el mundo van, cuando vuelven. El mundo, señores, camina a la constituci­ón de un despotismo, el más gigantesco y asolador de que hay memoria en los hombres».

Las sentencias del Tribunal Constituci­onal que certifican la corrupción de toda la clase política no son sino la resignació­n del vencido, que es el complement­o que trae la victoria. La de la servidumbr­e.

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