ABC (1ª Edición)

Sale a la luz el último tesoro de Franz Kafka: todos sus dibujos

Se publica en España una antología de su obra sobre papel completa, que incluye muchas inéditas

- DAVID MORÁN

«Debes saber que tiempo atrás era un gran dibujante… En aquella época, que ya han pasado muchos años, esos dibujos me satisfacía­n más que cualquier otra». Con estas palabras se confesaba Franz Kafka (1883-1924) con Felice Bauer en uno de los muchos intercambi­os epistolare­s que mantuvo el escritor checo con su prometida. Porque la escritura fue el faro y la razón de ser del autor de ‘La transforma­ción’, sí, pero el dibujo siempre estuvo ahí, como un amor de juventud cuyo ardor jamás llegó a extinguirs­e del todo.

«¿Te gusta mi dibujo? Debes saber que tiempo atrás era un gran dibujante, pero luego me puse a aprender dibujo académico con una mala pintora y eché a perder todo mi talento. ¡Imagínate! Cualquier día de estos te mandaré unos dibujos viejos, para que tengas de qué reírte», le insiste a Bauer, a quien llega a dibujarle en una de sus cartas una suerte de didáctico croquis con las diferentes maneras que tienen los amantes de agarrarse del brazo mientras pasean por el parque.

«Hay momentos en los que la literatura no era suficiente y utilizaba dibujos», ilustra ahora Joan Tarrida, editor de Galaxia Gutenberg y encargado de publicar en España ‘Los dibujos’, volumen que reúne por primera vez todos los dibujos, muchos de ellos inéditos, que el escritor checo realizó entre 1901 y 1924. «Kafka empieza a dibujar antes que a escribir», destaca Tarrida, para quien con la publicació­n de esta antología de obra sobre papel se coloca la última pieza del vasto y complejo puzle kafkiano. «No queda nada más inédito. Solo los cuadernos de cuando estudiaba hebreo», desvela el editor.

Periplo rocamboles­co

Pese a que algunos de estos dibujos ya habían visto la luz y 40 de ellos apareciero­n en 2011 en un libro publicado por Sexto Piso, el resto, más de un centenar, permanecie­ron fuera de la circulació­n hasta 2019. La historia, como casi todo lo que tiene que ver con el autor de ‘El proceso’, es rocamboles­ca y orilla el dislate: tras la muerte de Kafka en 1924, su amigo y albacea Max Brod recopiló el legado del autor, hizo caso omiso de la petición de Kafka de prenderle fuego a todo, y se lo llevó a Palestina huyendo de los

El libro recopila más de 140 dibujos que Kafka realizó entre 1901 y 1907, mientras estudiaba en la universida­d

nazis. Con los años se publicaría­n las obras completas y algunos dibujos servirían para ilustrar libros del propio Brod como ‘La fe y la doctrina de Franz Kafka’ o su biografía de 1937. El grueso de la obra dibujada, sin embargo, seguía bajo llave, y cada petición de publicació­n o exposición era despachada por Brod con excusas relativas a la fragilidad de los materiales.

El problema, sin embargo, era otro, ya que en realidad Bron no tenía los dibujos: se los había legado a su secretaria y amante, Ilse Ester Hoffe. Fue la muerte de ésta en 2007 lo que desencaden­ó un litigio que ganó la Biblioteca Nacional de Israel gracias a una cláusula del testamento de Brod que decía que los dibujos debían ser depositado­s en la biblioteca israelí. Un jaleo a la altura de las desventura­s de Josef K que termina ahora con la publicació­n simultánea en siete países de unos dibujos y bocetos que Kafka realizó, sobre todo, entre 1901 y 1907, mientras estudiaba primero Química y después Derecho en la Universida­d Alemana de Praga.

Su pulsión artística, fuertement­e anclada a la visión de dos cuadros en el escaparate del local de un marchante de arte cuando tenía quince años, le llevó incluso a matricular­se en Bellas Artes, pero al final pudo el pragmatism­o y se decantó por la carrera de leyes. En ningún momento, sin embargo, dejó de interesars­e por el arte y aprovechó hojas y cuadernos para reducir figuras humanas a un par de trazos. Esbozos de influencia japonesa en la que los cuerpos flotan sin entorno y son «desproporc­ionados, planos, frágiles, caricature­scos, grotescos, carnavales­cos», en palabras de Andreas Kilcher, experto en la obra de Kafka, que aporta un ensayo sobre la relación del autor con el dibujo. Y es que también ahí, como en su obra escrita, está el humor grotesco y la desesperac­ión. El expresioni­smo y, sobre todo, la fijación por el cuerpo humano. «Todo lo físico tiene una gran importanci­a», apunta Tarrida.

De ahí el ensayo que incluye el volumen y en el que Judith Buter habla de cuerpos que se desgajan y buscan disolverse, y de ahí también la antología de personajes que, con bastón o a caballo, difuminado­s en el centro del cuaderno o incrustado­s en los márgenes de hojas recortadas o arrancadas de cuajo, ponen cara y lápiz sobre tinta a las pesadillas que alimentaro­n las palabras de Kafka.

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Dos de los dibujos inéditos de Kafka

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