ABC (1ª Edición)

Xavi, pero sin quererle

- SALVADOR SOSTRES

Con el cambio de técnico, lo realmente significat­ivo es que Laporta se sitúa en la primera línea de fuego. Para lo bueno, si acierta, y para la pañolada y el derribo, si fracasa. Consciente de ello, la aventura de Pirlo le parece ahora demasiado arriesgada y prefiere seguir la corriente con el exazulgran­a

Al final será Xavi. Xavi de urgencia, Xavi sin quererle, Xavi porque toca, pero sin entusiasmo. Xavi sabiendo que no es Guardiola. Pero también sabe Laporta que no puede alargar más la excusa –real– de la nefasta gestión de la directiva anterior y que tiene que dar la cara con un proyecto deportivo e institucio­nal. Lo institucio­nal está en marcha, camino de que los socios dejen de ser los únicos propietari­os del Barça, que ya le debe a la banca de inversión Goldman Sachs más de la mitad de lo que vale como club. Lo deportivo, que Laporta no quería concretar hasta la próxima temporada, empezará a tomar cuerpo esta misma semana. Con el agua al cuello y precipitad­amente, Laporta acepta seguir la corriente y renuncia a lo que su instinto le pedía.

–Xavi, al filial. Y que aprenda. Ésta era la idea del presidente cuando hace un mes se planteó seriamente echar a Koeman, y su favorito para sustituirl­o era Andrea Pirlo. Considera a Xavi Hernández algo arrogante, y excesiva su pretensión de colocar a familia y amigos en la estructura deportiva del club. Su apoyo a la candidatur­a de Víctor Font tampoco ayuda a generar un ambiente de confianza, aunque también Pep Guardiola apoyó a Lluís Bassat durante la campaña de 2003, tras la que Joan Laporta i Estruch se convirtió por vez primera en presidente del Fútbol Club Barcelona.

Por su parte, Xavi nunca ha escondido su pretensión de entrenar al Barcelona, aunque quiere acabar de quedar bien con el jeque Mohammed bin Hamad, propietari­o de su actual equipo y ha accedido a quedarse en Doha hasta el día 3, para dirigir por última vez a al Al-Saad frente a su eterno rival. El Barça no tendrá que compensar económicam­ente al jeque, pese a que la cláusula de Xavi es de un millón de dólares, pero el jeque le ha pedido ‘un gesto’ a Laporta, que probableme­nte se concrete en un partido amistoso.

Precisamen­te este cálculo permanente de Xavi, este nadar y guardar la ropa, esta distancia en cierto modo cínica con las cosas y las personas –y también con el Barça– es poco compatible con el carácter apasionado y arrollador de Laporta, lo que hasta hace unas semanas no hacía más que sumar distancia entre ambos y alejar la posibilida­d de un regreso inmediato. Además, si algo le molesta a Jan es que le digan lo que tiene que hacer, y mientras muchos de su entorno le presionaba­n para que confiara en el de Terrassa, él se sentía tentado por la capacidad de sorprender que sin duda habría tenido fichando a Andrea Pirlo, mítico exfutbolis­ta de la Juve, pero con todo por demostrar como técnico.

Cuando tras la debacle en el Wanda el cese de Koeman parecía inminente, Laporta no se atrevió a tomar la decisión, sabedor de que, si le echaba y fichaba a su apuesta, pondría el marcador a cero de su presidenci­a. Es verdad que al actual equipo del Barcelona tal vez se le podría sacar más provecho del que logra obtener Ronald Koeman, pero ni siquiera Cruyff bajando del cielo podría hacer nada, con estos niños tan tiernos, en las eliminator­ias serias de la Champions.

La idea de Laporta era ganar tiempo, mantener a Koeman y cargarle al presidente anterior –no sin razón– toda la culpa de una temporada tirada a la basura. Pero lo que Laporta aprendió en el Camp Nou tras perder contra el Madrid, y el miércoles en Vallecas, es que el mundo nunca espera y que no somos siempre nosotros los que decidimos cuándo empiezan los desafíos, la angustia, la dramática obligación de encarar sin red al destino. Con el cambio de entrenador, lo realmente significat­ivo y novedoso es que el presidente se sitúa en la primera línea de fuego. Para lo bueno si acierta, y para la pañolada y el derribo si fracasa. Consciente de ello, la aventura de Pirlo le parece ahora demasiado arriesgada y prefiere seguir la corriente con Xavi.

Es un Laporta que ya no tiene los 40 años que tuvo cuando saltó al vacío con Rijkaard, ni los 47 de cuando jugó a la ruleta rusa con Pep. A sus casi 60, ha recibido muchos golpes, está más cansado de lo que solía estar, Cruyff ya no está para hacerle de ángel de la guarda, y en el primer equipo no le esperan los jovencitos Messi, Xavi, Iniesta, Piqué o Busquets justo a punto de que su maravillos­o fútbol eclosione para deslumbrar al mundo entero. Han pasado los años, han caído los palos, no tiene ni aquella fuerza en él, ni aquel talento en el campo, y aunque Goldman Sachs nos va a prestar el dinero que haga falta, camino de hacerse total o parcialmen­te con la propiedad del club, la sensación es de pobreza, de que vamos atrasados respecto al Madrid y que no sabemos hacia dónde concentrar nuestros esfuerzos, ni para construir qué.

Laporta se jugará a partir de ahora su presidenci­a con un club arruinado por la directiva anterior, con un entrenador con el que de momento no acaba de entenderse, y en el que confía sólo relativame­nte, y al que si por él hubiera sido habría mandado a las categorías inferiores hasta que demostrara que es capaz de liderar a un equipo en condicione­s.

Los jugadores son los que son, y poco podrá fichar Xavi antes de junio. Veremos si su inspiració­n puede resultar un revulsivo, pero desde luego Laporta afronta el primer proyecto de su segunda presidenci­a de un modo mucho menos luminoso que la ilusión y la fuerza de aquel lejano 2003, cuando hizo creer a todos los barcelonis­tas que no sólo éramos invencible­s, sino que podríamos ser inmortales.

A Laporta nunca le gustó la pretensión de Xavi de colocar a familia y amigos en la estructura deportiva del club

Elige al excentroca­mpista porque toca, pero sin entusiasmo y sabiendo que él no es Guardiola

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// EFE Joan Laporta, el pasado sábado durante la asamblea de compromisa­rios del Barcelona
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