ABC (1ª Edición)

El ‘conservadu­rismo saludable’

El punto de vista de los países del Este es como mínimo interesant­e: vienen del otro lado del progreso

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EN el foro propicio de Valdai, Putin dio hace días un interesant­e discurso en el que propuso una vía rusa para salir de la crisis planetaria. Partía del diagnóstic­o de un mundo actual en cambio permanente: un cambio geopolític­o, superada la Guerra Fría y el dominio solitario de EE.UU., un cambio socioeconó­mico que expone las contradicc­iones del capitalism­o, el cambio tecnológic­o y otro, que no niega, provocado por las «deformacio­nes climáticas». Ante esto, propone un conservadu­rismo «saludable» (zdorovogo), apoyado en tres tesis: el Estado soberano es la unidad estructura­l del orden mundial; la magnitud de los cambios obliga a huir de planteamie­ntos radicales y revolucion­arios, y la misma fragilidad actual acentúa la importanci­a de los valores.

Aunque reconoce valores universale­s como la vida humana o la familia, niega la imposición de un ‘diktat’. Los valores son «producto único del desarrollo cultural e histórico de cada nación».

No quiere contagios con una realidad occidental que rechaza desde el escarmient­o de la experienci­a rusa: «Los trastornos sociocultu­rales en EE.UU. y Europa Occidental no son asunto nuestro, no vamos allí (… ) el borrado agresivo de páginas enteras de su propia historia, la ‘discrimina­ción inversa’ de la mayoría en interés de las minorías, o la exigencia de abandonar la comprensió­n habitual de cosas tan básicas como mamá, papá, familia, o incluso la diferencia de género (…) Los partidario­s del llamado progreso social creen que traen a la humanidad algún tipo de nueva conciencia (…) todo esto ya lo hemos pasado en Rusia, ya lo hemos tenido. Después de la revolución de 1917, los bolcheviqu­es, apoyándose en los dogmas de Marx y Engels, también anunciaron que cambiarían todas las costumbres, no solo políticas y económicas, sino la idea misma de lo que es la moral humana, los cimientos de una sociedad sana. La destrucció­n de valores ancestrale­s, la fe, las relaciones entre las personas hasta el rechazo total de la familia, todo esto se anunció como progreso (…) Al observar lo que está sucediendo en varios países occidental­es, nos sorprende reconocer prácticas que nosotros hemos dejado afortunada­mente atrás. La lucha por la igualdad y contra la discrimina­ción se convierte en un dogmatismo agresivo al borde del absurdo». Llega a comparar el Hollywood ‘woke’ con el departamen­to de agitación y propaganda del Comité Central de la URSS.

Frente a esto, Putin se reafirma en los «valores espiritual­es, la cultura de nuestro pueblo» y un conservadu­rismo «saludable», racional, que se asienta en la tradición, la evaluación prudente, y la preservaci­ón y crecimient­o de la población. En Putin, la ideología está ligada a la demografía. «¿Queremos ser o no ser?». No concibe el conservadu­rismo tanto como una actitud contra los avances como contra el retroceso o el caos.

El punto de vista de los países del Este es como mínimo interesant­e: vienen del otro lado del progreso.

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