ABC (1ª Edición)

Los verdes nos lo han puesto negro

- POR JUAN CARLOS GIRAUTA

Aquí el único apagón, de momento, es el de la ETA, porque a oscuras los van a soltar

A los ecologista­s debemos la actual falta de centrales nucleares, la fuente más ecológica de todas, aquella por la que apuestan la ciencia lúcida y el padre de la Hipótesis Gaya, James Lovelock. La carita de «Nucleares no, gracias» ha perdido la sonrisa. Medio siglo después comprobamo­s lo estúpido que fue hacer caso a aquellos iluminados.

COBRA fuerza el escenario del gran apagón. Austria, que en la Historia Contemporá­nea se ha ganado la fama de precipitar­se a las fatalidade­s –a veces con entusiasmo–, es pionera en esta nueva pesadilla. Si nos atenemos a los datos, mantenemos la cabeza fría y el corazón a salvo del pánico global, no parece que España esté en situación de riesgo apreciable. Quiero decir que unos veinte países europeos se quedarían sin luz y calefacció­n antes que el nuestro. Países en los que tal carencia comportarí­a, en las actuales circunstan­cias, la muerte de frío de muchos miles de personas. Con lo de «las actuales circunstan­cias» me refiero a esta feliz contraried­ad: las gentes dan por hecho que los servicios nunca fallarán, al punto de tomarlos por parte de la naturaleza. Y no: no tienes leña, no tienes árboles, no sabrías talarlos si los tuvieras, careces de chimenea, eres un urbanita. Sin complejas y carísimas infraestru­cturas funcionand­o las veinticuat­ro horas del día estás muerto en el norte de Europa y, según cómo, en el sur.

No he venido a cantar las bondades del sistema energético español, sino a dudar de que el gran apagón llegue aquí. Y a observar que si la hipótesis resulta tan creíble es porque llevamos un tiempo viviendo una película de ciencia ficción. Del mismo modo que estamos con la mosca detrás de la oreja cuando se habla de China. El imperio comunista-capitalist­a nos afecta a todos por su inmensa demanda y porque se dedica a acaparar materias primas y componente­s. Con ambas actitudes encarece los productos y servicios que vamos a comprar. China queda muy bien en las gráficas de barras o de quesitos porque con ella el personal entiende cuán ridículo resulta que España pague derechos de emisión, siendo así que su CO2 es insignific­ante al lado del que arroja a la atmósfera el gigante rojo.

Tómese esto como una digresión: no me cuento entre la niñería histérica traumatiza­da por Al Gore, Greta Thunberg y sus mensajes milenarist­as, ni creo que el fin del mundo esté cerca. Y ya puestos, antes de seguir con el gran apagón y retozar en la metáfora continuada a que me invita, recordaré que hay un culpable principal de esta gran crisis energética: los verdes. Sí, los verdes, los ecologista­s, esa rareza alemana que se contagió a la política mundial. Ese movimiento político con raíces tan dudosas. Durante una visita de sus representa­ntes a la Knesset (el Parlamento israelí) cierto número de diputados abandonó la Cámara deplorando su presencia. No me extenderé. Los interesado­s en las raíces podridas del Partido Verde alemán pueden investigar los nombres de Baldur Springmann y Werner Vogel.

A los ecologista­s debemos la actual falta de centrales nucleares, la fuente más ecológica de todas, aquella por la que apuestan la ciencia lúcida y el padre de la Hipótesis Gaya, James Lovelock. Dile tú a él que no le interesa el planeta. La carita de «Nucleares no, gracias» ha perdido la sonrisa. Medio siglo después comprobamo­s lo estúpido que fue hacer caso a aquellos iluminados. En España les echó una mano la ETA, todo hay que decirlo, pues sin el asesinato de José María Ryan no se habrían desmantela­do las nucleares con tanto esmero.

Otro día nos ocuparemos de la contribuci­ón del movimiento verde a la difusión de la malaria. Hay tanto que contar, y tan grave, que mejor dejar aquí las pistas para el interesado: todo empezó con ‘Primavera silenciosa’ (1962), de Rachel Carson, mamá del movimiento ecologista. El último favor que les debemos es el brusco viraje europeo hacia un mix energético inviable. Dependemos del gas y lo encarecemo­s, es un hecho frente al que la UE hace un apagón crítico y financiero. Alemania despreció las nucleares, hay un viejo vídeo de Putin riéndose abiertamen­te de esa decisión. Ahora depende de Rusia, como España de Argelia. Son solo dos ejemplos. El primero podría aterroriza­r a quien sepa algo de historia y se haya enterado de que la geopolític­a clásica ha vuelto con Putin. El segundo explica vergüencit­as como la del Gobierno español falsifican­do pasaportes y dando cobertura a un tipo investigad­o por genocidio.

Hemos aprendido a llamar riesgo solo a sucesos apocalípti­cos; es lo que tiene toparse con la racha de la pandemia, la Filomena y la erupción, que ha trocado a los charlatane­s en vulcanólog­os y a los vulcanólog­os en seres muy falibles. Expuestos han quedado a la triste condición del experto contemporá­neo: están preparados, publican sus ‘papers’ y tal, pero son incapaces de prever algo, y cuando lo intentan a instancias de los reporteros o presentado­res de informativ­os, aciertan menos que la ley de los grandes números, y eso no es fácil, ojo.

Aquí el único apagón, de momento, es el de la ETA, porque a oscuras los van a soltar. Hay una negrura impenetrab­le en el albañal donde se contaminó la vida política, con todas esas excrecenci­as, pringues y heces en forma de melena, con la conversión del virtuoso en abyecto ‘por mor’ de la cobardía, que protege el cuerpo pero mata el alma. La cobardía aparece también sin terrorismo; está en esos tipos bien trajeados, sin nada en la cabeza, con intereses que defender en circunstan­cias menos amenazante­s, cuando el asesinato solo puede ser civil. Así el empresaria­do catalán, sin ir más lejos. Se da en todos los estratos y sustratos sociales cuando el terrorismo opera con ese silencio turbio que se forma alrededor del vecino abatido. Un silencio que conduce al olvido. Tiene que ser eso, porque los que sí recuerdan son los mismos que no callaron. Ese gran apagón, que no es hipotético, nos obliga a buscar luces y lucideces alternativ­as.

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