El tahúr sin cartas
Lo que diga Sánchez, ese tahúr que ha agotado todas las cartas, no interesa absolutamente a nadie
Seguimos recibiendo noticias confusas sobre lo que hará Sánchez con la ley laboral. Las alternativas, en esencia, son tres. Una, la que más contentaría a Europa, es dejar la ley como está, o, mejor, liberalizarla todavía más. Pero esto pondría en una situación muy complicada a Yolanda Díaz, quien se ha empeñado espectacularmente ante los sindicatos y la opinión. Y no sin un fundamento. Sánchez, al formar gobierno con Unidas Podemos, se comprometió a dar finiquito a la ley. En las mismas parecía seguir… ¡hace dos semanas!, cuando el PSOE celebró su 40 Congreso. El argumento de que iba de buena fe, pero que Bruselas se ha puesto a ladrar como el perro que en ‘La Divina Comedia’ guarda las puertas del Hades, no resiste la prueba del algodón. Es transparente que la Comisión había impuesto desde el principio condiciones muy claras, y que Sánchez ha ejercido a sabiendas la ventriloquía. Lo que decía en Bruselas era rigurosamente incompatible con lo que contaba a sus socios podemitas. Yolanda Díaz no puede tragarse ese sapo sin quedar políticamente aniquilada.
La derogación integral tampoco es viable. Las ayudas europeas se interrumpirían, y, sobre todo, quedaría España exorbitada del sistema de poder que todavía rige a ambos lados del Atlántico. Hace unos días Bob Menéndez, demócrata y presidente del Comité de Exteriores en el Senado norteamericano, afirmó, en una intervención de una dureza sin precedentes, que España no estaba siendo leal a su condición de miembro de la OTAN. Hizo esta aseveración a propósito de la relación de España con Cuba y Venezuela, pero ésta es solo la punta del iceberg. El problema es la existencia en España de un gobierno socialcomunista. Empezamos a comprender, en su auténtica dimensión, el trato escalofriante que Biden dispensó a Sánchez durante su no-encuentro bruselense. Un castigo ulterior de Europa a España nos reduciría al papel de parias en el bloque occidental. Esto no le habría importado a Iglesias, pero no sería asumible para Sánchez, quien es un oportunista aunque no un revolucionario.
Queda la opción de maquillar la ley de Fátima Báñez, aunque sin cambiarla sustancialmente, y llamar a eso ‘derogación’. Yolanda Díaz no perdería del todo la cara, y el tinglado se mantendría en pie unos meses. Pero se precisa la colaboración de la CEOE, condición necesaria, aunque ignoramos si suficiente, para que la Comisión no nos administre jarabe de palo. Vayamos a lo mollar, que son los convenios sectoriales. Durante decenios, la CEOE de Cuevas ha sido cómplice objetiva de los sindicatos. Los convenios sectoriales otorgaban a ambas organizaciones el poder excepcional de controlar el mercado laboral desde arriba. El resultado ha sido históricamente malo. No tenía sentido que, como ha ocurrido con frecuencia, los salarios subieran al tiempo que bajaba el empleo.
Con una inflación que se está disparando, la renovación generalizada de los salarios entraría en una espiral que nuestra economía no puede aguantar. Garamendi, que no es Cuevas, opina, y opina con razón, que cada empresa debe ajustar los salarios a su situación económica objetiva, y no parece muy probable que vaya a resignarse a las fórmulas que invocan los sindicatos y Yolanda Díaz, cuyo feminismo ‘trendi’ convive con un paleocomunismo obstinado en materia económica. Pero se podría llegar a un compromiso, siempre y cuando no se toque lo fundamental de la ley. Si al florete se le pone un tope en la punta, habría margen para el enjuague.
Lo que mientras tanto diga Sánchez, ese tahúr que ha agotado todas las cartas, no interesa absolutamente a nadie. Sánchez ha hecho buena, con creces, la frase famosa de Lincoln: «Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo». Sólo fingen creerle quienes le deben un empleo. ¿Estará en esas Podemos? ¿Acaso, con Yolanda Díaz fuera del Gobierno?