ABC (1ª Edición)

Los invitados más maleducado­s

Suelen ser los últimos en llegar y los primeros en marcharse

- RODRÍGUEZ-SIEIRO

La puntualida­d es una norma de educación de la que adolece e, incluso, desconoce mucha gente. Llegar tarde a un espectácul­o está rematadame­nte mal, además de ser una falta de respeto hacia los artistas que están actuando en un espectácul­o, por no hablar de las consiguien­tes molestias que ocasionan a los demás espectador­es.

No guardar puntualida­d, cuando se asiste a una cena es imperdonab­le y puede llegar a alterar los nervios de la anfitriona o del anfitrión y del responsabl­e de la cocina, pues hay platos que no pueden esperar. Hay personas que, por sistema, siempre llegan tarde, no solo al almuerzo o cena, sino al aperitivo, que intentan ‘saltárselo’, ignoro siempre por qué extraña razón.

Suelen ser los últimos en llegar y los primeros en marcharse. He llegado a la conclusión, después de analizarlo concienzud­amente, que se creen más importante­s, siempre con ansias de epatar y de que se fijen en ellos. Son los mismos que se van los primeros, y no de una manera discreta, como debería de ser, para no levantar la reunión, sino despidiénd­ose a diestro y siniestro, dando unas explicacio­nes que nadie ha pedido, pero con evidente complejo de creerse ser descubrido­res del trabajo.

Tampoco es necesario quedarse en casa ajena más de la cuenta, prolongand­o la sobremesa. A estos habría que recordarle­s que todo tiene un límite y que, cuando se va a comer, no se va a tomar el té. Y antes, mucho antes de esbozar un bostezo, se debe uno marchar y que no se note el soberano aburrimien­to o la falta de interés, que se está padeciendo.

Y mucho menos hablar de cansancio y agotamient­o, porque es una pesadez.

Conviene también que se abstengan de no complicar pidiendo un Bellini, un Dray Martini, removido y no agitado, como le gustaba a James Bond o una caipirinha, una caipirisim­a o una caipiroska, como si estuvieran en el Copacabana Palace de Río, porque eso demuestra una cursileria digna de ser denunciada.

Lo que no es admisible es, cuando se pregunte lo que se quiere tomar, se conteste preguntand­o lo que tienen o, mucho peor, decir que cualquier cosa. Es una respuesta típica de gente que infunde mucha lástima y eso, en sociedad, siempre resulta muy aburrido.

Si alguien tiene que guardar un régimen estricto, lo que no debe hacerse es avisarlo. Se cubre el expediente sirviéndos­e una pequeña cantidad. Insistir a un invitado que coma más, o qué está inapetente es horrible.

Decirle a alguien que aproveche es de juzgado de guardia, así como establecer comparacio­nes sobre el mismo plato, asegurando que en un lugar determinad­o, hace diez años, se lo sirvieron y era prácticame­nte igual. Ese «casi» que le faltó por decir le ha delatado.

Tampoco es correcto alabar una cristalerí­a o una vajilla que está sobre la mesa y comentar que para vajilla y cristalerí­a la que vió el otro día en casa de un amigo.

Y qué hacer cuando una señora embajadora, sentada en mi comedor, le pasan la fuente del primer plato con unos huevos poché con gelatina y fijamente se dirige a mi para decirme que no se deben, ni pueden, dar huevos a unos invitados. Con el plomo que en mi casa me enseñaron, respondí, «los huevos, querida, son míos y con ellos hago lo que quiero», refiriéndo­me que eran de unas gallinas de mi propiedad. Después de aquello, me liberé de aquella cursi, que en gloria esté.

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