ABC (1ª Edición)

Servidumbr­es

Le sugerí que prescindie­se del guasap. Lo hizo y por fin sonrió. Se liberó

- RAMÓN PALOMAR

ASTA pómulos afilados a lo Jack Palance, ojos verdes como de diva hollywoodi­ense de antaño y estatura achaparrad­a de cartucho de dinamita. Un novio le soltó en pleno trance calentorro eso de ‘cari’ y de una patada lo arrojó primero de la cama y, después, de su vida. «¡Vaya hortera!», me dijo. Otro le susurró «amor» cuando los muros de la confianza menguaban. Se lo toleró. Pero el tipo cometió el error de envalenton­arse y abusaba de la muletilla amor ante cualquier situación. «Amor, ¿ya vienes?», «¿Amor, qué quieres cenar?», «Amor, ¿ponemos una serie de misterio, un adictivo thriller de esos, como lo llaman ahora?». Tres meses duró la relación. «Es que tanto llamarme amor, al final, me empalagó, y mira que el imbécil era guapo…».

Vive sola en una urbanizaci­ón de medio pelo fuera de la gran ciudad. Me explicó que los vecinos, ella incluida, mantienen un grupo de guasap para avisarse de sus milongas. El otro día, siguió contándome, un bondadoso padre les mandó un texto. Planeaba una gran fiesta de Halloween para los niños porque «lo han pasado tan mal durante la pandemia que merecen algo especial y vale la pena que nos involucrem­os todos para hacerlos felices…». Mi amiga lanzaba tanto fuego por la boca que, en caso de parón nuclear o de falta de gas, si le conectan las fauces contra una batería el problema energético español se resuelve. Odia Halloween. Los niños del prójimo le importan un bledo. Le recomendé paciencia y resignació­n. Supongo que el microcosmo­s de las urbanizaci­ones esconde ciertos peligros que nacen de las servidumbr­es impuestas por las normas de convivenci­a. «Pero si yo sólo quiero que me dejen en paz», exclamó. La entendí y no se me ocurrió ninguna respuesta para apaciguarl­a. Pero de inmediato me traspasó una epifanía. Le sugerí que prescindie­se del guasap. Lo hizo al instante y por fin sonrió. Se liberó. Se relajó. Yo nunca caí en la esclavitud del guasap y funciono sin problemas. «Eres un hombre libre», me dijo una vez un amigo. Al menos se intenta.

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