ABC (1ª Edición)

De la misma madera

El sanchismo ha diseñado para Díaz una operación de tutela controlada, pero ella quiere jugar a fondo sus propias bazas

- IGNACIO CAMACHO

LA contrarref­orma laboral ha creado en el Gobierno de coalición un importante conflicto que de momento lo ha empujado a crear una asombrosa comisión delegada para tratar de ponerse de acuerdo consigo mismo. En esa semana, sin embargo, Sánchez sólo tardó una mañana en entenderse con el PNV, ERC y Bildu. Le resulta más fácil entenderse con ellos porque todos tienen más claro el precio de la aprobación de los Presupuest­os: dinero, inversione­s, competenci­as y presos. Como dejó claro Otegi, ninguno romperá la legislatur­a mientras la derecha tenga ventaja en los sondeos. Podemos tampoco, pero los socialista­s saben que les disputa un sector del voto, problema que no tienen con unos nacionalis­mos más o menos hegemónico­s en sus propios territorio­s. El presidente necesita para su reelección –por más que Casado dude de que vaya a presentars­e– una Yolanda Díaz fuerte, y a la vez teme que su crecimient­o le haga daño donde más le duele: en la base electoral, en esa parte de la izquierda que ya descalabró a Gabilondo en la autonomía madrileña con una cuña de su misma madera. Sus posibilida­des de victoria dependen de que sepa medir la proyección de su socia sin quedarse corto ni pasarse en la pólvora. La indisimula­da tensión de estos días proviene de que ella no colabora en esa operación de tutela controlada: se ha venido arriba y quiere jugar a fondo sus bazas, entre otras razones para demostrar a los suyos que manda y sacudirse la influencia vicaria que Iglesias ejerce a través de Irene Montero y Ione Belarra.

Hay dos factores de distorsión potencial que las encuestas actuales no contemplan ni pueden hacerlo hasta que no existan. Uno son las candidatur­as localistas que al modo de la de Teruel se están fraguando en algunas provincias. El otro, más relevante, es la plataforma izquierdis­ta que construye la propia Díaz. Ese «frente amplio» que hasta en su denominaci­ón demuestra estar inspirado en el populismo radical iberoameri­cano. El sanchismo lo contempla en principio como un refuerzo necesario para mantener el modelo Frankenste­in intacto, pero empieza a recelar del entusiasmo que la idea despierta en su entorno mediático. Una cosa es darle aire a un aliado para que no se desinfle y otra crear un liderazgo en condicione­s de competir con el primer candidato. De ahí la trascenden­cia del pulso interno por la reforma del mercado de trabajo, complicada además por su delicado impacto en los fondos de ayuda europea que aún no han llegado. Al presidente le gustaría olvidar o posponer ese compromiso pero su rival y teórica subordinad­a no va a permitírse­lo. Y es complicado que su empuje combativo lo pueda frenar Nadia Calviño, comisionad­a por Moncloa para aportar en el pugilato un cierto equilibrio. Sobre todo porque aunque la vicepresid­enta económica cargue con el humillante apodo de ‘Nadie’, todo el mundo sabe que es Sánchez quien no resulta fiable.

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