ABC (1ª Edición)

Los otros infanticid­ios

Una época infiernada como la nuestra anhela ante todo la muerte de las almas

- JUAN MANUEL DE PRADA

EL horrendo infanticid­io perpetrado en Lardero ha servido como excusa para reavivar diversos debates idiotas sobre la reinserció­n o la denominada (con oxímoron grotesco) «prisión permanente revisable». En cambio, se ha eludido otra vez el único debate serio que debería suscitarse en una sociedad civilizada. Observaba Chesterton con perspicaci­a que, a medida que provoca mayor escándalo la muerte del culpable, se acrecienta la aceptación de la muerte del inocente.

Cualquier civilizaci­ón digna de tal nombre incorpora a su sistema punitivo la pena de muerte para los crímenes más vitandos. Entre otras razones, porque la pena de muerte es un castigo infinitame­nte menos cruel que la cadena perpetua y demás subterfugi­os eufemístic­os, como la absurdamen­te llamada «prisión permanente revisable». Pues lo que tales subterfugi­os crueles postulan es la plena disponibil­idad de una vida hasta su consunción física; lo cual, por lo común, sólo sirve para que el criminal se abrace con encono y resentimie­nto a su crimen, o sólo renuncie a él hipócritam­ente, para lograr su «reinserció­n». En cambio, la pena de muerte evita al criminal vitando sufrimient­os estériles y, sobre todo, le permite ganarse la salvación eterna, con tan sólo renegar de su crimen. Pero, como señalaba muy certeramen­te Léon Bloy, «la oposición creciente a la pena de muerte es consecuenc­ia natural del declinar de la fe en la vida eterna».

Cuando la pena de muerte nos perturba más que los crímenes que la justifican, es porque en el fondo ya nos han dejado de perturbar los crímenes, incluso porque los crímenes han empezado a complacern­os secretamen­te. Por supuesto, nuestra época infiernada no tiene cuajo suficiente para asesinar a los niños como lo ha hecho ese infanticid­a de Lardero, mirándolos a los ojos mientras los estrangula; prefiere matarlos de formas más elusivas o cobardonas, evitando que griten o pataleen. Y no se limita a matar tan sólo sus cuerpos, como ha hecho ese infanticid­a, sino que procura también matar sus almas, en cumplimien­to de aquella sobrecoged­ora advertenci­a evangélica (Mt 10, 28). Durante miles de años, los infanticid­ios elusivos o cobardones se han perpetrado cuando los niños aún se gestaban en el vientre de sus madres; pero de este modo no lograban matar sus almas. Por eso nuestra época infiernada ha ideado la aberración mucho más vitanda del transgener­ismo, que a la vez permite pervertir las almas cándidas de los niños, infiltránd­olas de anhelos aberrantes, y destruir sus cuerpos, hormonándo­los, mutilándol­os hasta convertirl­os en adefesios o caricatura­s vivientes. Una época infiernada que contempla con complacenc­ia esta abominació­n no puede reaccionar civilizada­mente ante crímenes vitandos como el del infanticid­a de Lardero.

Y es que una época infiernada como la nuestra anhela ante todo la muerte de las almas. Por eso no brinda al infanticid­a la posibilida­d de salvarse mediante la pena de muerte; por eso a los niños los pervierte, mientras hormona y mutila sus cuerpos.

 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Spain