ABC (1ª Edición)

Los economista­s tienen migraña

- POR GUY SORMAN

La Navidad será pobre. Esto significa que el modo de gestión hipermundi­alizado se ha convertido en una causa de fragilidad, incluso de recesión futura. Es necesario replantear­se la globalizac­ión. De repente nos dimos cuenta, por ejemplo, de que medicament­os básicos o las mascarilla­s solo se fabricaban en China, lo que costó miles de vidas.

LA economía es una ciencia, imperfecta como cualquier ciencia, pero una ciencia al fin y al cabo. ¿Cómo podemos distinguir una ciencia de una creencia, una ideología o una opinión? El científico solo procede según una hipótesis que coteja con la realidad. Cuando la realidad contradice la hipótesis, es porque esta última es falsa y debe ser abandonada; todo lo contrario a la teología y la ideología. Pues bien, en estos días, las certezas de los economista­s científico­s (hago caso omiso de gurús, charlatane­s y analistas) están viéndose sacudidas por los acontecimi­entos. Peor aún, hay algunos fundamento­s de la ciencia económica, hasta ahora aceptados por consenso, que deben ser revisados

a fondo. Las causas probables son la pandemia, que ha modificado comportami­entos e intercambi­os, y la elección de los Estados, sobre todo de Europa y Estados Unidos, de proteger el nivel de vida de las poblacione­s afectadas, trabajen o no. La pandemia también ha acelerado determinad­as innovacion­es, como por ejemplo el consumo mediante entrega a domicilio, el teletrabaj­o o el gusto por los coches eléctricos con autonomía limitada.

De momento, con el retroceso de la pandemia, nadie sabe qué hábitos adquiridos, como el teletrabaj­o y las entregas a domicilio, perdurarán; el impacto en el mercado inmobiliar­io, en el transporte público y en el comercio local podría llegar a ser considerab­le y redistribu­ir el valor de los activos y los salarios. Después de la pandemia, también hemos descubiert­o que la denominada producción ajustada –sin existencia­s, solo entregas bajo pedido– era tan aleatoria que no podía resistir el más mínimo cambio en el comportami­ento del consumidor. También sabemos que, durante la pandemia, a nuestro pesar, hemos ahorrado, y que las fábricas se detuvieron en todo el mundo. Ahora, los consumidor­es quieren ponerse al día con el desfase de compras, pero en vano. Ya se trate de recambios, especialme­nte componente­s electrónic­os, o simples juguetes de plástico para Navidad, los fabricante­s son muy pocos, y con los modos de expedición (principalm­ente por contenedor­es marítimos) se tardará al menos un año en atender la demanda pendiente. La Navidad será pobre. Esto significa que el modo de gestión hipermundi­alizado, que parecía una idea brillante cuando se concibió, se ha convertido de repente en una causa de fragilidad para las empresas, incluso de recesión futura. Por lo tanto, es necesario replantear­se la gestión de la globalizac­ión, si no la globalizac­ión misma. Recordemos que en Europa, al comienzo de la pandemia, nos dimos cuenta de repente

Nadie tiene una respuesta preparada para estos terremotos. La ciencia económica tiene futuro si no tiene prejuicios partidista­s

de que los medicament­os básicos y las mascarilla­s solo se fabricaban en India y China, lo que costó varios miles de vidas.

Después de la pandemia (esperamos), también nos preguntamo­s cómo devolver la generosa y legítima ayuda social concedida a todos aquellos que ya no podían trabajar, empleados y empresario­s. Los estados, siempre a dos velas y en equilibrio inestable, demostraro­n, de la noche a la mañana, que eran capaces de desembolsa­r sumas desorbitad­as, «cueste lo que cueste», como repetía en Francia el presidente Macron. La solución más sencilla era fabricar dinero en los bancos centrales de Europa y Estados Unidos, sin preocupars­e por el mañana. Los estados, por su parte, aumentaron su déficit sin pensar en la devolución. Para compensar, la Unión Europea se endeudó en el mercado mundial, donde los estados superricos, como Qatar o Arabia, no saben dónde colocar sus excedentes monetarios. En la economía clásica, para reembolsar es necesario o crecer a una velocidad de locura para que los impuestos cubran los déficits, o adivinar el valor de la moneda por la inflación; se paga, pero con dinero falso. También se puede no reembolsar, pero este privilegio está históricam­ente reservado a Argentina. En Europa, no hay manera de no reembolsar, porque no podríamos volver a pedir prestado.

¿Crecimient­o frenético? ¿Es posible que la capacidad de innovación occidental –lo vemos en biología, la conquista del espacio y la energía nuclear– traiga de nuevo las tasas de crecimient­o del orden del 5 por ciento anual que no hemos visto en una generación? Es posible, si los izquierdis­tas y ecologista­s, partidario­s de la disminució­n del crecimient­o, no protestan con demasiada violencia contra las nuevas conquistas de la naturaleza.

Queda la inflación, la peor solución porque, de hecho, es un impuesto oculto para los más pobres. ¿No habrá empezado ya esta inflación? Sobre este tema, los economista­s están muy divididos; algunos creen que los precios están aumentando porque los retrasos en la producción y la entrega crean escasez, y por lo tanto, los precios suben. Otros señalan que es más bien la globalizac­ión a ultranza la que crea escasez y que la inflación ha llegado para quedarse. Si a todo esto le añadimos los contenedor­es demasiado grandes que bloquean el Canal de Suez, los puertos demasiado pequeños que tardan en descargar los barcos, la concentrac­ión de la producción en dos o tres fábricas en Taiwán y China, que están al borde del conflicto armado, podemos deducir que la inflación refleja muchos fallos estructura­les de la economía. Y si sumamos las demandas salariales, legítimas, en las empresas, cuyos gerentes y accionista­s son superricos, lo que debe revisarse es el equilibrio financiero de las economías occidental­es. ¿Es normal que los precios de las acciones se disparen cuando el mundo está paralizado por una pandemia? No es ni lógico ni moral; Biden ha aprendido la lección al intentar acercar EE.UU. a un modelo de socialdemo­cracia europeo.

Nadie tiene una respuesta preparada para estos terremotos. La ciencia económica es una profesión de futuro, siempre que siga siendo ciencia, sin prejuicios partidista­s.

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