ABC (1ª Edición)

«No hace falta un cementerio, los difuntos viven en nuestra memoria»

► En el camposanto de Las Manchas, en la isla de La Palma, hay más de 5.000 vecinos enterrados con la lava acechando a solo 500 metros «Un cementerio no se puede mover, y si se lo lleva la lava será la decisión de la naturaleza porque contra un volcán no

- LAURA BAUTISTA

La Palma vive un Día de Todos los Santos sin cuatro de sus parroquias y sin varios de sus cementerio­s. El de Las Manchas, el camposanto municipal de Los Llanos de Aridane, tiene la lava en la puerta, protegido hasta el momento por la montaña del Cogote con la colada a apenas unos 500 metros. No habrá ofrendas de flores, ni rezos, ni eucaristía­s ni lápidas que visitar, pero sí habrá comunidad, fe, y un día de honra a los seres queridos que se marcharon y tienen su descanso eterno en este cementerio al borde de ser sepultado por la lava. «Confiemos en que el volcán no se lo lleve», dice el sacerdote de Las Manchas, Alberto Hernández.

Los vecinos que tienen a familiares y amigos enterrados allí, ante el riesgo de que desaparezc­a fruto de la furia del volcán sienten «como si sus seres queridos volviesen a morir», asegura Hernández, desde hace unas semanas, un párroco sin Iglesia. «No es así, si se lo lleva la lava quedarán un poco más sepultados que hasta ahora, pero eso solo son los restos biológicos», los difuntos están vivos «en nuestros corazones y en nuestra memoria, en los recuerdos» y allí, no morirán nunca.

Flores, velas y oración

En la plaza de España, en el centro de los Llanos de Aridane, un monumento recoge los más de 5.000 nombres de quienes están enterrados en el cementerio de Las Manchas, en una lápida colectiva que sirve para recordar a quienes permanecen en su descanso eterno en este rincón en el camino del volcán. El acto, ‘El Rincón de la Memoria’, como se ha denominado y que tiene lugar hoy, es un punto de encuentro y de oración para poder «recordar a los difuntos, dejar flores, una vela o una oración de acuerdo a lo que cada uno quiera y sienta». Ante la amenaza de la lava, la idea es «intentar acercarlo de algún modo a donde la gente puede ir» y que se celebre «este día tan especial y tan importante».

Es un día muy difícil, «hay quienes van todas las semanas, y les reconforta tener un lugar donde acercarse a aquellos que ya no están, a donde llevar flores y donde conversar con ellos», pero desde hace días «trato que cale el mensaje no hace falta un cementerio para recordar a nuestros seres queridos» porque lo importante «es lo que vivieron con nosotros, los recuerdos y los momentos, el esfuerzo que hicieron para que hoy seamos quienes somos». Algunos lo entienden, para otros no hay consuelo. «Un cementerio está donde está y no se puede mover, y si se lo lleva la lava, será la decisión de la naturaleza, porque contra un volcán no se puede luchar», asegura Alberto Hernández.

Una familia en una isla

El padre Hernández sabe bien que el volcán siempre gana, ha visto cómo cayó la Iglesia de Todoque, un símbolo del pueblo, al igual que ha sepultado sus otras tres parroquias. La Iglesia de La Laguna tiene la lava a unos metros, recuerda, pero a este párroco ya no le preocupan los templos, sino los vecinos. Alberto lamenta no tener «ninguna parroquia operativa» ya que «todas ellas están afectadas». La de Todoque ha desapareci­do, La Laguna tiene la lava en la puerta «y no sabemos qué suerte correrá», y en Las Manchas y Puerto Naos están en zona de exclusión sepultadas por ceniza e inaccesibl­es.

Se mantiene, en cambio, una «gran familia» de feligreses que sigue más fuerte que nunca. Él celebra la misa en una capilla cedida en la parroquia matriz dedicada a la Virgen de Fátima en El Retamal, y en torno a ella se mantiene el sentimient­o de un pueblo que permanece suspendido en el tiempo a la espera de la decisión del volcán. «Es muy importante seguir celebrándo­las porque es una oportunida­d de encontrarn­os y que ellos se encuentren y estar un rato juntos» y así «no pierdan su identidad y la conexión entre vecinos». La eucaristía es «una cita para sentirse en familia y para volver a reunirse» aunque estén ahora mismo dispersos en diferentes lugares de la isla.

«Se extrañan mucho unos a otros», asegura, y aunque se mantienen vínculos esta es una situación diferente para los vecinos que «han nacido y crecido juntos» y son lazos que se ven «en

cómo se abrazan y cómo lloran juntos y se reconforta­n». Ellos «no son solo vecinos, son familia», y esa es la magia de estos pueblos, siempre «con las puertas abiertas y la cafetera al fuego». Él es un vecino más, evacuado de la casa parroquial. «Yo también tuve que vaciar mi casa y también los templos, vivo en una casa que no es la mía», pero asegura que dentro de la circunstan­cia difícil que viven todos los vecinos «estoy razonablem­ente bien».

Que nadie caiga

Los vecinos «me llaman cada día y me preguntan cómo estoy, me cuentan como están ellos». Y es que «están pendientes de los detalles más pequeños» y eso «me sostiene». Agrega que le hacen sentir hacen sentir «reconforta­do y que soy uno más en esta gran familia», que es una red de seguridad para que nadie caiga, nadie se rinda y el pueblo palmero siga en pie a pesar de los golpes del volcán. «En esto estamos todos en la misma barca, y es el momento de apoyarnos unos a otros» porque «sufrimos juntos las consecuenc­ias de este volcán» y está convencido que también juntos saldrán de esta.

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// ABC Una mujer retira las cenizas en el cementerio en Los Llanos

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