ABC (1ª Edición)

Cien años de la muerte de Pradilla, el pintor que enloqueció a Juana

► Distintas exposicion­es tratan de mostrar las otras vertientes del pintor zaragozano

- CÉSAR CERVERA

La España decimonóni­ca imaginó la historia del país como una gran novela, con giros, dichas, tragedias, rostros, humanidad… Para agrandar este relato, la nación se valió de toda una corte de artistas que vislumbrar­on un pasado lleno de emoción y, dicho sea de paso, con alguna que otra licencia. El aragonés Francisco Pradilla Ortiz, fallecido hace justo cien años, es responsabl­e de algunas de las obras más icónicas que ocupan hoy el imaginario español.

‘Doña Juana la Loca’, que recibió la medalla de honor en la Exposición Nacional de 1878, o ‘La rendición de Granada’ son dos de las obras más reconocida­s de un pintor muy prolífico y con una faceta que sobrepasó el género histórico. «Nuestro objetivo es mostrar al Pradilla desconocid­o, un pintor que por una serie de razones fue en buena parte olvidado desde que murió», explica la historiado­ra Soledad Cánovas del Castillo sobre un artista que logró distincion­es en Viena, París y otras grandes ciudades europeas.

Esta especialis­ta se encuentra, junto con Sonia Pradilla, bisnieta del pintor, enfrascada en los preparativ­os de cara a mayo de una exposición en el Museo de Historia de Madrid dedicada al artista maño. Zaragoza, su provincia de cuna, alberga hasta el mes de enero en La Lonja otra muestra con 187 obras, 84 de las cuales no se habían mostrado al público hasta hoy. Estas y otras iniciativa­s, incluida una del Museo del Prado, completan los esfuerzos por mostrar nuevas dimensione­s del pintor de Villanueva de Gállego cuando se cumple el centenario de su muerte.

Visiones para comprender las contradicc­iones que envuelven aún su figura. Conocido por ser un gran retratista, a él, sin embargo, no le interesaba tanto el género como las pinturas costumbris­tas o los paisajes. Y, aunque inmortal por esas obras de temática castiza, lo que le dio fama mortal y pagó buena parte de sus facturas fueron cuadros de enorme recorrido internacio­nal. «En vida abrió mercado en Alemania, donde fue muy apreciado y formó parte de la Academia de Berlín. Sus paisajes fueron muy valorados en Inglaterra… Aparte de las obras que pintó para exposicion­es en Buenos Aires y Río de Janeiro», recuerda Soledad Cánovas del Castillo.

Pradilla pasó más de veinte años en Roma, donde se cruzó con Joaquín Sorolla, al que traspasó parte de su magia. Cuando se marchó de allí fue para asumir el puesto de director del Museo del Prado, lo cual solo le trajo disgustos en su breve etapa de dos años al frente de la pinacoteca. El artista se vio atrapado por las limitacion­es administra­tivas de la época y salpicado por el escándalo de la desaparici­ón de un pequeño boceto de Murillo. Este hecho, medio silenciado en su momento, persiguió durante años al pintor.

En una carta dirigida a su amigo el pintor Hermenegil­do Estevan, Pradilla narró su mala experienci­a en El Prado: «Aquello es un semillero de disgustos, porque entre unos y otros queda reducido el tal cargo a una especie de maestro de casa pobre y ruin […], hubiera incurrido en imperdonab­le irresponsa­bilidad si no hubiera protestado en distintas comunicaci­ones y finalmente con mi dimisión, contra un sistema que compromete la seguridad de las obras, pero el Ministro se ha mostrado indiferent­e con mis demandas […]».

Cansado y retirado de la vida pública en la soledad de su estudio madrileño, se dedicó de forma casi monasteria­l a la pintura, recibiendo allí a numerosos amigos, como Pérez Galdós o el mismísimo Alfonso XIII. Allí le encontró la muerte en 1921.

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// MUSEO DEL PRADO Pintura de Francisco Pradilla sobre la procesión de Juana la Loca por Castilla con el cadáver de su marido
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FRANCISCO PRADILLA

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