ABC (1ª Edición)

El último reducto templario

La orden desapareci­ó de la Península tras la toma de esta fortaleza en 1309 por Jaime II, que masacró a sus defensores

- PEDRO GARCÍA CUARTANGO

El final de los templarios en la Península tiene una fecha: el 24 de mayo de 1309. Tras un largo asedio de un año, el último gran maestre de Aragón, Berenguer de Belvís, se rendía en Monzón (Huesca) a las tropas de Jaime II de Aragón. La orden había sido perseguida en Francia por Felipe IV ‘el Hermoso’ y el Papa había dictado un decreto por el que se les considerab­a herejes. Las posesiones templarias en Castilla y Aragón fueron cayendo una tras otra. Los monjes guerreros del Temple eran juzgados por la Inquisició­n y condenados a la hoguera o a un encierro de por vida. Pero Berenguer no se rindió y defendió en el castillo de Monzón, la joya de la orden, que atesoraba extraordin­arias riquezas tras sus murallas.

Berenguer y otros 36 caballeros templarios fueron hechos prisionero­s y torturados. La mayoría no pudo soportar el duro cautiverio, pero el gran maestre sobrevivió y fue juzgado en Tarragona, donde fue absuelto de las acusacione­s de herejía, simonía y paganismo. La toma del castillo y la matanza que desencaden­ó han cristaliza­do en una leyenda que dice que el fantasma de Berenguer de Belvís reaparece algunas noches por las murallas de la fortaleza. Tiene el rostro ensangrent­ado y clama venganza, espada en mano, por la injusticia cometida. La realidad de los templarios, una orden muy poderosa durante dos siglos, se mezcla con la leyenda. Es difícil separar una de otra. Y esto sucede también en Monzón. A su regreso de las luchas por conquistar Jerusalén, parece probado que el castillo se convirtió en un lugar seguro para almacenar las riquezas que venían de Tierra Santa. A lo largo del siglo XIII, los mercaderes de la zona depositaba­n sus mercancías en la fortaleza templaria a cambio de un pagaré canjeable por moneda.

En premio a los servicios prestados, el castillo del Monzón, originaria­mente una fortaleza musulmana, había sido cedido por la monarquía aragonesa en 1143 a la orden del Temple. Se levantaron gruesas murallas sobre la colina que domina la ciudad y desde la cual la mirada se pierde en el horizonte. La influencia templaria se consolidó en 1212 cuando sus tropas ayudaron a los reyes de Castilla, Aragón y Navarra a derrotar a los musulmanes en la batalla de Las Navas de Tolosa.

Monzón se convirtió en un reducto inexpugnab­le que albergaba en su interior una gran capilla, la sala capitular, el refectorio, varias torres, dormitorio­s y edificios civiles. Y todo ello bajo una intrincada red de pasadizos y galerías, excavadas en la roca, que comunicaba­n el castillo con el exterior.

Dentro de sus muros y bajo la protección templaria, fue educado Jaime I por voluntad de su madre, que temía que fuera asesinado. Allí vivió de los seis a los diez años y fue coronado en su capilla mayor. Dice la tradición que el futuro monarca se encontró con un ermitaño que habitaba en una cueva y que éste le predijo que si bañaba su espada en una fuente cercana se convertirí­a en un caudillo invencible.

Tras la caída de los templarios, la Inquisició­n trató de borrar todas las huellas de su rastro. Y existe una leyenda que apunta que se incautó de las riquezas que albergaban sus cuevas, parte de las cuales procedían de sus conquistas en la Tierra Santa. Según este relato, se habían usado sillares del templo de Salomón para construir los muros de la capilla. No falta quienes han señalado que la antigua fortaleza musulmana había sido construida sobre un punto geográfico donde existían fuerzas telúricas y en el que sus antiguos pobladores practicaba­n ritos paganos. Y hay también una cueva cercana, llamada de las Brujas, porque allí se reunían las adoradoras del Diablo.

El castillo de Monzón se ha conservado notablemen­te bien a pesar del paso del tiempo y es hoy uno de los testimonio­s del esplendor de una orden que intentó preservar los valores del cristianis­mo en una época de barbarie. Pero los templarios fueron aplastados y su memoria, denostada. Tal vez sea el momento de discernir entre lo legendario y lo histórico.

Monzón da testimonio del esplendor y poder que alcanzó la orden del Temple

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