De las emisiones a las emociones
Greta Thunberg entrega en Glasgow una carta que lleva por título ‘Traición’. Sólo le faltó añadir «a la patria»
AGreta Thunberg la democracia le parece un engorro. Esa gente que vota a otros para que la representen y negocien en su nombre los asuntos importantes: desde las tasas arancelarias hasta los combustibles fósiles. Líderes políticos, los llaman. ¿Pero esos para qué sirven si no pasan a la acción?, ¿por qué esperamos a que se pongan de acuerdo cuando sería más efectivo asaltar los cielos, el palacio de invierno y lo que haga falta? Al menos a juzgar por sus palabras, a esta chica le van más las brigadas de choque que las cumbres multilaterales. Por esa lógica, bien vale la voladura de un yacimiento petrolero o el secuestro del consejo directivo de Citgo.
«Hemos dicho que ya basta de ‘bla, bla, bla’. No más explotación de las personas, la naturaleza y el planeta. Estamos hartos y vamos a generar el cambio», ha dicho la joven en Glasgow ante un publico que vitoreó su estalinismo ecológico, qué digo, su activismo ambiental y climático. La fundadora de la organización Fridays For Future (el abandono escolar como forma de salvar el mundo) ha visitado la COP26 con la intención de entregar una carta-petición a los líderes mundiales, una misiva acompañada por un millón y medio de firmas y que se titula ‘Traición’. «A la patria», sólo le faltó añadir a Thunberg.
Tras su lectura hace un mes de una proclama igual de faltona y demagoga durante el foro Youth4Climate, Thunberg vuelve a tirar de repertorio en Glasgow: un discurso simple y sobreactuado, perfecto para el patio de un colegio o para una kermese, pero no para uno de un foro multilateral en el que a la joven (ya mayorcita de edad, por cierto) se le pediría algo más de rigor. Su apostolado de trazo grueso, más moralista que científico y por tanto más propagandístico que ecológico, se parece más al cabildeo del Foro de Sao Paulo con todas y cada una de sus máximas: desde «los políticos» como seres prescindibles hasta «los medios» como diana de la sospecha.
Greta es la cara no de una ecologización de la política sino de la politización de la ecología. Su beligerancia de telediario y su activismo de puesta en escena demoníaca y del tipo juventudes hitlerianas o de unión de jóvenes comunistas transforma la evidencia científica en emociones, exagera con ese catecismo machacón que parece más empecinado en señalar a las democracias que erradicar la contaminación. Si a la activista sueca se le puede reprochar su truculencia de parvulario es, básicamente, porque ni consigue salvar el mundo ni proponer consenso para conseguirlo. A Greta le gusta la gresca, el pataleo, la perpetua infancia ciudadana en las que la culpa siempre es de otro. No son las emisiones, lo que a Greta le interesan son las emociones.