Ansu Fati le hace el boca a boca al Barça
► Sin brillo, los azulgranas toman aire en su primera ‘final’ europea gracias a un solitario tanto del canterano ► El equipo es tan poca cosa que no está ni para creer en milagros, pero es a lo único a lo que puede encomendarse
Tras 135 días de baja, volvió Dembélé y el equipo presionó algo más, pero continuaba siendo ajeno a cualquier remate
Hacía años que el Barça no se jugaba tanto tan pronto y con tantas posibilidades de verse casi sentenciado. Salió con hambre, pero era difícil de saber si el despliegue respondía al ímpetu de un equipo joven y voluntarioso o respondía a una idea de fondo, constructiva y sólida. Alta intensidad azulgrana en los primeros minutos, que recordaba un poco al amante joven que quiere llevárselo todo por delante ya en los primeros compases, y marcharse entre aplausos. Sergi Barjuan compareció excesivamente protegido contra un clima improbable. Un tres cuartos gris con capucha, más grueso que noble, abrochado hasta el cuello, recordaba aquellas visitas a Kiev de cuando los partidos tenían que jugarse a las 6 de la tarde, con el terreno de juego nevado y el balón naranja para distinguirlo de la nieve. Sin ninguno de estos elementos, y absurdamente embutido en su anorak, como estos chicos de Mallorca que cuando salen de su isla tienen frío por todo, el técnico catalán confería al banquillo culé un aire provinciano que no era ningún buen presagio cuando el equipo se jugaba su continuidad en la Champions.
El amante adolescente continuaba atareado, protagonizando el juego pero sin profundidad, y sin estar ni siquiera cerca del relámpago, pero dándolo todo como si no hubiera mañana. Tan dedicado estaba el Barcelona a su empeño que hasta Lenglet parecía un jugador decente, con anticipaciones y salidas controladas que no le habíamos visto nunca. Llovía sobre Kiev. Rafa Yuste acompañaba a Laporta en el palco, pendiente de partir hacia Doha cuando el partido terminara para cerrar el fichaje de Xavi Hernández.
El fogoso amante entusiasmado parecía que poco a poco se desanimaba, y no sólo se le resistía el gol, sino que el Dinamo es quien tuvo la primera ocasión clara, que sacó Ter Stegen con la pierna, y con algo de suerte porque el disparo de De Pena había rebotado en Gavi. Shaparenko perdonó dos veces, el partido se volvió ucraniano, como si la chica se le hubiera puesto a fumar sin haber llegado a nada, harta de tanto empuje estéril. Se fundió el Barça como siempre, y tras diez minutos de bravuconada fue paulatinamente descubriendo todas sus debilidades. Los locales no eran gran cosa, pero con muy poco les bastaba para evidenciar de qué modo tan vulgar los de Barjuan se desdibujaban. Un Barça sin colmillo, sin intención, sin pegada, sin llegada, sin ninguna contundencia en los remates. Un poco como si en el ímpetu inicial se hubiera ido y no lo hubiera dicho por vergüenza de parecer precoz ante su amante más experimentada. Suerte que era más bien feucha, porque la noche estaba para que le dejara tirado y se fuera a buscar a un hombre de verdad que pusiera las cosas en su lugar –y no esta impotencia ante el gol, patológica y trágica–.
Qué triste asunto es cuando quieres todo y no puedes nada, cuando crees que esta vez sí y otra vez se deshincha el globo y empiezas a pensar que siempre será igual y lo que era sólo físico se vuelve también mental y ya no hay quien lo salve. Como dijo Koeman, «es lo que tenemos»; y lo que tendremos también cuando llegue Xavi, y la verdad es que no parece muy realista creer en milagros.
Éste es el Barça de los socios, éste es el Barça de la siniestra avaricia e incapacidad mental de sus socios, a este pozo oscuro y sucio es donde han llevado al equipo y al club al que dicen querer tanto, y lo han destrozado. Habrá solución, pero pasará porque el club deje de ser de su propiedad y se hagan cargo de él personas adultas, solventes y mentalmente equilibradas. Goldman Sachs está al acecho y Ferran Reverter, el CEO de Joan Laporta, está afinando la fórmula mientras el presidente busca de qué manera endulza la medicina para presentarla a la opinión pública, aunque de todos modos no le será demasiado difícil inventarse cualquier pretexto para distraer a una audiencia tan severamente corta de entendederas.
Los fallos del Dinamo
Sergi Barjuan no presentó cambios tras el descanso y el equipo regresó igual de impreciso y blando. Llegaba tarde a los duelos y se acostumbraba a perderlos. El Dinamo de Kiev se crecía por momentos pese a sus manifiestas limitaciones. Ritmo lento, desapasionado, como si al equipo le fuera imposible conectar con el furor inicial por la victoria, y que en cualquier caso acabó con la chica fumando por fumar, sin nada que celebrar, más que nada por hacer algo. También en la defensa posicional el Barça fracasaba, y si el Dinamo no marca
ba es porque estos chicos son muy malos.
Aunque el Barça se empezó como a medio insinuar sobre el minuto 55, era incapaz de rematar lo que generaba. A veces parecía una broma, pero la incapacidad era real, y desmoralizante. Como un espejismo en el centro de la nada, el árbitro señaló un penalti sobre Ansu que el VAR corrigió. Ni en esto tuvo suerte un Barça al que el mundo le caía encima, a peso, tristeza sobre más tristeza acumulada. Después de 135 días de baja por lesión, Dembélé entró por Gavi y el equipo presionó algo más, pisó más el área ucraniana, pero continuaba siendo ajeno a cualquier remate. Todo lo creado se desvanecía en la última acción hasta que por fin Ansu, con más fuerza, furia y rabia que otra cosa fusiló la portería local desde el punto de penalti que hacía unos minutos le había sido negado y en lo que fue prácticamente el primer remate a puerta de los suyos en 70 minutos consiguió marcar y dejar, momentáneamente, no tan lejos la clasificación para los octavos. Como un boca a boca cuando ya dábamos al náufrago por ahogado, compareció una vez más Ansu. A este chico hay que ir con cuidado con lo que se le exige, y no es razonable ni justo pedirle que cargue a su corta edad con todo el equipo, pero por el mismo motivo hay que reconocerle la trascendencia y la luz de lo que hace, y cómo consigue ser decisivo cuando más se le necesita, sin adornarse nunca con florituras narcisistas e innecesarias.
Victoria vital, afortunada, iba a decir que inmerecida pero tampoco el rival mereció nada. Este Barça es tan poca cosa que no está ni para creer en milagros, pero es a lo único a lo que puede encomendarse.