Difícil reelección
«Deberíamos prepararnos para elegir no a quien más nos guste, sino al que pueda ganar. Solo la presbicia de una derecha que no distinga lo que de verdad aconteció en la Comunidad de Madrid, podría asegurarle a Sánchez la reelección. Cuando oigo que se recrudece la guerra entre Ayuso y Casado, me pregunto: ¿Podemos ser tan idiotas? Y la respuesta es, que me temo que sí»
COMPRENDO a Tezanos, hay que comer todos los días, pero Sánchez, según las encuestas, tiene escasas posibilidades de volver a ganar unas elecciones. ¿Hay indicios para creerlo? Uno, el más sólido, es que aunque el Gobierno atribuyó el éxito en los comicios de la Comunidad de Madrid al «acierto tabernario» de Ayuso, y no a la actuación aciaga del presidente, las cosas no fueron así.
Ayuso aportó el triunfo y Sánchez su rotundidad. De haber sido adjudicable solo a Ayuso, la victoria sería menos extrapolable que si Sánchez hubiera torpemente contribuido. Acertar con este diagnóstico es esencial. Fue una suma mestiza de pifia en Murcia, mentiras ilimitadas y faltas de responsabilidad, que provocaron el hartazgo del votante más izquierdista; hartazgo excesivamente cotidiano y presumiblemente sostenible. A esa misma conclusión llegó Sánchez, subliminalizando con el cambio de gobierno que la culpa de la debacle era de Gabilondo y los ministros cesados.
Sánchez también explicitó su fracaso con el beso robado a Biden, en un acoso de pasillo. Éste, con su silencio, reprochó la desconsideración a su aliado el Rey, sus socios comunistas, la doblez en Venezuela y la tibieza en Cuba. ¿Ofrecía Sánchez algo para que Biden nos redujera los aranceles, o que los ‘hedge funds’, o grandes bancos no se alarmaran? No, y la desabrida expedición posterior a Nueva York, para intentar seducir a Larry Fink, CEO de BlackRock (por cierto, un obseso de la transparencia), prodigando la misma palabrería adolescente que despliega para convencer a su arrobada ejecutiva federal fue, según ha trascendido en los medios del capital riesgo, incómodamente patética.
La tercera pista de que el fracaso de Sánchez no se reducía a la Comunidad de Madrid, es su relación con Europa. Pese al primer pago de 9.000 millones de euros de un total de 140.000, el dinero nos llegará a poquitos, acompañado de dos ‘perros gorileros’, y no librarán los 10.000 millones posteriores hasta que aprueben la idoneidad del gasto. Un detalle insignificante que apoya esta percepción es que el 28 de octubre del 2020 envié en esta página una carta a la presidenta de la Comisión, Mrs. Von Der Layen, alertándola del retorcido estilo de nuestro dignatario. Ignoraba si debía esperar respuesta, pero el director de la Unidad F3 para España, Gabriele Giudice, el 20 de noviembre del 2020, me contestó con un atento oficio de veinte líneas que resultó más revelador de lo que su contexto diplomático permitía prever. Decía que «monitorizarían los fondos closely» y que tendríamos que «utilizarlos de acuerdo a lo que aconsejara el Council». Saben del artificio conque se adorna Sánchez a su costa, las ensoñaciones laborales que promete Yolanda Díaz, la culpa que les endosan ambos por la factura de la luz, el hostigamiento de Podemos a los jueces, y el ninguneo a la ministra moderada Calviño; y esa no es forma de predisponerse al crédito.
Ante esta situación desoladora (solo le faltaría a Sánchez que le convocaran elecciones en Andalucía y las perdiera), el presidente precisa hacer algo. Para barruntar el qué, sabemos dos cosas: las trampas le son consustanciales y decidir no es lo suyo (una realimenta a la otra). Pues bien, la sabiduría convencional insiste en que pretende desmontar el régimen del 78, por la puerta de atrás, para crear la Tercera República. No lo acabo de ver, esa solución ni es opaca, ni podría articularse en dos años por los recursos de inconstitucionalidad que llevaría conexos, y alcanzaría una dimensión que desbordaría –dejémoslo ahí– la reconocida tenacidad del personaje.
Otra engañifa sería en la que está en este cuarto de hora: convertirse, aprovechando la ley ‘trans’, en el socialdemócrata Pedro Merkel, tener algún detalle dialogante con el PP (ceder con el Poder Judicial), hacerle los martes la pelota al Rey, utilizar a demanda el abrazo de González (en un trueque de apariencias poco aparentes), y tildar si fuera preciso de ingratos a los independentistas catalanes, por no agradecerle la mesa comedor...; pero hasta para buscar un ángulo que lo haga simpático, quizá también fuera tarde. Por último, la salida morbosa sería: ‘el pucherazo’.
Al albur de esta posibilidad he preguntado. ¿Creéis a Sánchez capaz de dar un pucherazo? Y mis cuatro ínclitos encuestados confirman que es capaz de todo. Entonces, ¿es injusto o tal vez ligero pensar que si en estos años el presidente ha cruzado rayas rojas por motivos intrascendentes, se abstendría de hacerlo cuando su presidencia estuviera en peligro? Para ello, necesitaría una cobertura legal genérica que le diera amplios poderes velados. La reforma de la Ley de Seguridad Ciudadana ofrecería esa cobertura, pero precisaría un incidente que permitiera declarar una crisis para aplicarla. ¿Sería una declaración unilateral de independencia, razón suficiente? Las dos cosas unidas, en ‘conjunción planetaria’, facilitarían el milagro. ¿Es esto verosímil? Suena factible, pero tampoco lo veo: la ley está en embrión y los independentistas, horrorizados por la experiencia carcelaria, se acaban de conceder en el Parlament tres años sabáticos. Además, las recientes sentencias del Constitucional sobre el Estado de Alarma atan corto la suspensión de derechos.
Aun así, no hay que olvidar que Sánchez ya intentó un pucherazo casero, ‘sin control, ni censo, ni interventor’, con una urna escondida detrás de una mampara en el Consejo Federal del PSOE, que lo destituyó en 2016; hecho que algunos socialistas de bien presenciaron en Ferraz entre lágrimas y gritos de tongo. Desde entonces, Sánchez es más propenso a un ‘totalitarismo compungido, de buen ver’, pero totalitarismo al cabo; por lo que esta vez el pucherazo tendría que ser más ilustrado, con la connivencia de Bildu, ERC y Podemos, que lo recibirían encantados.
Todas las alternativas descritas son improbables. Europa, nuestro gran refugio, haría impensables las más transgresoras. Tampoco se ha de pensar que la opinión de la mayoría va a cambiar por ofrecer 400 euros caciqueriles o aguinaldos frikis, esquizofrénicamente culturales. El éxito no es cuestión de recursos, es más determinante la gestión. Manejar 140.000 millones con inteligencia bien conducida es difícil y poder gastarlos en plazo, aún lo es más. Exige competencias ajenas a las de este gobierno, solo al alcance de corporaciones con arraigada mentalidad capitalista.
Así que, me inclino a pensar que los buenos resultados de Madrid serán transmisibles al resto de España. Se votó tanto contra Sánchez como a favor de Ayuso (de la que soy declarado admirador), y en su virtud, deberíamos prepararnos para elegir no a quien más nos guste, sino al que pueda ganar. Solo la presbicia de una derecha que no distinga lo que de verdad aconteció en la Comunidad de Madrid, podría asegurarle a Sánchez la reelección. Cuando oigo que se recrudece la guerra entre Ayuso y Casado, me pregunto: ¿Podemos ser tan idiotas? Y la respuesta es, que me temo que sí.