ABC (1ª Edición)

Tiranos de la trona

Progre, para Gordon Liddy, era el que se sentía en deuda con el prójimo y proponía saldarla con tu dinero (plus de productivi­dad). O con tu niño de nueve años (plus de causalidad)

- IGNACIO RUIZ-QUINTANO

UN ministro que se tunea el apellido de papá porque no se habla con mamá (¡y que dice «preveyendo»!) es un tirano de la trona, figura la más simpática del psicoanáli­sis. Como Fouché, que luego, por cierto, resultó ser un monstruo. Un monstruo de Estado, «el más frío de los monstruos», según Nietzsche.

—Basado en la pureza de sus propósitos, no ha querido usted comprender cuánto mal se puede originar con la intención de hacer el bien –escribe Napoleón en su carta de despido a Fouché, que valdría para despedir hoy al ministro cuyo buenismo de salón le ha costado la vida a un niño de nueve años.

«Las institucio­nes implicadas se ajustaron al principio de legalidad», se defiende el ministro magufo, que mira a Kelsen como al José Andrés del Derecho, en cuya cocina la ley reemplaza al derecho para establecer lo que está bien y lo que está mal con los trámites de los covachueli­stas.

—¿Cómo fue aquello posible? –interrogan los soviéticos a Schmitt en abril del 45.

—A esta pregunta siempre he respondido: la llave a la respuesta de su pregunta se encuentra en el concepto de la legalidad (el comandante ruso entendió la respuesta).

El humanitari­smo culturalis­ta de nuestro ministro de prisiones ofrece pluses de productivi­dad por la suelta de presos, que para él son los débiles, pues ya Stalin lamentaba la pérdida «en nuestros días de la costumbre de tener en considerac­ión a los débiles», y aquí contamos con ministros dispuestos a repararla.

El asesino de Lardero parecía formal, de un formalismo kelseniano (después de todo, «un monstruo es exactament­e la proyección de nosotros mismos si diéramos el resbalón de la debilidad», circunstan­cia que hemos eliminado), así que a la calle a predicar el Estado de Derecho y que sea lo que Dios quiera. ¿Responsabi­lidad? Con el burladero de Kelsen, ninguna.

Progre, para Gordon Liddy, era el que se sentía en deuda con el prójimo y proponía saldarla con tu dinero (plus de productivi­dad). O con tu niño de nueve años (plus de legalidad).

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