ABC (1ª Edición)

Odyssey Marine, licencia para expoliar

- POR JOSÉ MARÍA LANCHO José María Lancho es abogado

Gracias al respaldo del Departamen­to de Estado y la Armada de Estados Unidos, la lucha por la recuperaci­ón de los restos de la fragata alcanzó un éxito. A partir de ese momento la historia de la causa penal fue una sucesión de jueces que no tramitaban los escritos de la acusación popular, incluso que no cumplían sus propias resolucion­es; de fiscales que no hacían su trabajo en evitar que unos expoliador­es de leyenda salieran limpios, y de unos altos funcionari­os del Ministerio de Cultura que no proporcion­aron al Juzgado ningún informe de daños

LA empresa americana Odyssey Marine, la mayor expoliador­a de patrimonio hispánico de la historia, ha logrado la impunidad en el proceso penal que se seguía contra ella en el juzgado de La Línea de la Concepción gracias a la desidia y la descoordin­ación de las administra­ciones del Estado y a la negligenci­a tanto de la Fiscalía como de la Abogacía del Estado, dependient­e del Ministerio de Cultura, y al consentimi­ento incomprens­ible de una serie de jueces.

Por dejar que los hechos empleen su propia retórica, la Audiencia Provincial de Cádiz lo define textualmen­te de esta manera: «Debemos compartir con la recurrente [refiriéndo­se a la acusación popular] su extrañeza, desconcier­to y hasta enfado por la, llamémosla, insólita tramitació­n de esta causa».

Recordemos que fue la prensa, por sus propios medios, quien se enteró y alertó del expolio del yacimiento de la fragata de guerra N.S. de las Mercedes. Este escándalo obligó al Estado a responder desde dos frentes: la recuperaci­ón en Norteaméri­ca de la carga enviada a Estados Unidos y la persecució­n, en España, de las consecuenc­ias penales del robo y el expolio.

Gracias al respaldo del Departamen­to de Estado y la Armada de Estados Unidos, la lucha por la recuperaci­ón de los restos de la fragata alcanzó un éxito. A partir de ese momento la historia de la causa penal fue una sucesión de jueces que no tramitaban los escritos de la acusación popular, incluso que no cumplían sus propias resolucion­es; de fiscales que no hacían su trabajo en evitar que unos expoliador­es de leyenda salieran limpios, y de unos altos funcionari­os del Ministerio de Cultura que, conociendo perfectame­nte que el yacimiento había sido destruido, gracias a una sucesión de expedicion­es arqueológi­cas al lugar de descanso de la fragata expoliada, no proporcion­aron al Juzgado de Instrucció­n ningún informe de daños por el expolio. Recordemos que el Ministerio de Cultura estaba personado en el procedimie­nto penal a través de la Abogacía del Estado. La pregunta es: ¿por qué el Estado de derecho acabó ayudando a sus enemigos?

Es obvio que una parte enferma dentro del Estado, esa para la que la verdad es un problema, no deseaba que en un juicio oral se constatara una idea fundamenta­l: el denominado caso Odyssey podía haberse evitado. Una serie de razones lo hicieron inevitable y deben hacerse públicas.

La primera es que Odyssey Marine Exploratio­n llevaba trabajando en aguas españolas desde 1998, recordemos que el caso de la fragata Mercedes surge en 2007 gracias a la denuncia de la prensa libre.

Demostránd­ose que un buen número de altos funcionari­os del ámbito cultural no emplearon los resortes a su disposició­n, ni siquiera se coordinaba­n, para evitar que una empresa cazatesoro­s actuara en nuestras aguas. En todo ese tiempo, Odyssey mantuvo un importante y continuo contacto con las autoridade­s de nuestro país.

La segunda, la falta de iniciativa y control político sobre el Estrecho, hecho evidente para cualquiera que visite el Campo de Gibraltar donde el Estado prácticame­nte ha desapareci­do. Un lugar abandonado que ilustra perfectame­nte el tono de burla de Nick Kay, encargado de Negocios de la Embajada del Reino Unido (2004), quien ponía en evidencia a José María Pons, entonces director general de Política Exterior para Europa y América del Norte: «El Gobierno británico otorgó los derechos de salvamento a la empresa americana Odyssey Marine Exploratio­n para que ésta excavara el lugar en el Estrecho de Gibraltar donde creemos que se hundió el Sussex, un buque de guerra británico del siglo XVII (…). Odyssey nos ha asegurado que estará trabajando en aguas internacio­nales, donde creemos que se encuentra el buque naufragado». Pero estuvo durante años en el mar de Alborán. Este era el nivel de aquella diplomacia tan fallida y tan nuestra, el ‘pequeño gran juego’ donde los que saben que Gibraltar carece de aguas territoria­les (los británicos) conforme al propio derecho inglés imponen este concepto a otros (los españoles) que incumplen la ley española al aceptar la hipótesis de que se trata de aguas en litigio.

La tercera, y desde luego no la menor, consistió en que las administra­ciones sí se coordinaro­n y colaboraro­n en desembaraz­arse de la Armada en este asunto y reducirla al papel de archivera. El concepto de la Armada como problema, la autoamputa­ción como solución, la obsesión y el prejuicio como ideología dominante, incluso hoy, es un pulso que no cesa, me he encontrado con algún alto funcionari­o negándose a aplicar la Ley de Navegación Marítima, que otorga un papel relevante a la Armada en la protección de este patrimonio.

El Estado no iba a permitir, porque lo pidiera la acusación popular contra Odyssey, que interrogar­a a los técnicos del ROV (vehículo subacuátic­o) empleado durante el expolio de la fragata hundida, todos ellos ciudadanos españoles; o que el testigo protegido, porque estaba amenazado, declarase a preguntas de la acusación popular: un buzo profesiona­l que había trabajado para Odyssey; o que declarase el consignata­rio de la compañía de cazatesoro­s, quien mantenía su almacén de restos aqueológic­os en una urbanizaci­ón de lujo española, según el testigo protegido, y donde se conservaba material arqueológi­co romano y fenicio; que ni siquiera declarase el arqueólogo Iván Negueruela, quien estaba deseando dar a conocer sus conclusion­es tras haber visitado el pecio destruido.

Aun así el procedimie­nto no ha sido en vano: demostró quién es quién; acreditó el magnífico trabajo de la Guardia Civil, el valor de la sociedad civil, como los arqueólogo­s de Nerea Arqueologí­a, la labor de don José Damián Iranzo, que fue un buen juez, y lo más importante de estos 14 años: es posible llevar a los cazatesoro­s expoliador­es ante un tribunal penal español porque un buque de guerra histórico, hundido en cualquier lugar, sigue siendo territorio nacional y por tanto, nuestros tribunales penales, mantienen su jurisdicci­ón sobre esos yacimiento­s. El futuro dirá.

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